Lectio Divina: 24 de febrero de 2024

Raúl Romero López
19 de febrero de 2024

“Vuestro Padre celestial, hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia sobre justos e injustos”

1.- Oración introductoria.

Señor, hoy te necesito más que nunca. Lo que me dices en el evangelio de hoy es para mí “un duro hueso de roer”.  Me pides no sólo que perdone a mis enemigos sino que los ame y rece por ellos. ¿No es esto algo antinatural? Yo sé que, por mis  propias fuerzas, no puedo cumplirlo. Te pido que me ayudes, que me des tu gracia, que me eches no  una mano  o mejor, las dos. Sé que sin Ti no puedo hacer nada.  

2.- Lectura reposada del Evangelio. Mateo 5, 43-48

Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos? Y si no saludáis más que a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de particular? ¿No hacen eso mismo también los gentiles? Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial.


3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Dentro del Sermón de la Montaña donde Jesús nos habla de unas exigencias terribles, humanamente imposibles de cumplir, el evangelio de hoy nos propone algo “más difícil todavía” Se nos pide el amor a los enemigos. No hay entre las religiones del mundo ninguna que exija esto. ¿Por qué lo hace Jesús? En el evangelio de Mateo el discípulo siempre está delante de un Padre maravilloso que está al tanto de todo.  Este Padre bueno envía el sol “para buenos y malos”. No hace distinciones. El Padre ama a todos y no puede dejar de amarlos. El sol ilumina, calienta, embellece lo mismo las casas de los buenos como las de los malos.   Y manda la lluvia lo mismo sobre el campo del labrador que mientras siembra entona una jota a la Virgen del Pilar que sobre ese labrador que esparce su semilla entre blasfemias. A ese Padre hay que imitar. ¿Cuál es la recompensa? Ser hijos de tal Padre. Llevar marcadas las huellas del Padre en nuestros rostros, más aún, participar en lo íntimo de nuestro ser del mismo A.D.N que el Padre. Cuando yo llego a perdonar al enemigo, en lo profundo del corazón se ha obrado un verdadero milagro. Yo, por mí mismo, no puedo. Hay dentro de mí un Dios maravilloso que me ama y hace en mí verdaderos prodigios.  ¿Aún quiero mayor recompensa?

Palabra del Papa

“Jesús nos dice dos cosas: primero, mirar al Padre. Nuestro Padre es Dios: hace salir el sol sobre malos y buenos; hace llover sobre justos e injustos. Su amor es para todos. Y Jesús concluye con este consejo: “Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial”. Por lo tanto, la indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor. Él perdona a sus enemigos. Hace todo por perdonarles. Pensemos en la ternura con la que Jesús recibe a Judas en el huerto de los Olivos, cuando entre los discípulos se pensaba en la venganza. Jesús nos pide amar a los enemigos. ¿Cómo se puede hacer? Jesús nos dice: rezad, rezad por vuestros enemigos. La oración hace milagros; y esto vale no sólo cuando tenemos enemigos; sino también cuando percibimos alguna antipatía, alguna pequeña enemistad. Es cierto: el amor a los enemigos nos empobrece, nos hace pobres, como Jesús, quien, cuando vino, se abajó hasta hacerse pobre. Tal vez no es un «buen negocio, o al menos no lo es según la lógica del mundo. Sin embargo es el camino que recorrió Dios, el camino que recorrió Jesús hasta conquistarnos la gracia que nos ha hecho ricos. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 21 de junio de 2013, en Santa Marta).

4.- Qué me dice este texto hoy a mí. (Guardo silencio)

5.- Propósito. Hoy llevaré a mi oración a aquellas personas con quienes me siento más distante.

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Yo hoy quiero darte gracias por tus exigencias. Ellas me llevan a descubrir mejor la anchura y profundidad del corazón de Dios. Ellas me llevan a descubrir en la oración una fuerza especial. Las exigencias cumplidas me hablan del “milagro del corazón”. Ese milagro consiste en poder amar a mis propios enemigos. Ese milagro me lleva a hacer visible al Invisible.

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