Vicente Altaba Gargallo (Mosqueruela, Teruel, 1944) es sacerdote de la diócesis de Teruel y Albarracín, a la que ha servido de múltiples maneras: párroco, vicario, administrador diocesano. Misionero en Argentina durante una década, su acento lo demuestra. Durante los once últimos años, ha sido delegado episcopal de Cáritas Española. Ahora dirige el Instituto de Estudios Teológicos ‘San Joaquín Royo’. Autor de trece libros, los dos que más le gustan son ‘La espiritualidad que nos anima en la acción caritativa y social’ y ‘El ministerio sacerdotal en Cáritas’. Y un tercero, ‘Mujer, servidora de los pobres. Espiritualidad mariana para el compromiso caritativo y social’.
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Adviento. El Señor viene, pero ¿por dónde? No viene por cualquier camino. Si erramos el camino, no vamos a encontrarlo. El misterio de la Navidad que estamos preparando nos dice que Jesús viene por el camino del hombre, encarnándose. Por la periferia, en los márgenes de la ciudad, donde viven los excluidos. En el mismo pobre, en los que no tienen lugar en la posada.
Belén nos habla de la sencillez y de lo pequeño, pero vivimos en el mundo de las tecnologías… Yo creo que el camino para la integración de lo grandioso con lo sencillo es la apuesta por lo pequeño. La clave es cuidar una espiritualidad de la ternura, que nos hace descubrir el valor de lo pobre, de lo pequeño. Choca con nuestra cultura, pero es el camino de Belén.
Para esto es necesario cambiar. El lema de la campaña institucional de Cáritas nos dice ‘Tu compromiso mejora el mundo’, pero esa mejora pasa por un cambio personal. Por tanto, este año Cáritas nos está haciendo una llamada muy personal a cambiar desde una profunda espiritualidad, que sea expresión del cambio que vivimos por nuestra configuración con Cristo, según el espíritu de las bienaventuranzas.
¿Cambio en la mirada? Sí, este cambio pasa por un cambio de mirada, tenemos que educarla. Esto significa saber mirar la realidad en toda su hondura y profundidad, lo que implica mirarla desde dos ópticas: la de la fe y la Doctrina Social de la Iglesia, y la de las ciencias humanas y sociales. Necesitamos ambas miradas conjuntamente. Estas ciencias nos descubren cuáles son hoy los rostros de la pobreza: por ejemplo, en Aragón, la pobreza de nuestro mundo rural. Hemos de descubrir el rostro del Señor en este mundo descuidado y abandonado.
Pero hay más rostros de pobreza. Los migrantes, los refugiados… las víctimas de la trata de personas que están entre nosotros. Los pobres de nuestra propia casa: los que no tienen trabajo, los jóvenes que tienen que salir a estudiar o a trabajar fuera. Los rostros de las familias monoparentales, las mujeres que tienen que hacerse cargo ellas solas de mantener a los hijos y las familias. Si nos dejamos iluminar, podemos descubrir más.
¿Trata entre nosotros?, ¿en qué sentido? A nosotros llegan muchas personas víctimas de la trata, porque las utilizamos. Si no las utilizáramos, no vendrían como objeto de negocio. Entre nosotros hay esclavos, hay esclavas. Sobre todo la prostitución, pero también la explotación laboral o la que viene del narcotráfico.
¿Cómo responder cristianamente al desafío de estas pobrezas? Lo que necesitamos es afrontar nuestra lucha contra la pobreza desde una profunda espiritualidad, de acuerdo con algunas notas que se nos ponen de relieve en el misterio de la Navidad: una espiritualidad de ojos y oídos abiertos, como nos manifestó Dios en el Éxodo -“He visto cómo los oprimen, he escuchado su clamor”- o como tantas veces escuchamos en el Evangelio -“Lo vio y se conmovió”… ante un leproso, ante los hambrientos, ante el hijo muerto de una viuda-; necesitamos una espiritualidad encarnada, que nos ayude a descubrir que el hombre, todo hombre es, en cierto modo, encarnación de Dios y, por tanto, tiene una dignidad que no se la hemos dado nosotros, viene del mismo Dios.
Y una espiritualidad de encarnación… Sí, al hombre no se le salva desde fuera, sino desde dentro. No se le salva desde el poder, sino desde el servicio. Y, como he dicho, una espiritualidad de lo pequeño. Una espiritualidad centrada en Cristo y en el espíritu de la bienaventuranzas.
Llega la Navidad y parece que todos sienten la llamada a compartir de un modo muy asistencial, en el momento, ¿cómo mantener el tirón durante todo el año? Este es un valor de la Navidad que se ha hecho cultura, pero hemos de estar muy atentos a que no sea algo pasajero, a que no se quede en una caridad de primera asistencia, una caridad que ayuda hoy, pero no soluciona nada para mañana. Necesitamos una caridad transformadora. Transformadora del hombre y de la sociedad en que vivimos, de la realidad que sufre el pobre y de las estructuras que generan pobreza. Y esto no se hace solo con buena voluntad.
Entonces, ¿cómo se hace? Cuando tenemos una caridad organizada. Aquí la importancia de las instituciones y de Cáritas, como caridad organizada de la Iglesia. La Navidad es también momento de apostar por estas instituciones que nos ayudan a cambiar la realidad de los pobres.