La pieza, que se perdió de vista en la guerra civil, vuelve a su lugar de origen tras dos meses de restauración. Se trata de un mueble de apenas un metro de altura que en su interior alberga un Cristo crucificado de bastante buena calidad.

El altar pertenece a la ermita barroca del Cristo de Loreto. Se compone de dos piezas, una caja de madera rectangular terminada con forma de templete de alrededor de un metro de altura, con dos puertas cuyo interior está decorado con motivos vegetales y un Cristo crucificado de buena calidad, según los expertos.
El uso de los altares portátiles tuvo mucho que ver con la vida misionera y los frecuentes viajes del alto clero para administrar las propiedades eclesiásticas. Podían detenerse diariamente a celebrar la eucaristía en cualquier lugar, en las romerías de camino a las ermitas o incluso llevarlos a batallas.
Las restauradoras de la Fundación Santa María de Albarracín se han encargado de devolverle su esplendor y entregarlo en la localidad, de regreso a su parroquia.