“Proclama mi alma la grandeza del Señor”…
1.- Oración introductoria.
Señor, como María, quiero alabarte y glorificarte por todo lo que me has dado a lo largo de mi vida. También quiero alabarte por tantos que no saben, o no quieren alabarte. Y lo quiero hacer con el espíritu que lo hizo María: desde la humildad, desde la pobreza, desde su gran amor. En mi edad ya muy avanzada, quiero ofrecerte, Señor, “el incienso de la tarde”.
2.- Lectura reposada del evangelio Lucas 1, 46-56
En aquel tiempo, María dijo: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí; su nombre es Santo y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes. A los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abraham y su descendencia para siempre. María permaneció con Isabel unos tres meses, y se volvió a su casa.
3.- Qué dice la Palabra de Dios.
Meditación-reflexión
Todos los comentaristas se ponen de acuerdo en decir que este canto de alabanza es como un “bonito mosaico” compuesto con piedrecitas de himnos anteriores, en especial de Ana. Por otra parte sabemos que existían himnos en la comunidad de Qumrán, y también himnos de los salmos de Salomón. Pero nos llama la atención que temas que eran frecuentes en estos himnos, desaparezcan en el Magníficat. “No aparecen el tema de los enemigos, ni del pecado, ni del juicio de Dios, etc.” (F. Bovon). Dios es bueno para todos. Dios es Poderoso, pero no para aplastar a nadie sino para practicar la misericordia con todos. Diríamos que estos himnos han recibido letra del A.T. pero la Virgen los ha cantado “con la música del Nuevo Testamento”. En este himno de María se insiste mucho en la “humildad”. Es todo lo que Dios ha visto en Ella. La humildad cristiana no consiste en considerarse poca cosa, lo último, lo peor, sino en saber que nuestra pequeñez unida a la grandeza de Dios lo puede todo, y que todo lo grande que somos y tenemos es don de Dios. Por este motivo, siendo María humilde, dijo que todas las generaciones le llamarán bienaventurada.
Palabra autorizada del Papa
«He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». María, por la misma actitud interior de escucha, es capaz de leer su propia historia, reconociendo con humildad que es el Señor el que actúa. En la visita a su pariente Isabel, prorrumpe en una oración de alabanza y de alegría, de celebración de la gracia divina que ha llenado su corazón y su vida, haciéndola la Madre del Señor. Alabanza, acción de gracias, alegría: en el cántico del Magnificat, María no ve solo lo que Dios ha hecho en ella, sino también a lo que hizo y hace continuamente en la historia. San Ambrosio, en un famoso comentario sobre el Magnificat, invita a tener el mismo espíritu en la oración y dice: «Que en cada uno esté el espíritu de María para alabar al Señor, y esté en cada uno el espíritu individual de María para exultar a Dios». Benedicto XVI, 14 de marzo de 2012.
4.- Qué me dice a mí hoy este texto ya meditado. (Guardo silencio)
5.-Propósito. Hoy me puede hablar Dios a mí con el mismo espíritu que habló a María. Estoy atento a su escucha,
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Jesús, siguiendo el ejemplo de María, quiero aprender a ver con el corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran percibir. Tu encarnación es un don tan grande que sólo con la fe puedo acogerlo, aun sin comprenderlo. Gracias por salir a mi encuentro en esta oración, fortaleciendo así mi fe en el inmenso e inmerecido amor que me tienes.