Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del III Domingo de Pascua – A – (23/04/2023)
El párroco nos ha dicho que este tercer domingo de Pascua es el de “las apariciones”. Según el evangelio de este domingo, el Resucitado se aparece a los dos discípulos que huyen hacia Emaús (Lc 24, 13-35); en los otros dos ciclos litúrgicos, se lee la aparición a los Once en la casa donde se habían refugiado y otra junto al lago de Tiberíades, y, cosa curiosa, en las tres hay una comida de por medio. Tantas coincidencias me han despertado las ganas de saber por qué.
– Tú y yo nos encontramos cada domingo tomando un café -he dicho a Jesús cuando ya nos hemos acomodado- ¿Tiene esto algo que ver con tus apariciones a los Once ya resucitado?
– ¿Lo dices porque con ellos hubo algo que comer? Si quieres, pedimos un bocadillo con el café -me ha respondido con algo de sorna-.
– No hace falta -le he dicho de inmediato-. Lo nuestro es un café, al salir de la Misa dominical, para charlar un poco.
– Y también para encontrarnos cara a cara, como en aquellas apariciones, aunque tú piensas que en ellas hubo una motivación más honda, ¿no es así? -ha añadido en tono comprensivo mientras cogía su taza de café-. Pues has acertado a medias. Los de Emaús y los Once me reconocieron durante una comida, porque fue, en esa familiaridad que produce el comer juntos, donde cayeron en la cuenta de que el gesto de partir y repartir el pan era el mismo que hice en mi última cena con ellos, la de despedida antes de mi muerte. Entonces les dije: «Haced esto en memoria mía». Tiempo atrás, los judíos me buscaron después de que les alimentara milagrosamente; entonces les advertí: «Vosotros me buscáis porque habéis comido de los panes y os habéis saciado. Buscad el alimento que permanece para la vida eterna, el que os dará el Hijo del Hombre». Y añadí: «Yo soy el pan de la vida, el que venga a mí no tendrá hambre…»
– Sí, ya recuerdo. Y muchos no creyeron que tú llegases a dejarte comer como si fueses un trozo de pan y se apartaron de ti. Debió ser muy duro; incluso preguntaste a los Doce (entonces todavía eran doce): «¿También vosotros queréis marcharos?» Y Pedro, ante la sorpresa de la gente, respondió: «¿Dónde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna».
– ¡Cuánto agradecí aquella confesión de fe y amor de Pedro! -ha reconocido todo sonriente-. En mi última Cena de despedida les lavé los pies para que cayesen en la cuenta de lo que quería decir cuando les invité a comerme, pues sólo yo soy el pan que da vida. Al día siguiente, con mi entrega hasta la muerte en la cruz, vieron palpablemente que aquello de ser “el pan que da vida” no eran bonitas palabras; era verdad. Por eso, en aquella Cena les dije: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros. Tomad y bebed este es el cáliz de mi sangre derramada por vosotros». Cuando se convirtió, Pablo lo entendió perfectamente y escribió a los de Corinto: «Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga». ¿Comprendes ahora por qué te he dicho que has acertado a medias?
Me he quedado en blanco, porque, siguiendo el hilo de sus palabras, me había olvidado de lo que habíamos hablado al principio y, al verme titubear, ha apurado el café que le quedaba y me ha dicho:
– Ciertamente; mis comidas con ellos durante mis apariciones una vez resucitado tenían honda motivación: ayudarles a ver que el que tenían delante, el que les partía el pan y comía y bebía con ellos era el mismo que habían conocido antes de que fuera crucificado. Tus cafés dominicales son un encuentro amigable conmigo ya resucitado, porque en la Eucaristía has vuelto a vivir lo que hice en la Cena y en el Calvario: lavaros los pies; haz tú lo mismo.
– Por eso los de Emaús te reconocieron al partirles el pan. Tomo nota y voy a pagar…