Hay que llegar a la muerte ¡Vivos!

Raúl Romero López
20 de abril de 2020

SALMO 71

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1 A ti, Señor, me acojo: no quede yo derrotado para siempre;

2 tú que eres justo, líbrame y ponme a salvo inclina a mí tu oído, y sálvame.

3 Sé tú mi roca de refugio, el alcázar donde me salve,

porque mi peña y mi alcázar eres tú.

4 Dios mío, líbrame de la mano perversa, del puño criminal y violento;

5 porque tú, Dios mío, fuiste mi esperanza

y mi confianza, Señor, desde mi juventud.

6 En el vientre materno ya me apoyaba en ti,

en el seno, tú me sostenías, siempre he confiado en ti.

7 Muchos me miraban como a un milagro,

porque tú eras mi fuerte refugio.

8 Llena estaba mi boca de tu alabanza y de tu gloria, todo el día.

9 No me rechaces ahora en la vejez,

me van faltando las fuerzas, no me abandones;

10 porque mis enemigos hablan de mí,

los que acechan mi vida celebran consejo;

11 dicen: “Dios lo ha abandonado;

perseguido, agarrado, que nadie lo defiende”.

12 Dios mío, no te quedes a distancia;

Dios mío, ven aprisa a socorrerme.

13 Que fracasen y se pierdan los que atentan contra mi vida,

queden cubiertos de oprobio y vergüenza los que buscan mi daño.

14 Yo, en cambio, seguiré esperando, redoblaré tus alabanza;

15 mi boca contará tu auxilio, y todo el día tu salvación.

 16 Contaré tus proezas, Señor mío, narraré tu victoria, tuya entera.

17 Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas;

18 ahora, en la vejez y las canas no me abandones, Dios mío,

hasta que describa tu brazo a la nueva generación,

19 tus proezas y tus victorias excelsas, las hazañas que realizaste:

Dios mío, ¿quién como tú?

20 Me hiciste pasar por peligros muchos y graves;

de nuevo me darás la vida, me harás subir de lo hondo de la tierra;

21 acrecerás mi dignidad, de nuevo me consolarás;

22 y yo te daré gracias, Dios mío, con el arpa, por tu lealtad;

tocaré para ti la cítara, Santo de Israel;

23 te aclamarán mis labios, Señor, mi alma, que tú redimiste;

24 y mi lengua todo el día recitará tu auxilio,

porque quedaron derrotados y afrentados los que buscaban mi daño.

INTRODUCCIÓN

 Después de una vida de fidelidad a Dios, un anciano piadoso se encuentra sumergido en una gran angustia. ¡No me rechaces en la vejez! Ésta es la súplica conmovedora y muy actual del salmista. Uno es estimado mientras tiene salud, mientras es rentable, mientras puede ser útil a la sociedad. Después se le tira como un objeto ya gastado o se le retira al rincón de una amarga soledad.

Pero este anciano del salmo 71, que siempre ha vivido con Dios, sabe poner en Él su confianza. Las canas no sólo son signo de vejez, sino de experiencia. Todavía desde esa altura puede ser maestro de vida para muchos jóvenes de hoy. “El poema, en lo que se refiere a la piedad y al espíritu de religión, es una de las más bellas producciones del salterio” (W. Oesterley).

 

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

Dios no consiente que se malogre la última etapa de una vida honrada (v.1-3)

El salmista no pide refugio sino acogida. “A ti me acojo”. El refugio lo dan las cosas, las instituciones. La acogida la dan las personas. El salmista se acoge en Dios. Él es su roca que le da firmeza a sus pies vacilantes. Él le da cobijo en un alcázar puesto en la altura, donde no pueden subir los enemigos. Él nunca ha quedado fracasado ni derrotado. Ha llenado su vida con su trabajo honrado y su estilo peculiar de saber hacer bien las cosas. Pero si los enemigos se empeñan en arrebatarle esta etapa final y de todo lo que aún le queda pendiente por hacer, ciertamente se malogrará lamentablemente esta parte última tan importante. Pero Dios no lo va a consentir. El anciano no se refugia en un pasado nostálgico paralizante, ni se lamenta del tiempo presente. Iluminado por Dios, vislumbra una bella tarea para esta etapa final y mantiene viva la esperanza.

 

4-13. Súplica en la desgracia

 Es bueno tener experiencias positivas acumuladas para recordarlas en los momentos de crisis. v. 5-6.

El anciano repasa su vida pasada. El primer salto lo da a la juventud. Es el tiempo de la rebeldía, de la independencia, de las locuras. Incluso del apartamiento de lo religioso. Pero él ha pasado una juventud tranquila y serena con su Dios. Le ha entregado, muy a gusto, lo mejor de su vida. El mismo Dios le puede decir como a Jeremías: “Recuerdo que, cuando eras joven, me eras fiel” (Jer 2, 2).

