El que ama su vida, la pierde
1.- Introducción
Señor, me encantan estos contrastes tan bonitos del evangelio: “perdiendo se gana”, “dando se recibe”, “muriendo se vive”. Yo quisiera que esto lo llevara a la práctica, y no fueran solo unas palabras ingeniosas. Haz, Señor, que de una vez por todas, me convenza de que “el Evangelio siempre tiene razón».
2.- Lectura sosegada del evangelio. Juan 12, 24-26
En aquel tiempo Jesús dijo a sus discípulos: en verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.
3.- Qué dice el texto.
Meditación-reflexión
El profeta Isaías nos habla de un Dios que hace germinar la tierra para que dé “simiente al que siembra y pan al que come” (Is. 55,10). Si Jesús compara nuestra vida al “grano de trigo” es para decirnos que nuestra vida, como el grano de trigo, no la podemos guardar en el granero, porque queda solo y ahí se pierde. Y en la vida podemos optar por dos cosas: a) por “quedarnos solos” guardando la vida, conservándola de una manera egoísta, sin dar ningún fruto, y al final “muriéndonos de asco”; o entregarla a los demás convirtiéndonos en “pan” para ser partido y comido por los demás al estilo de Jesús en la Eucaristía. Hacer de la vida una entrega desinteresada por los demás, especialmente por los que más lo necesitan, eso es llenar la vida, eso es acertar en la vida. Pero hay más. El grano, además de hacerse pan, debe también convertirse en “semilla”. El buen cristiano no sólo se preocupa del presente inmediato, de las personas a las que puede ayudar y servir mientras vive. Como Jesús, debe dejar semillas para los que vienen detrás, para que también ellos se aprovechen y puedan cosechar un fruto que ellos no han sembrado. “Ser pan” “ser semilla” ¡Qué vida tan bonita! Vivir desviviéndose uno por la gente y seguir dando fruto aún después de muerto. ¿No te apuntas a esta maravillosa aventura?
Palabra del Papa.
“La gente conoce el recorrido de la semilla, desde los recovecos del suelo que la asfixia, la pudre y allí muere, pero con gran asombro, aparece viva sobre los surcos y se convierte en una dorada espiga con muchos granos nuevos. En otras palabras, la semilla muere sola y resucita multiplicando sus frutos. Nuestro Señor Jesucristo, «murió solo y resucito acompañado de muchos». (San Beda) Jesús nos invita a seguirle en esa entrega total. Nos invita a tener una actitud de confianza completa y sin reservas a la salvación del reinado de Dios. Esta actitud y conducta nos la enseña Jesús no sólo con palabras sino con su misma vida, muerte y resurrección. Recordemos las palabras de Jesús: «Nadie tiene mayor amor que quien da la vida por los que ama». El que entrega su vida por los demás, ama de veras, se olvida de su propio interés y de su propia seguridad y lucha por una vida digna y libre para todos. El martirio de san Lorenzo sucedió en los orígenes de la Iglesia, pero siempre los mejores cristianos han dado su vida por los demás siguiendo el ejemplo de Jesús. Ahora nos toca a nosotros y nos podemos preguntar cada uno de nosotros: ¿Hasta dónde estoy dispuesto a llegar?” (Homilía de S.S. Francisco, 22 de marzo de 2015).
4.- Qué me dice hoy a mí este texto ya reflexionado. (Silencio)
5.-Propósito. No puedo permitirme el lujo de perder un solo día de mi vida. Hoy la llenaré de sentido hasta rebosar.
6.- Dios me ha hablado hoy a mí a través de su Palabra. Y ahora yo le respondo con mi oración.
Señor, es muy triste ver pasar la vida sin descubrir su sentido, sin vivirla a tope, sin gustarla, sin saborearla. Hoy te doy gracias porque he aprendido del evangelio que la mejor manera de llenar la vida es dándola y entregándola por las personas que más lo necesitan. Dame, Señor, la sabiduría necesaria para comprender que Jesús no nos enseñó una doctrina que se sacó de la chistera sino una doctrina impregnada de vida. En Jesús había una coherencia total entre lo que decía y lo que hacía. Señor, que yo haga lo mismo.