Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXVIII domingo del tiempo ordinario – A –
Isaías describió el Reino de Dios como un banquete «de manjares suculentos y de vinos de solera». Así lo hemos escuchado en la primera lectura de este domingo (Is 25, 6-10). En la parábola de los invitados a la boda (Mt 22, 1-14) también hubo una comida espléndida, que se perdieron los que rechazaron la invitación, además de ofender al anfitrión…
– Con estos mimbres, tenías la parábola servida -he dicho a Jesús con un poco de guasa-. Los sumos sacerdotes y los ancianos se vieron retratados en ella. ¿Cómo no iban a cogerte manía?
– Bueno, la parábola no la dije sólo por ellos; pero vayamos por partes -me ha respondido después de tomar un sorbo de café-. Cierto que tuve la intención de advertirles una vez más, y ya era la tercera, que el rechazar mi invitación de acoger el Reino tendría consecuencias: los que ellos consideraban indignos terminarían siendo los comensales del festín que anunció Isaías, porque ellos se habían excluido. Con esta parábola quise justificar mi estilo de vida al acoger a los pecadores, y además les anuncié la respuesta del Padre ante su rechazo…
– Sí; eso está claro -le he interrumpido con la taza de café en mis manos-. Pero, después de las parábolas de los dos hijos y de los viñadores homicidas, tengo la impresión de que con ésta quisiste remachar el clavo. ¿No fue excesiva tu insistencia en este tema?
– Ya sabes que Mateo, al escribir su evangelio, agrupó actuaciones mías que tuvieron lugar en diferentes situaciones -me ha explicado pacientemente-; por eso, cuando hacéis una lectura continuada de este evangelio, encontráis esas tres parábolas una tras otra, ya que el tema de las mismas es muy parecido y decisivo para entender la trayectoria de mi vida en esta tierra vuestra y el nacimiento de la Iglesia como un nuevo Israel. Lo dijo el anfitrión a los criados, «la boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda».
– Perdona; lo sabía y me han podido las ganas de discutir -he replicado un poco corrido-. Pero olvidémoslo; antes me has dicho que no pronunciaste la parábola sólo para los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo; ¿pretendías que otros se vieran señalados? ¿Quiénes?
– No es difícil saberlo -ha respondido después de tomar otro sorbo de café-. El evangelista ha añadido a continuación otra breve parábola sobre un invitado que se presentó sin el traje de fiesta. Hizo este añadido movido por el Espíritu Santo, que inspira a los autores de la Biblia.
– Siempre me ha llamado la atención este añadido. ¿Cómo podía aquel buen hombre entrar en el convite con un traje de fiesta, si era uno más de los muchos que los criados encontraron por los caminos hasta que el banquete se llenó de comensales? Entre ellos había de todo, malos y buenos, harapientos y gente normalmente vestida -he preguntado sonriendo-.
– Amigo -me ha dicho sin reparar en mi socarronería-, entonces era costumbre que el anfitrión preparase vestidos apropiados para los que llegaran con lo puesto. Al parecer, el comensal al que se dirige el rey con palabras tan severas habría rechazado el vestido que los criados le ofrecieron. Esta parte de la parábola te concierne; aunque la invitación es para todos, buenos y malos, sólo serán admitidos en el banquete los que hayan cambiado de vida. Esto es lo que se pedía al que no iba vestido de fiesta: que cambiase de vida.
– O sea, que los otros destinatarios de la parábola somos nosotros, que debemos preguntarnos no sólo si el mensaje del Reino nos resulta atractivo, sino si, además, nos lleva a cambiar nuestro estilo de vida.
– Has acertado. Aplícate la enseñanza -me ha dicho mientras pedía la cuenta-.