Lectio Divina: 14 de septiembre de 2024

Raúl Romero López
9 de septiembre de 2024

Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo.

1.- Oración Introductoria.  

Señor, la cruz, con sus dos palos, uno vertical mirando al cielo y otro horizontal abrazando a todos los hombres, es la señal de los cristianos. No podemos elegir otra distinta. Es la Cruz del Señor. No es una cruz sola, una cruz vacía, sino una cruz abrazada por el crucificado, en un alarde de amor llevado hasta la locura. Que ahí, en la escuela del calvario, aprenda yo a amar a Dios y a mis hermanos. Haz que nunca mire la cruz sin mirar al crucificado.

2.- Lectura reposada del evangelio. Juan 3, 13-17

En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que crea tenga por Él vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.

3.- Qué dice el texto.

Meditación-reflexión

“Tanto amó Dios al mundo”… Me detengo en ese “tanto” que abarca inmensidades. Hasta tal punto, hasta tal extremo, hasta tal locura llegó el amor de Dios al mundo, que entregó a su Hijo único por nosotros. Aquí sobran todas las palabras. Aquí sobran todos los escritos de la literatura universal sobre el amor. Aquí, en la cima de este monte, se ha escrito la página más bella y más sublime sobre el auténtico y verdadero amor. “Nadie ama más al amigo que aquel que da la vida por él”. (Juan 15,13). Aquí el Amador se viste de gala y el amado cae de bruces, se arrodilla y adora en silencio. Dice muy bien Dolores Aleixandre: “Lo que se levanta en alto adquiere la propiedad de ser contemplado por todos, también por los que están lejos”. El evangelista Juan lo recuerda en la muerte de Jesús: mirarán al que traspasaron. En nuestro mundo, cansado de palabras y de propaganda, nadie levanta la cabeza para mirar, a no ser que presienta que ese alguien está traspasado, es decir, atravesado por una pasión, por un amor que le ha llevado más allá de los límites de la razón. Por eso, desde la Cruz, Jesús atrae nuestras miradas.  Una cruz sin Jesús, aleja, repele, da vértigo. Una cruz con el crucificado, acerca, atrae, seduce. Es la seducción del amor.   

Palabra del Papa

“Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho accesible, ha amado tanto al mundo que -nos ha dado a su hijo Unigénito, para que quien cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna-, y en el supremo acto de amor de la cruz, sumergiéndose en el abismo de la muerte, la ha vencido, ha resucitado y nos ha abierto también a nosotros las puertas de la eternidad. Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que Él mismo ha atravesado; es el buen Pastor, bajo cuya guía nos podemos confiar sin temor, ya que Él conoce bien el camino, ha atravesado también la oscuridad. (…) Se nos invita, una vez más, a renovar con valor y con fuerza nuestra fe en la vida eterna, es más, a vivir con esta gran esperanza y a dar testimonio de ella al mundo: después del presente no está la nada. Y precisamente, la fe en la vida eterna da al cristiano el valor para amar aún más intensamente esta tierra nuestra y trabajar para construirle un futuro, para darle una esperanza verdadera y segura”. Benedicto XVI, 2 de noviembre de 2011.


4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya meditado. (Guardo silencio)

5.- Propósito. Buscaré un lugar solitario para mirar a Cristo en el Cruz. En silencio le adoraré y le daré un beso lleno de ternura.

6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración. 

Señor, Tú en la Cruz aún tuviste fuerzas para gritar. Y tu grito no fue de desesperación sino grito de parturienta, cargado de esperanza. Tu grito fue fecundo pues con él alumbraste una nueva vida.  Yo hoy, contemplando tu rostro, tu gesto de amor inmenso, no puedo gritar, ni hablar, ni pensar, solamente, mirar, contemplar, quedarme mudo, y, en medio del estremecimiento, ¡adorar tu Cruz!

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