Lectio Divina: 20 de mayo de 2024

Raúl Romero López
20 de mayo de 2024

Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre

1.- Oración introductoria.

Cuando uno tiene dolores intensos, no está para nada ni para nadie, sólo para inclinarse sobre sí mismo y sufrir y llorar. Y es impresionante que Tú, Jesús, en medio de aquellos acerbos dolores, no pensaras en ti y tu pensamiento se dirigiera a tu madre. En la Cruz, te preocupa ella. ¿Quién la cuidará?  Por eso se dirige al discípulo amado y le dice: Ahí tienes a tu madre. Cuídamela bien, como yo la he cuidado. Que a mi madre no le falte nada.  

2.- Lectura sosegada del evangelio:  Juan 19, 25-27

         Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa.

3.- Qué dice el texto.

Reflexión

Jesús, antes de morir, quiso dar a la Virgen dos títulos honoríficos: el de mujer y el de madre. Con el título de “mujer” quiere decirnos que María es la mujer ideal, la mujer perfecta, el prototipo de mujer de todos los tiempos. Si la primera mujer Eva fue ocasión de pecado, la segunda Eva, María, fue motivo de gracia. Dice San Ireneo: “El lazo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María. Y Dante, en la divina Comedia, afirma: “La llaga que María cerró y ungió, la hermosa llaga de sus pies, fue aquella que Eva había abierto y punzado”.

El que Jesús llame a la Virgen “mujer” no supone ningún desdoro para ella. La mujer, antes de ser hermana, antes de ser esposa, antes de ser madre, tiene que ser “mujer” Y decir mujer es decir encanto, delicadeza, ternura, ilusión, armonía. Cuando Jesús llama a María “mujer” es como si le dijera: Me encanta que seas femenina.

Por otra parte, Jesús como hombre, tuvo una experiencia que no había tenido como Dios: la experiencia de tener una madre. Y tanto disfrutó de esta experiencia que, antes de morir, nos dejó a su propia madre por madre nuestra. Jesús quiso que todos tuviéramos madre y que nadie en este mundo se sintiera huérfano. Cuando Jesús, al pie de la Cruz, pronunció la palabra “madre” sus labios resecos se impregnaron de dulzura. Y es que la palabra “madre” es la más dulce y la más tierna de todas del diccionario.  

Palabra del Papa

“Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: “He ahí a tu madre”. Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la “mujer” se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, y los ama como los amaba Jesús. La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.  (Homilía de S.S. Francisco, 1 de enero de 2014).

4.-Qué me dice hoy a mí esta palabra ya meditada. (Silencio)

5.-Propósito. Intentaré descubrir en cada rostro de mujer el rostro de María, la madre de Jesús.

 
6.- Dios me ha hablado hoy a través de su palabra. Ahora yo le respondo con mi oración.

Te agradezco, Señor, que me hayas hecho comprender la belleza de los dos títulos que diste a la Virgen María antes de morir: El título de mujer y de madre. Como “mujer” descubro en Ella su delicadeza, su belleza, su armonía, su encanto. Como madre, experimento su cercanía, su bondad, su ternura, su inmenso cariño. Gracias, Señor, por el regalo de la Virgen María.

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