“Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús”
1.- Oración introductoria.
Señor, al acercarme hoy a este texto tan bonito, no me siento ni con ganas de pedirte nada. Por eso acudo al gran San Agustín que dice:»Toda alma que quiera ser fiel, únase a María para ungir con perfume precioso los pies del Señor… Unja los pies de Jesús: siga las huellas del Señor llevando una vida digna. Seque los pies con los cabellos: si tienes cosas superfluas, dalas a los pobres, y habrás enjugado los pies del Señor»». Hoy me uno plenamente a esta oración.
2.- Lectura reposada del Evangelio Juan 12, 1-11
Seis días antes de la Pascua, Jesús se fue a Betania, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Le dieron allí una cena. Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con él a la mesa. Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume. Dice Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo había de entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los pobres?» Pero no decía esto porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Jesús dijo: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura. Porque pobres siempre tendréis con vosotros; pero a mí no siempre tendréis». Gran número de judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no sólo por Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes decidieron dar muerte también a Lázaro, porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-Reflexión
Un hombre y una mujer. Un hombre cuyo nombre es Judas. Una mujer cuyo nombre en María. Judas, agarrando fuerte la bolsa del dinero, es símbolo de codicia, de mezquindad, de tacañería. María, con su frasco lleno del mejor perfume y rompiéndolo delante del Señor, es el símbolo de la generosidad, del derroche, de la sin-medida. A Judas le importaba el dinero y no los pobres. A María sólo le interesaba demostrarle al Señor todo el inmenso amor que le tenía. Un amor que no se puede contar, ni pesar, ni medir. Por eso no cabe derramar el perfume a cuentagotas sino derramarlo del todo. Jesús da la razón a la mujer y asocia ese perfume a su sepultura.
María de Betania siempre será “la mujer del perfume”. Ella entra sin hacer ruido. Lo que le interesa es “ungir”, “besar” “secar” los pies de Jesús. Lo que acaba de hacer esta mujer es una bonita parábola del amor. “Jesús entendía la vida de forma que podía incluir el encanto del cabello femenino que acaricia sus pies” (J.Mª Castillo). Y, desde entonces, la gran casa del mundo se llenó de aquel perfume. Con Jesús no caben los amores a medias, los amores mezquinos, los amores interesados. Con Jesús sólo cabe una medida para el amor: el de amar sin medida. Notemos un detalle: esta visita a Betania se realiza antes de la pasión. Jesús es muy humano. Sabe todo lo que le espera: días de dolor, de sufrimiento, de amargura. Y necesita preparar su alma compartiendo su amor con los amigos que le quieren de verdad.
Palabra del Papa
Al acto de María se contraponen la actitud y las palabras de Judas, quien, bajo el pretexto de la ayuda a los pobres oculta el egoísmo y la falsedad del hombre cerrado en sí mismo, encadenado por la avidez de la posesión, que no se deja envolver por el buen perfume del amor divino. Judas calcula allí donde no se puede calcular, entra con ánimo mezquino en el espacio reservado al amor, al don, a la entrega total. Y Jesús, que hasta aquel momento había permanecido en silencio, interviene a favor del gesto de María: «Déjala, que lo guarde para el día de mi sepultura». Jesús comprende que María ha intuido el amor de Dios e indica que ya se acerca su «hora», la «hora» en la que el Amor hallará su expresión suprema en el madero de la cruz: el Hijo de Dios se entrega a sí mismo para que el hombre tenga vida, desciende a los abismos de la muerte para llevar al hombre a las alturas de Dios, no teme humillarse «haciéndose obediente hasta la muerte y una muerte de cruz». (Homilía de Benedicto XVI, 29 de marzo de 2010).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto. (Guardo silencio)
5.-Propósito. En este día no seré ruin, mezquino. Seré generoso en el amor a Dios y a mis hermanos.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, te doy gracias por esta mujer valiente, agradecida, de un gran corazón. Y en ella quiero ver a tantas mujeres anónimas que saben derrochar amor y ternura en el mundo. Un mundo cada vez más violento, más inhumano, más frío, más distante. Este mundo, Señor, necesita “humanizarse”. Y para ello es insustituible la presencia femenina.
ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA
Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén