Hace una década, la parroquia de N. S. del Perpetuo Socorro (Redentoristas) de Zaragoza se embarcó en un proceso de renovación a todos los niveles. Poco a poco, se fue pasando de un modelo de Iglesia dedicada casi en exclusiva al culto a otro centrado en la comunidad, la acogida y la misión. En medio de ese proceso, se vio la necesidad de renovar la catequesis, apostando por un sistema (Montesori) que ya ha empezado a dar sus frutos.
Cualquiera que se haya dedicado a la catequesis sabrá que uno de los grandes problemas a los que se enfrenta el catequista es la falta de sintonía entre lo que se pide (el sacramento) y lo que se vive en familia. Tanto los padres como los hijos perciben la catequesis como una extraescolar más. El párroco de N. S. del Perpetuo Socorro, Jorge Ambel, lo ve claro: «es un desastre, porque al final hacemos de canguros sin resultados». Sólo hay que fijarse en las familias que vuelven a la Iglesia al curso siguiente después de haber tomado la Primera Comunión. Por eso, desde esta parroquia zaragozana se tomó la decisión de dar un golpe de timón apostando por la Catequesis del Buen Pastor (CBP). «Lo hablamos con las catequistas, lo meditamos, lo rezamos… y al final, salió. Al principio, con miedo, porque suponía un cambio integral, pero luego vimos que era el Espíritu el que actuaba y lo presentamos al Consejo Pastoral». Tras una inversión para adaptar los espacios y una formación previa, empezaron a funcionar.
FILOSOFÍA
La pedagogía Montesori parte del convencimiento de que el niño es un ser humano pleno capaz de tener una experiencia de Dios. Es un proceso que busca responder a las necesidades espirituales del niño en función de su momento de desarrollo personal. «Entendemos que la Primera Comunión nace de un deseo del niño de unirse a Jesús. La Primera Comunión está dentro del proceso, no es el objetivo. El objetivo es el proceso de encuentro y dentro de este encuentro, la comunión se celebra cuando el niño expresa ese deseo. No por deseo de los padres o porque les toque».
EL MÉTODO
La CBP se vive a lo largo de hora y media o dos horas en un lugar especial, el Atrio, ordenado con normas fijas: «no hacen lo que les da la gana», donde el catequista es un mero acompañante. «Los protagonistas son Dios y el niño». Para Mercedes Molina, catequista, «el método ha supuesto en todas nosotras un antes y un después. Ya no eres el profesor sino el vehículo para dejar actuar al Espíritu Santo en los niños». El relato de su rutina suena a ciencia ficción para quienes llevan años dedicándose a esta labor. «Todos vienen muy contentos. Están mucho más tranquilos. Durante las presentaciones escuchan atentos y con interés. Durante el tiempo de trabajo hay un silencio que nunca habíamos experimentado. Aprenden rápido y no olvidan lo aprendido. El mayor descubrimiento ha sido el ser testigo de cómo el Espíritu Santo actúa en los niños haciéndolos crecer». El párroco advierte sin embargo que esto requiere de un esfuerzo previo: «Detrás de los “muñequitos” y de las formas hay mucha preparación. La estética puede parecer infantiloide pero detrás hay un estudio muy serio».
PARROQUIA EN MISIÓN
La apuesta por la CBP parte de una conversión pastoral que los Redentoristas de Zaragoza tuvieron muy claro desde el principio. «Cuando llegamos, la iglesia solo se abría para las misas. Ahora somos un espacio de encuentro abierto todo el día», cuenta Jorge Ambel, quien no oculta que en el camino se han encontrado «resistencias» e incluso algún abandono. Sin embargo, este párroco está convencido de que la propuesta de fe ha de llegar después de la acogida. «Primero creamos espacios de escucha, de acompañamiento personal». Todo ello sostenido por la comunidad, que es quien discierne y dedide que estos cambios se lleven a cabo. «Vale la pena cuando ves que detrás de todo está el Espíritu actuando».