He venido a prender fuego

Pedro Escartín
13 de agosto de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XX del tiempo ordinario.

En un verano como el de este año, de calor y de incendios, el evangelio de hoy (Lc 12, 49-53) alarma a quien no está avisado. El párroco ha hecho bien al aclararnos que, en el lenguaje bíblico, el fuego es imagen del juicio de Dios y del envío del Espíritu Santo, para que las palabras de Jesús «He venido a prender fuego en el mundo» no nos escandalicen. Pensando en algunos fragmentos de la homilía, me he encontrado junto a Jesús en la puerta de la cafetería.

– Ten cuidado con lo que dices -le he soltado a modo de saludo-, pues tal como está el monte este verano, podrían tomarte por uno de esos pirómanos que arruinan nuestra tierra…

– Es que no entiendes el lenguaje simbólico -me ha replicado mientras depositábamos los cafés en una mesa-. Ha hecho bien el párroco en aclararos el sentido de mis palabras; en el lenguaje de la Biblia, el fuego es imagen del “juicio de Dios”, que es, sobre todo, purificación.

– Será así, pero a nosotros nos suena a castigo: Sodoma y Gomorra se han fijado en la memoria como símbolos del mayor castigo -he contraatacado después de tomar un sorbo-.

– Pero no contradice mi misión, que es de perdón y misericordia. Creo haberte dicho en otras ocasiones que, cuando el hombre rechaza la vida que el Padre le brinda, se queda a solas con las obras de sus manos, que siempre son frágiles y caducas, y generan esa corrupción de la que os quejáis con razón. Éste es el peor castigo: tener que convivir con vuestra propia maldad.

– O sea, que en el pecado llevamos la penitencia, y lo que tú deseas es que nos purifiquemos de la corrupción y de otras lacras que campan por sus respetos en la vida pública y privada -he dicho con algo de sorna-; pues largo me lo fiais…

– Por eso exclamé a continuación: «¡y ojalá estuviera ya ardiendo!» No sois conscientes de cuánto sufrimiento soportan los pobres y pequeños a causa del egoísmo, la insolidaridad, la corrupción y todo lo que, según dices, campa por vuestras vidas. ¿Recuerdas la imagen de la familia dividida que utilicé en aquella ocasión?

– Sí; la recuerdo: has venido a traer división, pues «en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres…» ¡Menudo panorama! -he dicho con pesadumbre-.

– Es inevitable: mi presencia obliga a tomar partido y surge la división. Éste es el peor castigo. Pero mi Espíritu os puede purificar de una conducta tan destructiva; por eso, deseo intensamente que su fuego prenda de una vez por todas en vosotros -ha añadido después de escucharme con atención y tomar otro sorbo de café-.

Llegados a este punto, me he quedado sin palabras y he pensado que había llegado el momento de preguntarle qué quiso decir con la frase: «Tengo que pasar por un bautismo, y ¡qué angustia hasta que se cumpla!», pues me parece algo enigmática.

– Después de lo que hemos hablado, no es tan enigmática como piensas -me ha dicho pacientemente-. Ese bautismo por el que debía pasar era el de mi pasión y muerte; con él os liberé del miedo al sufrimiento e incluso a la muerte, y os redimí del egoísmo que todo lo envenena. La angustia hasta que esto se cumpla es la que hay que soportar todos los días viendo cómo la maldad de un mundo injusto hace sufrir a los pequeños y a los pobres.

El reloj nos ha obligado a concluir y nos hemos puesto en marcha hacia la puerta. Mientras dejaba en la barra el precio de la consumición, he comentado:

– El café de hoy ha sido un poco amargo.

– Ya sabes que el buen café amarguea -me ha replicado sonriente-.

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