Igualdad y diferencia: sexualidad no es un problema de roles

Admin
16 de agosto de 2017

Ante equívocos generalizados, se hace pertinente analizar el significado del binomio identidad/diferencia. Estas dos nociones —contrapuestas a las de igualdad/diversidad— permiten expresar profunda y certeramente la relación que existe entre varón y mujer.

Identidad busca expresar la unidad del humanum, dentro de la cual se comprende la diferencia entre varón y mujer como expresiones distintas del mismo ser persona. Identidad/diferencia permiten mostrar la realidad de varón y mujer como intrapersonal, como interior al ser humano. La diferencia natural, que no rompe la identidad humana, se manifiesta en las peculiares relaciones entre ambos. Por el contrario, igualdad implica necesariamente la existencia de distintas realidades irreconciliables y separadas que no tienen un origen común y que se comprenden como esencial y genéricamente diversas. La diversidad jamás puede construir unidad. La realidad del ser humano queda reducida a la multiplicidad y a la pluralidad de lo dividido. Igualdad/diversidad circunscriben la díada varón/mujer a lo interpersonal, menospreciando lo interior e íntimo de cada persona.

El cardenal Scola, en su libro Identidad y diferencia, muestra cómo “en sentido propio el territorio de la unidad no queda abandonado con la diferencia”. De modo que la diferencia no es una oposición dialéctica, sino la posibilidad de apertura radical al otro. La distinción varón y mujer aparece entonces no como biodiversidad o psicodiversidad, sino como rasgo constitutivo del humanum unido indisolublemente al don de sí y de la vida. Esta rica realidad se conjuga en el misterio nupcial que, lejos de ser una realidad privada, da origen a la familia.

El binomio identidad/diferencia describe satisfactoriamente los rasgos característicos de la sexualidad humana. Permite pensar al hombre/mujer en la clave personal adecuada a la categoría teológica de la imago Dei. Juan Pablo II lo expuso de este modo en sus catequesis sobre la teología del cuerpo: “La definitiva creación del hombre consiste en la creación de la unidad de dos seres. Su unidad denota, sobre todo, la identidad de la naturaleza humana, mientras que la dualidad manifiesta lo que, con base en tal identidad, constituye la masculinidad y la feminidad del hombre creado” (Catequesis IX).

Desde un punto de vista filosófico, hombre/mujer muestra el principio ontológico de la unidad dual: “dentro de la realidad contingente, la unidad se da siempre dentro de una polaridad”. Este principio permite también explicar otros dualismos constituidos del ser humano: alma/cuerpo, individuo/comunidad. Al mismo tiempo, desde el principio de la diferencia, se puede ver la diferencia sexual como originaria y no deducible; y que permite, iluminados por la relación ontológica entre ser y ente, afirmar que entre el varón y la mujer hay una diferencia y una inseparabilidad.

¿Qué supone para el ser humano aceptar la diferencia sexual como constitutivo genuino de su ser? En primer lugar, una constatación elemental: el hombre existe siempre y sólo como varón o como mujer. Al mismo tiempo, que ningún varón y ninguna mujer puede agotar en sí a todo el hombre. De este modo, puede fundarse la dimensión relacional de la persona como necesaria y propia. En segundo lugar, que la relación entre lo masculino y lo femenino se caracteriza como relación de identidad y diferencia. No se puede reducir la sexualidad a un problema de roles. Bajo este aspecto, la ideología de género resulta tendenciosa, insuficiente e inadecuada. En tercer lugar, y desde un punto de vista teológico, la diferencia sexual aparece como perteneciente a la naturaleza original del ser creado por Dios y permite comprender la categoría de communio como apertura, desde lo radical del ser personal, al otro. Por último, supone descubrir en el misterio nupcial una dimensión esencial de la naturaleza del hombre.

“El hombre y la mujer no son dos mitades destinadas a fundirse para volver a componer la unidad primaria”, sino que su diferencia muestra una “reciprocidad asimétrica” capaz de fundamentar sólidamente la relación entre ambos sin destruir la unidad del yo mismo.

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