De la juventud salta al nacimiento. Dios ha estado con él desde el seno materno y en el momento de nacer, el mismo Dios hizo de comadrona que lo puso en la cuna de sus manos. El salmista se maravilla de que Dios ha sido todo para él desde siempre. Bien le puede decir: “Tú, mi esperanza; el objeto de mis deseos; sobre ti yo me he apoyado; tú, mi fuerza; tú, mi bien; para ti ha sido siempre mi alabanza”.

“¿Quién me impide ver mi vida como un bonito regalo de Dios?  (v. 7).

Algunos autores presentan esta frase “me miran como un milagro” en sentido negativo: El anciano del salmo sería como un espectáculo de una casa en ruina. Y lo que es peor, una manifestación de la cólera de Dios. Según la mentalidad de entonces el anciano que ha vivido una vida con Dios goza de paz y tranquilidad. Si a éste le ocurre una enfermedad o algo malo (una vejez con sufrimiento) se considera que Dios ya no está con él. Por eso le persiguen los enemigos. Como si dijeran: “A éste ya no lo quiere ni Dios”.  Pero otros autores, en concreto, Ravasi, interpreta esta frase en sentido positivo. “Yo fui, para muchos, uno de tus prodigios, he sido un verdadero milagro de tu amor”. Y así parece indicarlo el contexto. Él, sin ser profeta, con su vida, se ha convertido en un signo de fe para todo el pueblo. Una ancianidad bien llevada, con ilusión y alegría, puede convertirse en un icono de esperanza para muchas personas que han perdido la fe.

 

Dios no nos puede abandonar cuando más lo necesitamos. (9).

Si el Señor lo ha protegido en la niñez y en la juventud, ¿cómo lo va a rechazar en la vejez, cuando más lo está necesitando? En la vejez vienen los problemas y las dificultades. Uno se siente estéril. Nadie se acerca, nadie le comprende. “Yo estoy en declive; ya no soy digno de confianza: soy un extraño, un bizarro; vivo en soledad y ya no puedo entenderme con los otros” (J. Newman). En esta situación ¿Lo va a abandonar Dios? ¡De ninguna manera! Si la teología de su tiempo opina otra cosa, ¡que se cambie la teología! Dios está por encima de todas las teologías de todos los tiempos.

14-21. Afirmación de confianza

 Se pueden hacer cosas muy hermosas, aunque uno ya esté jubilado (v. 14).

El anciano no sólo espera que Yavé le libre del complot que los enemigos han tramado contra él de una manera injusta, sino que sigue esperando en la vida. Él no da la vida por acabada. Todavía le quedan muchas cosas por hacer. En la vida del rey David se cuenta que un fiel siervo llamado Barzilay, estando ya entrado en años, le pidió al rey que lo jubilase y le dejara ir a morir tranquilo. “Pero, ¿a mi edad voy a subir con el rey hasta Jerusalén? ¡Cumplo ya ochenta años! Cuando tu servidor come o bebe, ya no distingue lo bueno de lo malo, ni tampoco puede ya escuchar si habla su majestad, pues estoy sordo. Déjame volver a mi pueblo, y que al morir, me entierren en la sepultura de mis padres” (2 Sam 19, 35.38).

No cabe duda de que es un bonito ejemplo de honestidad pedir la jubilación cuando uno ya no se encuentra con fuerzas para seguir adelante. Pero no es éste el caso del viejo salmista. Todavía se siente con ánimo y con fuerzas. Por otra parte, el tipo de lecciones que puede dar se acomodan perfectamente a su edad. Se va a dedicar a redoblar las alabanzas a Yavé. El anciano cristiano puede llenar muchas horas con estos cuatro verbos que comienzan por A: ADORAR, AGRADECER, ALABAR Y AMAR”.

Además este anciano ha tenido un maestro muy especial: Dios. Y puede todavía seguir enseñando desde la escuela de la “experiencia”. Al ponerse el sol, puede ofrecer al Señor” el incienso de la tarde”

 “Es bonito llegar a viejo para “contar y cantar” (v.15).

El salmista quiere prolongar su vida no por el simple deseo de vivir, sino por la satisfacción de poder vivir contando y cantando. Contando todas las maravillas que Dios ha hecho en él y cantando porque esta narración la quiere hacer en un tono alegre, festivo, celebrativo. Y en este empeño, el día se le hace corto.

Precioso contraste entre la debilidad del anciano y el brazo fuerte de Dios (v. 18).

El anciano debilitado y frágil se fija en el brazo fuerte y poderoso de Dios. Ha desplegado poder con su fuerza. Por eso, aunque débil, se siente fuerte con la fuerza de Dios. Él no puede morir todavía. Debe contar a las nuevas generaciones quién es el Dios de sus padres Ese ancianito se siente un privilegiado. Toda su vida ha estado trenzada por el cariño de su Dios. En la vejez todavía ha podido cumplir su misión, su tarea. Esa mano fuerte y poderosa de Dios lo librará del seol y lo introducirá en su casa. “Con tu amor vas dirigiendo a este pueblo que salvaste; con tu poder lo llevas a tu santa casa” (Ex 15,13)

22-24. Acción de gracias

 22. “Yo te daré gracias, Dios mío, con el arpa, por tu lealtad; tocaré para ti la cítara, Santo de Israel”

La alabanza de Dios ha llenado la vida de este hombre. El tiempo de su vida lo consumió en los cánticos de alabanza entonados por Israel; cantó las grandes hazañas de Dios y tomó parte, como poeta instruido por Dios, en la tradición sálmica de la comunidad.

