La palabra de Dios en la vida del enfermo (VIII)

Raúl Gavín
22 de febrero de 2018

LA ENFERMEDAD, COMO ACONTECIMIENTO DE DESIERTO

El desierto es una de las palabras más ricas y profundas de las que se recogen en la escritura. Es lugar para la prueba pero también para la manifestación poderosa de Dios. «Recordarás todo el camino que Yahvé, tu Dios, te ha hecho andar estos cuarenta años por el desierto a fin de humillarte, probarte y saber lo que encierra tu corazón…» (Dt 8,2).

“Lo que encierra tu corazón”…El desierto de la enfermedad es ocasión propicia para conocer nuestro interior, el edificio sobre el que hemos construido nuestra vida. La ausencia de distracción externa, nos conduce inevitablemente a ojear nuestro interior y descubrir la verdad de lo que somos, de lo que creemos, de lo que confiamos y de lo que esperamos.

Ante la enfermedad, no caben disfraces ni máscaras; y brota naturalmente lo más miserable y lo más sublime de nosotros. En el desierto, Israel adoró al becerro de oro y quiso apedrear a Moisés y, en este mismo lugar, escuchó la voz de Dios y recibió las tablas de la Ley.

Como ocurrió con Israel, en ocasiones es necesaria la experiencia del desierto, del sufrimiento, de la enfermedad, para así disponernos a escuchar la voz del único Dios y así abandonar a los “otros dioses” en los que poníamos nuestra seguridad, a los que pedíamos la vida y no podían dárnosla. Sin saberlo, lo cierto es que antes de la enfermedad, separados de Dios, también transitábamos por el desierto porque vivíamos desterrados, separados de Dios. De hecho, para el pueblo de Israel, el destierro de Babilonia fue mucho más duro que el de sol y arena.

Cabe subrayar en este punto que ser llevado al desierto, no deja de ser un detalle de amor de Dios, de muestra de elección, porque allí, donde parece que nada pueda ocurrir, Él quiere darse a conocer, desea hablar a nuestro corazón: «Por tanto, he aquí que yo la seduciré y la conduciré al desierto, y le hablaré al corazón…”(Os 2,16). Asimismo, debemos reconocer en la enfermedad una elección de Dios por nosotros, un regalo de amor, una llamada para seducirnos y hablarnos al corazón.

Así pues, el desierto tiene un doble significado que se complementa: Por una parte, es lugar de elección y por otra, ocasión de purificación: ambos aspectos constituyen la preparación necesaria para un nuevo nacimiento. Israel, de hecho, había nacido en el desierto; y entre la arena y el sol abrasador, adquirió un identidad más fuerte que la de ningún otro pueblo sobre la tierra.

Contemplemos la enfermedad como ocasión de refugio; porque nuestra salvación se inicia en el desierto. Así sucedió hace dos milenios cuando gente de toda la región de Judea y todos los de Jerusalén, marchaban al desierto confesando sus pecados, para ser bautizados por Juan (Mc. 1,5)

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