Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del II Domingo de Cuaresma – B – (25/02/2024)
El párroco nos ha dicho que, el evangelio de este domingo de Cuaresma (Mc 9, 2-10), narra la segunda epifanía de Jesús. La primera ocurrió cuando unos Magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando por el Rey de los Judíos, y hoy Jesús se muestra transfigurado ante tres discípulos suyos mientras la voz del Padre lo identifica como su Hijo amado. En ambos casos hay una epifanía, aunque empañada por sombríos presagios…
– Tengo la impresión de que una sorda amenaza acompañó toda tu vida -he dicho a Jesús ya acomodados con nuestros cafés sobre la mesa-. Cuando aquellos Magos de Oriente te reconocieron como rey, Herodes amargó el gozo de tu nacimiento y tuviste que huir como un refugiado perseguido, y en la montaña donde te transfiguraste estuviste hablando con Moisés y Elías de tu “éxodo que iba a consumarse en Jerusalén”, según el relato de Lucas refiriéndose a que hablasteis de tu cercana muerte y resurrección.
– Así es -me ha confirmado-, pero yo no hablaría de “una sorda amenaza”, porque el que se cumpla la voluntad del Padre no es una amenaza, sino la prueba más entrañable de que el Padre os ama.
– Aclárame lo que dices, porque no lo entiendo -he dicho perplejo-. Resulta que José tuvo que coger a María contigo recién nacido y huir a Egipto porque Herodes quería eliminarte. ¿No fue eso una amenaza? Y la condena a muerte, que tus enemigos fraguaron día a día y al final lograron arrancar al gobernador romano, ¿tampoco fue una amenaza?
Jesús me ha mirado serenamente y sin prisas ha tomado un sorbo de café; luego me ha dicho:
– Vosotros os sentís amenazados cada vez que los acontecimientos no se acomodan a vuestras expectativas. Si esperáis tener éxito o conseguir que os aplaudan y reconozcan el bien que hacéis, pero ocurre lo contrario, os ponéis a cavilar que alguien os quiere mal u os persigue y urdís en vuestra imaginación una trama de amenazas. Y no digo que no sea así: que Herodes se sintiera amenazado por una criatura nacida en el mayor desamparo no deja de ser ridículo, pero así ocurrió. Lo mismo que fue incomprensible que los fariseos llegaran a decir que aquel ciego de nacimiento, que yo curé en sábado y al que todos conocían, no había sido ciego, sino que era uno que se le parecía. Y también que pensaran eliminar a Lázaro después de que yo lo resucitara, porque al verlo vivo muchos creían en mí. Pero, como decís vosotros: “en el pecado llevaban la penitencia”. Esa ceguera les impedía descubrir el regalo que el Padre les hacía al enviarme a este mundo, y sus vidas siguieron siendo tristes y rastreras…
– Lo que dices está muy bien -he interrumpido-, pero no elimina las amenazas que se cernieron sobre ti hasta conseguir tu condena a muerte.
– Amigo mío -ha dicho con tono firme-, no olvides que el Padre es Dios y ni un gorrión cae al suelo sin su consentimiento. Si consintió y sigue consintiendo que las torcidas intenciones de algunos produzcan daños y dolor, es porque, al daros el don de la libertad, os tomó en serio y se ató las manos esperando que seáis responsables de vuestros actos. Pero sobre todo porque así es su amor hacia vosotros. Pablo lo ha dicho en la segunda lectura de hoy: «El que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él? Cristo murió, resucitó y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros».
– O sea, que el Padre nos ama hasta el extremo de entregarnos a su Hijo. Tendré que revisar lo que yo veo como amenazas, porque lo que dices suena a contracultural -he concluido-.
– No es contracultural, es fe -ha corregido-. También Pablo lo dijo con claridad: «Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien». ¿Dónde quedan las amenazas?