La palabra de Dios en la vida del enfermo (IX)

Raúl Gavín
1 de marzo de 2018

LA ENFERMEDAD, COMO ACONTECIMIENTO DE CRUZ

Como hemos descrito hasta este momento, apoyados en personajes y espacios bíblicos, la enfermedad para el cristiano no es una maldición sino una ocasión de conversión, una llamada de Dios a la escucha de su voz, una ayuda para nuestra purificación y una preparación para recibir dones mayores.

Pero, siendo esto así, ciertamente la enfermedad es también acontecimiento de cruz, que aunque gloriosa después, primeramente supone terrible instrumento de tormento.

Sin embargo, reconocer la cruz en la enfermedad nos ha de conducir a poner los ojos fijos en Cristo crucificado a semejanza de aquella serpiente de bronce levantada en medio del desierto. “Cuando una serpiente mordía a alguien, éste miraba a la serpiente de bronce y salvaba la vida” (Núm. 21, 4-9). Así pues, frente a la enfermedad, Dios levanta a nuestro lado en la cruz, a su hijo Jesucristo para que giremos nuestro rostro y nuestros ojos queden fijos en los suyos para así no morir, no desesperar, salvar la vida.

Y no sólo eso. Además de Jesucristo, al lado de la cruz, siempre tendremos la compañía de María, madre de Jesús y madre nuestra. “Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena.” (Jn. 19, 25). Cuando llegue nuestra hora, ya sea de la muerte o de la enfermedad, podemos mirar no solo a Cristo en la cruz sino también a María a sus pies; y a semejanza de nuestra Madre, en la hora de la oscuridad, no ceder a la tentación del odio, la desesperación o la duda.

De la misma manera que la columna de nube durante el día y la de fuego durante la noche, acompañaba al pueblo de Israel por el desierto mostrándoles el camino; asimismo la Virgen nos precede en el momento del combate y de la prueba y nos muestra el camino, la verdad y la vida que es Cristo.

Por otra parte, aceptar la enfermedad, cargar con el sufrimiento sobre nosotros, nos convierte en auténticos cristianos, nos otorga dignidad, como expresa el mismo Jesucristo: “El que no tome su cruz y me siga, no es digno de mí” Para ello, previamente, es precisa una condición que nos presenta también el Señor: la negación de uno mismo. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt. 16-24).

Bajo este último prisma, la enfermedad constituye una oportunidad para cumplir las condiciones necesarias para ser discípulo del Maestro. Negarse uno mismo es lo que mostró el Señor en la cruz, como expresa maravillosamente San Pablo en el Himno a la Kenosis (Flp. 2, 1-11) “…el cual siendo Dios no retuvo ávidamente su dignidad sino que se hizo hombre….y…se humilló a sí mismo tomando condición de esclavo, obedeciendo hasta la muerte…”. Negarse es lo que hizo Cristo que ante la cruz no abrió la boca, como cordero llevado al matadero (Is. 53,7).

La cruz de la enfermedad, en fin, es anticipo de victoria. Como rezamos en la famosa plegaria “stabat mater”, que Dios nos conceda que su Madre nos guíe a la palma de la victoria. Y cuando nuestro cuerpo muera, que a nuestra alma se le conceda el Paraíso y la gloria.

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