Las cosas son diferentes en el más allá

Pedro Escartín
5 de noviembre de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXXII del tiempo ordinario.

Los saduceos constituían uno de los grupos de mayor influencia social cuando Jesús vivió en nuestra tierra. Hoy los calificaríamos de burgueses satisfechos: colaboraban con los romanos para no ver amenazados sus negocios y riquezas, hacían oídos sordos a la llamada de los profetas y negaban la resurrección de los muertos. Sus expectativas no iban mucho más allá de la vida terrena. Todo esto nos lo ha adelantado el párroco para situarnos ante el evangelio de este domingo (Lc 20, 27-38), en el que se narra una diatriba que mantuvieron con Jesús. A pesar del paso del tiempo, hoy sigue habiendo saduceos de corazón…

– O eso pienso yo -he dicho a Jesús después de recoger los cafés-.

– Es verdad -me ha respondido-. Si no fuera por la “ley del levirato”, que ha quedado desfasada, los demás ingredientes son del todo actuales. Pero te voy a recordar una cosa para evitar que caigas en ese pesimismo destructor que a veces os invade.

– Tú dirás -he replicado con sorpresa-. ¿No será sobre la “ley del levirato”?

– No es eso lo más relevante. Si tenemos tiempo, ya la comentaremos; pero ahora no pases por alto el martirio de los siete hermanos, que se narra en la primera lectura (2 M 7, 1-14) -ha dicho cogiendo la taza de café-. Aquellos mártires afrontaron la muerte con esperanza porque creían en la resurrección: «Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará», dijeron al tirano. ¡Esta convicción ha sostenido a tantos mártires a lo largo de la historia! En esta tierra tenéis ejemplos muy elocuentes y recientes.

-¿Quieres decir que pensabas en nuestros mártires cuando replicaste a los saduceos? -he preguntado con creciente interés-.

– En los vuestros y en las de todos los tiempos. Ahora también hay mártires, a pesar de la secularización y del desánimo que os produce -ha dicho con rotundidad-. Los de Corinto, presionados por el clima descreído de aquella ciudad portuaria, profesaban la fe en mi resurrección con dudas y reticencia; mi apóstol Pablo les escribió: «Si solamente para esta vida tenemos puesta nuestra esperanza en Cristo, ¡somos los más desgraciados! ¡Pero no! Cristo resucitó como primicia de todos» Ahí tenéis una convicción sólida en la que apoyaros…

– Recuerdo que el periodista guatemalteco José Calderón, amenazado de muerte, escribió: «Dicen que estoy amenazado de muerte. Tal vez. Sea de ello lo que fuere, estoy tranquilo, porque si me matan no me quitarán la vida. Me la llevaré conmigo… Los cristianos no estamos amenazados de muerte. Estamos “amenazados” de resurrección».

– Efectivamente. Recuerda mis palabras, que conservó el evangelista Mateo: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma… ¿No se venden dos pajarillos por unos céntimos? Pues ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento e vuestro Padre; vosotros valéis más que muchos pajarillos». Por eso, os ofrezco la fe en esa vida “otra”, de la que yo y mi Madre bendita ya gozamos junto al Padre. Los saduceos estaban demasiado apegados a sus bienes para que entendieran que en la vida futura ya no será necesario casarse, ni engendrar hijos, ni atesorar bienes, ni la “ley del levirato”. Os bastará con gozar del amor y la felicidad de Dios…

– ¿Y qué hacemos con la “ley del levirato”? -he dicho viendo que se hacía la hora-.

– La dejaremos para otro día; a los saduceos les sirvió de poco y en estos tiempos ha quedado desfasada. Hablar de ella sería pura erudición; importa más pensar en esa vida “otra”, en Dios, que os saciará plenamente -ha concluido acercándose a la barra-.

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