La palabra de Dios en la vida del enfermo (XI)

Raúl Gavín
15 de marzo de 2018

SAN PABLO. LA ENFERMEDAD, COMO ACONTECIMIENTO DE FUERZA 

Ya nos referíamos al hablar de Jacob que el patriarca conoció “luchando” con Dios su debilidad y que a partir de aquella noche de combate, no fue más Jacob sino Israel, que significa “fuerte con Dios”.

Acontecimiento similar experimentó Saulo de Tarso que escribía así a los Corintios siendo ya el apóstol Pablo: “Por ello, tres veces le he pedido al Señor que lo apartase de mí (un emisario de Satanás que me abofetea para que no me engría) y me ha respondido: te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad. Así que muy a gusto presumo de mis debilidades, para que resida en mí la fuerza de Cristo...por eso vivo contento en medio de mis debilidades….porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Cor. 12, 8-10).

Saulo perseguía a una secta herética, los cristianos, y quería exterminarlos sin saber que, a quien hostigaba, era al mismo Dios, Jesucristo. Creyendo ser fuerte, camino de Damasco, descubrió su debilidad, una ceguera más profunda que la de sus ojos. Por el contrario, siendo insultado, perseguido, derribado y enfermo, se sintió más fuerte que cuando, siendo Saulo, contemplaba el mundo subido en su caballo.

Asimismo, la enfermedad resulta ocasión propicia para vivir igual experiencia a la de Pablo; es decir, caer del caballo primero y sentir la fuerza de Dios en medio de la aparente debilidad. Oportunidad, por tanto, para tener un encuentro personal con Dios, con Jesucristo. Porque aquel que se sienta fuerte en medio de la enfermedad, de los dolores y los sufrimientos es que ha sentido la acción de Dios en su vida concreta y, siendo así las cosas, inevitablemente en ese hombre, nace una nueva persona, se produce un cambio de existencia como el que aconteció a Saulo.

¿Y de dónde viene esa fuerza? Sin duda de Dios, pero de Dios como Verdad. Me refiero a que la enfermedad pone delante del hombre la auténtica Verdad de la vida y ésta no es otra que nos morimos, que somos hombres que caminamos hacia la muerte. La enfermedad nos despierta del sueño de creernos inmortales y nos hace tomar en peso nuestra propia vida, nuestros actos pueden comenzar, a partir del momento de la aceptación de la enfermedad, a tener una dimensión escatológica. Tal vez, hasta ese momento, aún siendo cristianos confesionales, hemos vivido como ateos prácticos preocupados exclusivamente de asegurarnos el pan olvidando que el hombre se alimenta más bien de toda Palabra que sale de la boca de Dios.

La enfermedad, en definitiva, presenta al hombre la fuerza de la verdad de la Vida, su problemática más profunda, que no es ni familiar, ni social, ni laboral, ni económica sino fundamentalmente trágica y existencial.

San Pablo es consciente de esta Verdad, de este caminar hacia la muerte del cristiano; mas él se siente fuerte en medio de los sufrimientos y las persecuciones porque asume la muerte como lo mejor que le pudiera pasar, como una ganancia (Flp, 1,21). Porque la fuerza de Pablo le viene del conocimiento de la victoria de Cristo sobre la muerte y de la seguridad en que estamos resucitados con Cristo. Por eso morir es mejor que vivir. Porque morir es partir con Cristo.

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