La palabra de Dios en la vida del enfermo (III)

Raúl Gavín
18 de enero de 2018

ABRAHÁN Y LA ENFERMEDAD COMO ACONTECIMIENTO DE INCERTIDUMBRE Y DE FE (Gn. 11, 26 – 25,18)

El anuncio de una enfermedad o el acompañamiento constante de ésta en la vida del hombre, viene a resultar acontecimiento de incertidumbre, por una parte, mas, por otra, circunstancia propicia para el encuentro y la intimidad con el Señor; por lo tanto, el enfermo, tomando ocasión de un hecho aparentemente desdichado, tiene la oportunidad de emprender un profundo viaje hacia la fe, como ocurrió con Abrahán, como sucede con cada hombre que fiado de la Palabra de Dios, se pone en camino.

Interesa en este momento destacar dos aspectos de este personaje:

  • Abrahán era politeísta, creía en muchos dioses como era costumbre en su época.
  • Abrahán era un anciano fracasado porque no tenía hijos ni una tierra donde ser enterrado.

Si somos sinceros con Dios y con nosotros mismos, deberemos reconocer que, como Abrahán, también nosotros adoramos a otros dioses distintos del verdadero. Como subraya el catecismo, la idolatría consiste en divinizar lo que no es Dios, trátese del poder, del placer, del dinero, etc. ¿Quién no reconocerá connotaciones “politeístas” en su corazón.

Abrahán es posiblemente, la figura más existencial que aparece en la Escritura y, por ello, resulta adecuado para iluminar cualquiera de las realidades existenciales que puedan acontecer al hombre, ya sean de enfermedad, de sufrimiento o de muerte.

Abrahán, como cualquier hombre, buscaba la felicidad pero no la encontraba y ahora que ya es anciano no descubre sentido a su vida. Tal vez quien lea estas líneas haya tenido un experiencia similar. Toda la vida trabajando, luchando y ahora, de pronto, se reconoce anciano, enfermo, solo, sin que sus hijos vengan a visitarle y pensando si algo que ha hecho en su vida ha tenido sentido. En parecida situación existencial se encontraba Abrahán cuando escucha en su interior una voz que le invita a ponerse en camino, a dejarlo todo, a abandonar sus seguridades, sin saber a donde ir, solo fiado de una palabra que le prometía que le iba a dar ese hijo y esa tierra con los que había soñado. Es decir, esa voz prometía a Abrahán que iba a dar sentido a su vida.

El camino que emprende Abrahán es la fe. Porque la fe no es una especie de magia que sobreviene de improviso sino que la fe es un recorrido, un camino. La enfermedad es un billete especial para emprender este viaje de fe. Como describe San Juan de la Cruz: “Para venir a lo que no sabes has de ir por donde no sabes.”

San Pablo dirá sobre Abrahán que esperó contra toda esperanza y no vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor y el seno de Sara igualmente estéril. Abrahán se puso en camino y al final de su vida, cuando vio con sus propios ojos que Dios había cumplido sus promesas y en la ancianidad le había dado ese hijo y esa tierra que anhelaba, Abrahán había dado el paso definitivo de su vida partiendo de la religiosidad y alcanzando la fe. La enfermedad nos impulsa así a una fe adulta, a abandonar las aparentes seguridades que nos ofrece “el mundo” y emprender el camino de la fe abandonados y confiados en la Palabra que nos invita a salir de nosotros mismos y nos promete dar sentido a todo cuanto nos ocurre.

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