He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo
1.-Oración introductoria.
Padre Santo, dame la gracia de experimentar tu presencia en esta oración. Cordero de Dios, quita mi pecado. Sé que no he sido fiel a tu gracia, pero puedo decirte con San Pedro: “Tú sabes todo, tú sabes que yo te amo”. Dame la fuerza de tu Espíritu para arrancar de mí las raíces y secuelas del pecado. Quiero dedicar el resto de mi vida a hacer el bien a todos y en especial, a las personas que más necesidad tienen de Ti.
2.- Lectura reposada de la Palabra. Juan 1, 29-34
En aquel tiempo, vio Juan el Bautista a Jesús venir hacia él y dice: «He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es por quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel». Y Juan dio testimonio diciendo: «He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Y yo no le conocía pero el que me envió a bautizar con agua, me dijo: «Aquel sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con Espíritu Santo.» Y yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios.
3.- Qué dice la Palabra de Dios.
Meditación-Reflexión.
Dios es el Inefable, el Indecible. Por eso los autores sagrados tuvieron necesidad de echar mano de imágenes, incluso de animales. En algún momento nos hablan de la belleza del águila escalando las alturas; de la fuerza del león; y también de la mansedumbre del cordero y la sencillez de la paloma. Hay que desterrar para siempre la imagen de un Dios que exige la sangre del Hijo para satisfacer la sed de justicia por la ofensa de los hombres. Si Dios es amor, siempre que nos apartamos de esta realidad, seguro que nos equivocamos. Hay que recuperar la imagen del cordero “paciente y bueno” anunciado por Isaías. (53, 6 ss). Jesús es aceptado por el Padre porque luchó contra el dolor y sufrimiento de los hombres hasta dar la vida. Nosotros no estamos en el mundo para sufrir sino para quitar el sufrimiento del mundo. Y si para eso hay que luchar y sufrir, lo haremos como Jesús, desde el amor. Lo nuestro es retornar con Jesús al Paraíso, a aquel proyecto maravilloso de Dios sobre el mundo. Nosotros estamos aquí para luchar contra el mal, contra las guerras, contra todo tipo de injusticias y conseguir que “de oriente a occidente revolotee sobre nuestras cabezas la paloma de la paz”.
Palabra del Papa.
«He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado», ¡pero quita el pecado con la raíz y todo! Esta es la salvación de Jesús, con su amor y su mansedumbre. Al oír esto que dice Juan el Bautista, que da testimonio de Jesús como Salvador, debemos crecer en la confianza en Jesús. Muchas veces tenemos confianza en un médico: es bueno, porque el médico está para sanarnos; tenemos confianza en una persona: los hermanos, y las hermanas están para ayudarnos. Es bueno tener esta confianza humana entre nosotros. Pero nos olvidamos de la confianza en el Señor: esta es la clave del éxito en la vida. La confianza en el Señor: encomendémonos al Señor. «Pero, Señor, mira mi vida: estoy en la oscuridad, tengo esta dificultad, tengo este pecado…», todo lo que tenemos: «Mira esto: ¡yo confío en ti!» Y esta es una apuesta que tenemos que hacer: confiar en Él y nunca decepciona. Nunca, ¡Nunca! Escuchen bien, chicos y chicas, que comienzan la vida ahora: Jesús nunca decepciona. Nunca. Este es el testimonio de Juan: Jesús, el bueno, el manso, que terminará como un cordero: asesinado. Sin gritar. Él ha venido a salvarnos, para quitar el pecado. El mío, el tuyo y el del mundo: todo, todo.» (S.S. Francisco, 19 de enero de 2014).
4.- Qué me dice hoy a mí esta Palabra. (Guardo silencio).
5.- Propósito. En el día voy a recordar la Cruz de Cristo como suprema manifestación de amor a mí. Y viviré el día derrochando amor.
6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor Jesús, para tenerte como compañero de mi vida necesito conocerte más, especialmente en la Eucaristía, en el Evangelio y en la oración. Pero no quiero quedarme en la superficialidad de quienes sólo «oyen» hablar de Ti, pero no tienen una relación personal contigo ni se preocupan de los demás. Sólo en el contacto asiduo contigo se podrá formar mi corazón de discípulo y misionero de tu amor para mis hermanos.