Lectio Divina: 27 de julio de 2023

Raúl Romero López
24 de julio de 2023

“Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”.


1.- Oración introductoria.

Hoy, Señor, me presento ante ti con una petición sencilla: Haz que tu Palabra se asiente en mí, no como en una arena movediza, sino como en una roca firme; que esa tu palabra no se convierta en masa, sino en levadura; que no se pierda al borde del camino o entre cardizales, sino que sea una suave lluvia que empape la tierra de mi corazón y no vuelva al cielo vacía sino dando “pan y semilla”. Pan para hoy y semilla para mañana. ¡Gracias, Señor!

2.- Lectura reposada del Evangelio. Mateo 13, 10-17

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los discípulos y le preguntaron: ¿Por qué les hablas en parábolas? Él les contestó: A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del Reino de los Cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías: “Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure”. Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen. Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.


3.- Qué dice el texto.

Reflexión.

Jesús sabe que su palabra es como una semilla que puede caer al borde del camino, o entre pedregales; pero no se cansa nunca de sembrar. Por sembrar que no quede. Pero sueña por encontrar un buen terreno que dé treinta, el setenta o el ciento por uno. Lamentablemente hay hoy día muchos que oyen pero no escuchan; oyen sólo con el oído externo, pero no con el oído interior. También hay muchos que ven, pero no miran. Ven con los ojos del cuerpo, pero no con los ojos del corazón. La semilla de la palabra de Dios tiene que encontrar en nosotros una tierra bien labrada,  bien regada y bien abonada. Para éstos va dirigida la palabra de Dios en este evangelio. Hay que adentrarse en el Misterio de Dios. Un Dios cada vez más grande, más maravilloso, más cercano, más Padre.  El acceso al  Misterio de Dios no lo tienen los “sabios y entendidos” de este mundo sino la gente humilde y sencilla que, como María de Nazaret, abren de par en par su corazón a Dios,  sin poner ningún obstáculo.

Palabras del Papa.

“Con esto hemos vuelto a las palabras del Señor sobre el mirar y no ver, el oír y no entender. Jesús no quiere transmitir unos conocimientos abstractos que nada tendrían que ver con nosotros en lo más hondo. Nos debe guiar hacia el misterio de Dios, hacia esa luz que nuestros ojos no pueden soportar y que por ello evitamos. Para hacérnosla más accesible, nos muestra cómo se refleja la luz divina en las cosas de este mundo y en las realidades de nuestra vida diaria. A través de lo cotidiano quiere indicarnos el verdadero fundamento de todas las cosas y así la verdadera dirección que hemos de tomar en la vida de cada día para seguir el recto camino. Nos muestra a Dios, no un Dios abstracto, sino el Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano. A través de las cosas ordinarias nos muestra quiénes somos y qué debemos hacer en consecuencia; nos transmite un conocimiento que nos compromete, que no sólo nos trae nuevos conocimientos, sino que cambia nuestras vidas. Es un conocimiento que nos trae un regalo: Dios está en camino hacia ti. Pero es también un conocimiento que plantea una exigencia: cree y déjate guiar por la fe”. (Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, primera parte, p. 80).


4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya reflexionado. (Silencio)


 5.- Propósito. Me comprometo a leer un texto de la Biblia, escucharlo con el corazón y ponerlo en práctica.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de  su palabra. Ahora yo le respondo con mi oración. Señor, al acabar la oración de este día, mi corazón rebosa de alegría. Has abierto mis ojos y mis oídos para interiorizar tu palabra. Esa palabra tuya tiene fuerza para cambiarme, para transformarme, para salvarme. ¿Qué sería de mí si Tú no me hablaras? Tu palabra es lámpara para mis pasos, luz para mi oscuridad, miel para mis días amargos. ¡Gracias, Señor, por tu palabra! 

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