La arcilla y el alfarero

Pedro Escartín
2 de diciembre de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del I domingo de Adviento – B –

Volvemos al Adviento como si el Año litúrgico fuera una rueda que gira y gira sin llegar a ningún lugar. Sin embargo, el párroco nos ha advertido que no es así y nos ha recordado que cada día sale el sol y abre una nueva jornada cargada de sorpresas y posibilidades. De igual modo, ha dicho, Dios nos invita, en cada Adviento, a descubrir un nuevo motivo para ser fuente de vida. Quiero saber si Jesús entiende el Adviento como mi párroco…

– Pues tu párroco no anda desencaminado -me ha dicho después de proponerle mis dudas-. ¡Es tan hermoso descubrir la novedad de cada amanecer, de cada encuentro con vuestros hermanos y con las tareas que ocuparán vuestra jornada…!

– Pero yo no estoy para hacerme esas consideraciones cuando apenas me he espabilado -he replicado llevando nuestros cafés a una mesa vacía-.

– Por eso os he dicho en el evangelio de este domingo (Mc 13, 33-37) que el portero debe velar para que el amo lo encuentre despierto cuando llegue -me ha respondido-.

– Bastante achuchada está la vida como para pasar la noche en vela -he suspirado-.

– Precisamente por eso hay que velar: porque la vida es complicada -ha reaccionado dispuesto a saborear su café-. Bien sé que, en los pocos años que ha consumido el presente siglo, habéis sufrido dos crisis económicas, una pandemia y un terremoto cerca de vosotros; tenéis una guerra en Europa, cuando pensabais que el fantasma de la guerra se había alejado de Europa para siempre; seguís amenazados por las consecuencias del calentamiento global del planeta… ¿me vas a decir que no tenéis nada nuevo en qué pensar cada mañana?

– Pero, ¿qué podemos hacer? -le he preguntado con mi taza en la mano-.

– Eso es justamente lo que cada día tenéis que descubrir -ha respondido de inmediato-. En medio de la angustia que os producen esas situaciones, mi Padre os convoca a alzar los ojos, a no ser espectadores y a comprometeros en bien de vuestros hermanos y de la hermana-madre tierra, que os sustenta y rige, tal como cantó mi querido Francisco de Asís.

– Me parece que nos estás poniendo “deberes” para este Adviento -he replicado mirando hacia otro lado-.

– Es que no hay otra -ha insistido-. Te recordaré algo que hoy has escuchado, pero no sé si lo tienes en cuenta: seis siglos antes de que yo viniese a vuestra tierra en carne mortal, el pueblo de Israel volvió del destierro de Babilonia al que Nabucodonosor lo había abocado, y se instaló de nuevo en la tierra que el Padre les había entregado; pero el entusiasmo inicial pronto dio paso al desánimo por las dificultades que encontraban para recomponer su vida. Entonces, Yahweh envió a Isaías y el profeta les hizo recapacitar y les impulsó a reconocer: «Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es “Nuestro redentor”. Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano». Si has estado atento lo habrás escuchado en la primera lectura (Is 63, 16-19; 64, 2-7).

– Es decir: que, si nos dejamos ser como la arcilla, el alfarero hará con nosotros un hermoso jarrón…, ¿no es así? ¡Buena sugerencia para este Adviento! ¡Gracias!

– Da las gracias al Espíritu Santo, que es quien inspiró al profeta Isaías.

– Pues gracias a ti, al Padre y al Espíritu por este reconfortante café dominical que me ofrecéis. Paguemos la cuenta y hasta el domingo que viene.

– Y no te olvides de felicitar a mi Madre el próximo viernes. Se alegrará mucho.

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