Los samaritanos no se trataban con los judíos

Pedro Escartín
11 de marzo de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del III domingo de Cuaresma – A – (12/03/2023)

Cuando los israelitas andaban por el desierto acosados por la sed, desconfiaron de Dios, a pesar de haber visto todo lo que el Señor había hecho para sacarlos de la esclavitud de Egipto, y se encararon con Moisés diciendo: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?» (Ex 17, 3-7). Con este episodio, la Iglesia responde al catecúmeno que pregunta: ¿cómo llegaré a ser cristiano?, diciéndole que nunca desconfíe de que Dios le ama. Y, a continuación, con el encuentro de Jesús y la samaritana (Jn 4, 5-42), le anima a buscar un agua viva.

– Aquel fue un encuentro bastante tormentoso -he dicho a Jesús en cuanto hemos empezado a hablar-, y tuviste una paciencia infinita.

– ¿Qué otra cosa podía hacer, si no escucharla con paciencia? -me ha respondido después de tomar un sorbo de café-. Aquella mujer llevaba demasiado dolor en sus entrañas como para que yo le respondiera con un desplante.

– Pero, ella, en cuanto le pediste un poco de agua, no dejó de desplantarte y hasta se burló de ti -he reaccionado de inmediato-: además de negar un sorbo de agua fresca a un caminante cansado, te dijo sin contemplaciones que ella no hablaba con judíos, porque era samaritana; y cuando tú le ofreciste un “agua viva” te dijo con sarcasmo: ¿cómo sacarás esa agua que prometes, si el pozo es hondo y no tienes cubo?

– ¡Qué prontos estáis para encontrar aristas en las palabras de los otros y sentiros heridos! Por eso, no cesan las guerras -ha añadido moviendo la cabeza-. Hay que tener un poco más de correa, saber ver en la mirada del otro y captar, en sus palabras, un dolor del que se defiende atacando. ¿No decís que “quien da primero, da dos veces”? Pero habéis olvidado que el sentido original del refrán era otro y sólo lo aplicáis a la prontitud en responder a las ofensas.

– ¿Y cuál fue el sentido original de ese refrán? -le he preguntado sorprendido-.

– Pues justamente lo contrario: que “al pobre da dos veces quien le da con prontitud”. Pero dejémonos de disquisiciones sobre el lenguaje y hablemos un poco de aquella mujer con la que me encontré junto al pozo de Jacob.

– Tienes razón -he dicho entre sorbo y sorbo de café-; casi se nos va el santo al cielo.

– Bueno, los santos ya están en el cielo y los bautizados estáis aquí, en la tierra, tratando de encontrar el camino para alcanzarlo. Te recuerdo lo que entonces dije a la samaritana: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna». Ella tenía una sed, que no calmaba el agua del pozo de Jacob, porque era una sed que agobiaba y amargaba su existencia; tenía sed de sentido, sed de un verdadero amor. Hay mucha gente que hoy también la sufre. Ella había pasado la vida de mano en mano sin encontrar la felicidad y, por fin, gracias a que tuve paciencia para dejar que soltase todo el dolor que llevaba en su alma, encontró el valor para poner nombre a su situación: «No tengo marido», me dijo cuando le pedí que lo llamase. Y así pude hacer que cayese en la cuenta de su situación: «has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido», le dije con cariño, y ella empezó a ver su vida con más claridad.

– Me dan ganas de pedirte: “dame de esa agua” -he soltado sin poderme contener-.

– La tienes a tu alcance -me ha dicho sonriendo-. Esa agua es el Espíritu Santo que te empapó el día de tu bautismo. No lo olvides jamás.

Y después de pagar, hemos emprendido la salida, porque la tertulia se ha comido el tiempo.

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