Lectio Divina: 19 de octubre de 2024

Raúl Romero López
14 de octubre de 2024

Al que blasfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.

1.- Oración introductoria.

Señor, en la lectura del evangelio de hoy, me hablas del Espíritu Santo. Lo necesito todos los días antes de hacer mi oración. Yo no puedo conectar con la Palabra inspirada de la Sagrada Escritura si antes no invoco al que la ha inspirado. Por eso te pido que me des tu Espíritu para sintonizar con tu Palabra.

2.- Lectura reposada del Evangelio. Lucas 12, 8-12

«Yo os digo: Por todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. «A todo el que diga una palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. Cuando os lleven a las sinagogas, ante los magistrados y las autoridades, no os preocupéis de cómo o con qué os defenderéis, o qué diréis, porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir».

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

Jesús es una persona ante la cual nadie puede quedar indiferente: O se le acepta o se le rechaza. Y esta decisión está cargada de gravedad: En Jesús nos jugamos la vida a una sola carta. Si opto por Jesús mi opción no es sólo de vida sino de vida eterna.  Lo mismo si lo rechazo. “El que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios”. Blasfemar contra el Espíritu Santo es cerrarse al don de Dios, no querer recibir de Dios lo que Él nos quiere dar. ¿Y qué es el hombre sin Dios? Si lo que caracteriza al hombre es el soplo de Dios sobre el barro, si al hombre le quitamos ese soplo de vida se convierte en pura tierra. Y es imperdonable que el hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, quiera vivir sin aire, sin suelo, sin sol, sin vida. En cambio, el que se deja conducir por el Espíritu Santo, tiene en su corazón, su Maestro Interior, que le dice en cada momento, lo que debe decir y lo que debe hacer. El Espíritu Santo es el gran don que nos dejó Jesús antes de morir.

Palabra del Papa

“Grande es el amor de Jesús por la Iglesia. Jesús se casó con la Iglesia por amor. Es su esposa: bella, santa, pecadora, pero la ama igual. Es un amor fiel; es un amor perseverante, no se cansa nunca de amar a su Iglesia; es un amor fecundo. ¡Es un amor fiel! ¡Jesús es el fiel! San Pablo, en una de sus Cartas, dice: ‘Si tú confiesas a Cristo, Él te confesará a ti, delante del Padre; si tú reniegas a Cristo, Él te renegará a ti; si tú no eres fiel a Cristo, Él permanece fiel, porque ¡no puede renegarse a sí mismo!’ La fidelidad es precisamente el ser del amor de Jesús. Y el amor de Jesús en su Iglesia es fiel. Esta fidelidad es como una luz sobre el matrimonio. La fidelidad del amor. Siempre. Fiel siempre, pero también incansable en su perseverancia. Precisamente como el amor de Jesús por su Esposa. Por ello la vida matrimonial debe ser perseverante. Porque al contrario el amor no puede ir adelante. La perseverancia en el amor, en los momentos bonitos y en los momentos difíciles, cuando hay problemas: los problemas con los hijos, los problemas económicos, los problemas aquí, los problemas allí. Pero el amor persevera, va adelante, siempre buscando resolver las cosas, para salvar la familia. Perseverantes: se alzan cada mañana, el hombre y la mujer, y llevan adelante la familia. (Cf Homilía de S.S. Francisco, 2 de junio de 2014, en Santa Marta).

4.- Qué me dice hoy a mí este texto que acabo de meditar. (Guardo silencio).

5.-Propósito: Pedir insistentemente al Padre que me dé el supremo don: el Espíritu Santo

6.- Dios me ha hablado hoy a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.

Hoy, Señor, he aprendido algo en lo que no había caído en la cuenta: la importancia del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y en mi propia vida de cristiano. Permíteme que no peque nunca contra el Espíritu, que abra mi corazón de par en par a ese precioso regalo. Y que, de aquí en adelante, Él sea el “espacio acogedor” donde yo me retire para respirar a gusto a Dios.

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