Maestro, ¿qué he de hacer para heredar la vida eterna?
1.-Oración introductoria.
Señor, antes de entrar a conocer esta bella enseñanza sobre el amor concreto al hermano, necesito rezar. ¿Quién es capaz de tener misericordia de un desconocido y tratarle con ese mimo que lo trata el buen samaritano? Sólo aquel que tiene el Espíritu de Jesús. Por eso yo, en esta oración, te pido que me des tu Santo Espíritu para que pueda cumplir con el mandamiento del amor.
2.- Lectura reposada del Evangelio. Lucas 10, 25-37
Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?» Él le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?» Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo». Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás». Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?» Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto. Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo. De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo. Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión; y, cercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: «Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva.» ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?» Él dijo: «El que practicó la misericordia con él». Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo».
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión.
Dentro de la gran “sección del camino” (Lc. 9,51-19,28) se encuentra la parábola del Buen Samaritano. Esto quiere decir que, entre las cosas esenciales para ser un buen seguidor de Jesús, está el amor concreto al hermano necesitado. Los personajes están elegidos por Jesús. El sacerdote y el levita son hombres religiosos que vienen de cumplir sus ceremonias solemnes en el Templo. El samaritano es, para los judíos, un hereje, un enemigo del pueblo de Dios. Y ese que está herido en el suelo, ¿Quién es? ¿De dónde vine? No lo sabemos. Sólo sabemos que es un hombre. Nada más. ¡Y nada menos! Pues bien, en esta parábola este desgraciado, excluido, abandonado y medio muerto, es el protagonista de la Parábola. Por él pasan el sacerdote y el levita, hombres religiosos que bajan del Templo. Éstos le ven y dan un rodeo. Y dice Jesús:” No se puede ir a Dios dando rodeos al hombre”. También, por aquel camino, pasa un samaritano, uno que nunca visita el Templo de Jerusalén, y éste no pasa de largo: siente compasión de él, se baja de la cabalgadura, le cura con aceite y vino, lo lleva al posadero y se hace cargo de él. Y pregunta Jesús: ¿Quién de los tres te parece que fue prójimo? Respuesta del legista: “El que practicó la misericordia”. Al principio, el legista le hace una pregunta teórica: ¿Quién es mi prójimo? Y Jesús le lleva a dar respuesta a una necesidad concreta. El amor no consiste en bonitas teorías sino en bajar a la arena y cargar con aquella persona que nos necesita, sin pedir su carnet de identidad.
Palabra del Papa
En cambio el samaritano, cuando vio a ese hombre, “sintió compasión” dice el Evangelio. Se acercó, le vendó las heridas, poniendo sobre ellas un poco de aceite y de vino; luego lo cargó sobre su cabalgadura, lo llevó a un albergue y pagó el hospedaje por él… En definitiva, se hizo cargo de él: es el ejemplo del amor al prójimo. Pero, ¿por qué Jesús elige a un samaritano como protagonista de la parábola? Porque los samaritanos eran despreciados por los judíos, por las diversas tradiciones religiosas. Sin embargo, Jesús muestra que el corazón de ese samaritano es bueno y generoso y que —a diferencia del sacerdote y del levita— él pone en práctica la voluntad de Dios, que quiere la misericordia más que los sacrificios. Dios siempre quiere la misericordia y no la condena hacia todos. Quiere la misericordia del corazón, porque Él es misericordioso y sabe comprender bien nuestras miserias, nuestras dificultades y también nuestros pecados. A todos nos da este corazón misericordioso. El samaritano hace precisamente esto: imita la misericordia de Dios, la misericordia hacia quien está necesitado. (S.S. Francisco, 14 de julio de 2013)
4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)
5.- Propósito: No hacer nunca del amor una bella teoría.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, quiero acabar esta oración pidiéndote que me tome en serio el amor concreto a mis hermanos que me necesitan. No quiero dar rodeos, ni buscar excusas, como el sacerdote y el levita. Quiero dar una respuesta clara, concreta y eficaz, como lo hizo el buen Samaritano. Éste no sólo dio su aceite, su vino, su dinero, sino también su tiempo y su persona.
PDF: 8 DE OCTUBRE
Autor: Raúl Romero