José LuisNavarro, Monje trapense en Marruecos: “El Islam no es igual a violencia. Aprendo mucho de los buenos musulmanes”

José María Albalad
1 de enero de 2017

El 1 de enero se celebra la Jornada Mundial de la Paz, en la que el papa Francisco insta “a construir comunidades no violentas, que cuiden de la casa común”.

Cuando en marzo de 1996 un grupo de guerrilleros integristas secuestró de madrugada a siete monjes trapenses en el monasterio de Tibhirine, en el Atlas argelino, el valenciano José Luis Navarro estaba de novicio en el cenobio de Santa María de Huerta (Soria). Tenía 48 años y había decido entregar la vida a Dios tras casi tres décadas trabajando de comercial en Zaragoza. “En cuanto me enteré de la noticia, me ofrecí para desplazarme a esa abadía, pues no quería que desapareciera”, explica con nostalgia al recordar el posterior asesinato de sus hermanos, recogido en la película “De dioses y hombres”. Sin embargo, pese a algunas visitas, tuvo que esperar hasta el año 2007 para desplazarse definitivamente al monasterio de Nuestra Señora del Atlas, en Midelt (Marruecos), que recogió el testigo de la comunidad aniquilada en Tibhirine.

¿Cuántos monjes estáis actualmente?
Vivimos siete, y somos de Francia, España, Canadá, Irlanda y Portugal. Entre ellos está Jean Pierre, uno de los dos supervivientes del asalto. Tiene 92 años y lleva la contabilidad de la casa. Es un don de Dios vivir con él. Tiene el perdón en su corazón desde el primer momento.

¿Cuál es vuestra misión?
Queremos mantener el espíritu de los hermanos fallecidos. Nuestro deseo es vivir llevando a Cristo sin hablar de él, de manera que los otros reconozcan a Cristo en nosotros como lo podía reconocer Isabel en María.

¿Es fácil en un país de mayoría musulmana?
Sí, damos testimonio de vida cristiana y monástica. Lo conseguimos a través de la acogida al otro, prescindiendo de su religión. Es fácil, porque toda la Iglesia de Marruecos es extranjera: somos 25.000 católicos de 90 países en un país de 36 millones. Los extremistas no son más que una caricatura del Islam. Aprendo mucho de los buenos musulmanes: están todo el día en presencia de Dios. ¿Cuántos católicos, que no sean sacerdotes o pertenezcan a una orden religiosa, rezan cinco veces al día?

Tiende a vincularse Islam con violencia…
Es un error. El mundo está loco y agitado con una oleada de violencia, pero el hombre espiritual no puede ser nunca un criminal. Menos un musulmán, que te dice, siguiendo al Islam, que el que mata a uno es como si matara a la humanidad. Se están promoviendo falsas formas de espiritualidad, con maestros terapeutas que predican una falsa espiritualidad, dentro de un sincretismo de lo más barato.

¿Cómo es su día a día?
La vida es de clausura, pero en relación con la gente, con nuestros vecinos musulmanes. De hecho, hemos preparado una pequeña mezquita en el monasterio, y si muere un vecino, vamos a su entierro. Es un ejemplo de convivencia. Porque como nos dijo una vez un imán, “no hay más Dios que Dios, luego es el mismo para todos”. Sobrevivimos con la hospedería monástica –vienen peregrinos de todo el mundo– y seguimos la regla de san Benito, como en cualquier monasterio cisterciense.

¿Tienen miedo a que se repita la historia?
No es que haya un peligro inmediato, pero somos vulnerables en cuanto a que somos extranjeros y cristianos. Si un descerebrado quiere hacer una barbaridad gorda que suene, irá a buscar antes a la gente extranjera y de Iglesia, porque tiene más eco. Pero no tenemos miedo. Es cierto que disponemos de policía estatal en la puerta las veinticuatro horas. La manda el gobernador, pero salimos fuera solos, hacemos la compra y nos mezclamos con total normalidad entre nuestros vecinos. Por encima de todo, está nuestra misión: llevar a Cristo en medio del Islam.

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