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La higuera y el viñador

Pedro Escartín
22 de marzo de 2025

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del III Domingo de Cuaresma – C – (23/03/2025)

El punto de partida del evangelio en esta tercera semana de Cuaresma (Lc 13, 1-9) está en dos noticias que la gente contó a Jesús: que Pilato había degollado a unos galileos revoltosos cuando ofrecían sus sacrificios en Jerusalén, y que al derrumbarse la torre de Siloé aplastó a dieciocho personas. Interpretaban aquellas desgracias como un castigo divino por los pecados ocultos de los que habían perecido, pero Jesús rechazó esta interpretación y aprovechó la oportunidad para recordar que todos necesitamos convertirnos porque todos somos pecadores…

– Fuiste muy rotundo aquel día al decirles que los que perecieron en aquellas dos desgracias no eran más pecadores que los que se salvaron. ¿Por qué tanta rotundidad?

– Porque necesitaban clarificarse. Ellos, y puede que vosotros también, pensaban que una muerte inesperada y ciertas enfermedades o accidentes y otros males que os sobresaltan son un castigo divino, y a veces os preguntáis: ¿qué he hecho para merecer esto?, como si el Padre tomara nota de de cada pecado para imponer el castigo correspondiente. Pero el Padre “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”, como dijo por boca del profeta Ezequiel…

– Hasta tus discípulos pensaban así. Recuerdo que, cuando curaste a un ciego de nacimiento junto a la piscina de Siloé, te preguntaron: “¿Quién pecó él o sus padres, para que haya nacido ciego?”

– ¿Y recuerdas que les respondí: “ni él ni sus padres; es para que se manifiesten en él las obras de Dios”? Ahí tienes la explicación -me ha dicho mirándome con su taza de café entre las manos-.

– Pero si esas desgracias que nos desconciertan no son un castigo, ¿por qué dijiste en otra ocasión que ni un gorrión, ni un pelo de vuestra cabeza caen al suelo sin que lo disponga nuestro Padre?

– Amigo, el Padre es capaz de sacar bienes de lo que de inmediato os parecen males. Vivís tan pendientes de lo que llamáis “una vida feliz” que olvidáis que vuestro domicilio no está en esta tierra porque sois ciudadanos del cielo. Por eso: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo». No dejes que lo espiritual desaparezca de tu horizonte y verás que las desgracias no son un castigo.

– Pues, ¿qué son? ¿Un regalo?

– Son el camino que el Padre ha previsto para cada uno en su providencia. Aprende de mi madre; cuando los acontecimientos la aturdían «conservaba aquellas cosas meditándolas en su corazón» y así llegó a entender que un edicto del emperador romano la llevase a darme a luz lejos de su casa y en la desolación de un establo, o que los miedos y ambiciones de Herodes la hicieran huir a Egipto conmigo recién nacido en sus brazos. El ángel le anunció que iba a ser la madre del Altísimo, pero ¿qué Altísimo era aquel hijo sujeto a las vicisitudes de la vida como cualquier mortal? Y como ella, José, Simeón, Ana, y miles de hombres y mujeres que han visto la mano del Padre en tantos hechos vulgares o desgraciados, que han terminado siendo acontecimientos salvadores para muchos…

Enfrascados en la conversación, nos hemos olvidado de que los cafés se estaban enfriando. Mientras apuraba el mío, Jesús me ha dicho:

– Yo soy el viñador de la parábola que conté a continuación; siempre estoy dispuesto a cuidar con mimo la higuera, esperando que así dará frutos; es el camino trazado por el Padre. Aunque cueste aceptarlo, conduce a una vida feliz. Lo demás es la hojarasca de una higuera que no tiene frutos.

Y recogiendo nuestras cosas, hemos salido dispuestos a hacer que hoy sea “el día del Señor”.

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