Jesús es la puerta del aprisco

Pedro Escartín
29 de abril de 2023

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del IV Domingo de Pascua – A –

El evangelio de este domingo tiene los mismos interlocutores que el fragmento que le precede en el evangelio de Juan: Jesús y los fariseos. La curación del ciego de nacimiento, que le precede, termina con aquella dura advertencia de Jesús dirigida a los fariseos: «Si fuerais ciegos no tendríais pecado, pero como decís: “Vemos”, vuestro pecado permanece» (Jn 9, 41). En el evangelio de este domingo (Jn 10, 1-10), Jesús sigue conversando con los dirigentes judíos; ellos se habían negado a reconocer que el poder de Dios se había manifestado en la curación del ciego y lo echaron de la sinagoga; al expulsarlo, también rechazaron a Jesús. Por eso, el párroco ha recalcado que sufrían la peor ceguera: la de no reconocer que estaban ciegos…

– ¿Qué más podías decirles después de tratarles de cegatos voluntarios? -le he preguntado con los cafés en la mano-.

– No lo dije con ira ni con intención de herirles -me ha respondido dejando su café sobre la mesa-, sino buscando que entrasen en razón y se dejasen guiar por la verdad.

– Pero me parece que no tuviste mucho éxito -he replicado después de tomar un primer sorbo de café-. Y añadiste algo sobre el aprisco, la puerta y las ovejas. ¿Qué tenía que ver todo esto con su ceguera?

– ¿Tampoco tú lo entiendes? -me ha dicho con cara de sorpresa-. Aquellos dirigentes hostigaron al ciego y a sus padres, poniendo en duda que hubiera sido ciego, y al final le dijeron: «Nosotros sabemos que a Moisés le habló Dios; pero ése no sabemos de dónde es». Pero el ciego, que no era tonto, les replicó: «Eso es lo extraño: que vosotros no sepáis de donde es y que me haya abierto a mí los ojos. Jamás se ha oído decir que alguien haya abierto los ojos de un ciego de nacimiento. Si éste no viniera de Dios, no podría hacer nada…»

– Aquel hombre no tenía pelos en la lengua y creo que los puso nerviosos, pero sigo sin ver por qué después te pusiste a habar del aprisco y de la puerta -he replicado como si su explicación no me convenciera-.

– Pues no es difícil de entender -me ha respondido dejando su taza en la mesa-: cuando el pastor llega al aprisco donde las ovejas han pasado la noche recogidas al abrigo de los lobos, el vigilante le abre; pero, si el que llega es un extraño, el vigilante no abre la puerta, las ovejas no reconocen la voz de un extraño y no salen detrás de él. En un salmo rezáis: «El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas… Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo…». Tanto el vigilante como las ovejas tienen olfato para reconocer al pastor, que en realidad es el Padre y aquel que Él ha enviado en su nombre. Pero los que debían haber sido buenos pastores, los jefes del pueblo judío, se hicieron acreedores de las amenazas que cinco siglos antes había lanzado el profeta Ezequiel contra los malos pastores: «Vosotros os habéis tomado la leche, os habéis vestido con la lana, habéis sacrificado las ovejas más pingües; no habéis apacentado el rebaño… Por eso, yo mismo cuidaré de mi rebaño y velaré por él» (Ez 34). ¿Con cuántos signos procuré que comprendieran que yo soy ese nuevo “pastor” enviado por el Padre? Por eso añadí: «Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos…»

– Y los dirigentes judíos te rechazaron porque se habían imaginado otro tipo de pastor: un guía político frente a la ocupación de los romanos. ¿No fue así?

– Por eso les dije, y os repito a todos: «Yo soy la puerta. Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante». El que había sido ciego lo vio claro; los otros, no. ¿Y tú lo ves ya claro? Me parece que he visto pagar al ciego; tendremos que irnos, que se hace tarde…

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