Como es la vida, es la muerte. Si el salmista ha vivido toda su vida alabando a Dios es lógico que se muera cantando, echando una mirada, llena de nostalgia, a esos instrumentos que tantas veces ha manejado y le han proporcionado tanta satisfacción: el arpa y la lira. Ahora, en la ancianidad, con sus manos temblorosas, todavía puede tomar el arpa y la cítara y entonar una bella canción de dulzura, de cariño y de ternura.

“La lira que se deja tocar en su tono sublime. La lámpara que se enciende y, de golpe, se apaga y se reanima con una luz más pura antes de expirar. El cisne ve el cielo en su última hora” (Lamartine).

El salmista se muere cumpliendo el deseo mayor de todo anciano: quedar joven de espíritu y de corazón. La plenitud de sus años, con sus inevitables consecuencias físicas y psíquicas, no han sido signo de abandono de Dios, sino de una vida colmada de beneficios, mimada por el cariño del también Anciano (Dn 7, 9) que vive para siempre (Ap 4, 10). Y así, desde la otra orilla, le espera ahora Dios con los brazos abiertos.

                           

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

 Ro. 5,21: “Lo mismo que reinó el pecado a través de la muerte, así también reinará la gracia para la vida eterna en Jesucristo nuestro Señor”

Qumrán: “Hasta la vejez eres tú el que me sostiene”.

Weber: “En la tarde, todavía acuérdate de la luz a fin de que nuestra vida no desfallezca jamás; y cuando aparezca en el horizonte la gloria eterna, tengamos presentes los méritos de la muerte sagrada de Jesús”.

Gregorio de Nisa: “La muerte ha sido expulsada como entró en el mundo: por un hombre entró, por un hombre fue expulsada. El hombre nuevo ha anulado la muerte. Bajó al abismo en su pasión para levantar consigo al hombre caído en el abismo”.

 

ACTUALIZACIÓN

Es un hecho que ahora vivimos más. Pero ¿Ya vivimos mejor? No es cuestión de llenar la vida con años sino con sentido. Y lo que constatamos es que nuestros ancianos en las Residencias normalmente están bien atendidos: no les falta el alimento, las medicinas, la calefacción, pero se mueren de “soledad”. Si esto es así en situaciones normales, ¿qué diremos de la soledad de tantas personas mayores, con mucho riesgo ante la enfermedad del “corona-virus?” Muchos ancianos mueren sin el cariño de los suyos. Ni pueden recibir una visita, un beso, un abrazo. En estos momentos, no sólo viven solos sino que mueren solos.

Ellos han atendido a sus hijos y nietos mientas han podido y después, en muchos casos, se les niega el pan y la sal del cariño. Se quejan que sus hijos y nietos apenas vienen a verles.

Por otra parte, en esta sociedad de consumo, hay que descartar la idea de que los ancianos ya no tienen hermosura y no pueden aportarnos nada.  Es bello el sol cuando sale por la mañana, pero no es menos bello el sol cuando se pone por la tarde.  Las mejores Bibliotecas no son las que tienen los libros de más actualidad, sino las que conservan más “incunables”. Y los mejores vinos no son los nuevos, sino aquellos que han envejecido con los años.

 

PREGUNTAS

 1.- ¿Sé escuchar a los ancianos y tratarlos con cariño? ¿Estoy convencido(a) de que puedo aprender mucho de ellos?

2.-En mi grupo, en mi comunidad, ¿qué lugar ocupan las personas mayores? ¿Se sienten desplazadas, arrinconadas, anuladas?

3.-En mi vida concreta, ¿sé aprender del libro de la vida, del libro de la experiencia? ¿Doy oportunidad a las personas mayores de que me cuenten sus historias?

 

ORACIÓN

 “A ti, Señor, me acojo, no quede yo derrotado por siempre”

Gracias, Señor, porque siempre me escuchas, siempre me atiendes, siempre me cobijas. Mi vida siempre ha estado empapada de ti.

Mi mamá, al mismo tiempo que me enseñó a andar y a comer, me enseñó a rezar. Con qué facilidad yo pasaba de sus brazos a los tuyos. Me fiaba de ella y comencé a fiarme también de ti.

Yo nunca me he sentido defraudado por ti. Yo sí te he abandonado muchas veces pero Tú siempre me has acogido. Por eso me siento orgulloso de ti.

 

“No me rechaces ahora en la vejez”

Parece que fue ayer cuando yo era un niño que iba a la escuela, me preparaba para la primera comunión y jugaba con otros niños en la plaza del pueblo. De esto ya han pasado muchos años. Yo entonces veía a la vejez muy lejana y, casi de repente, me sorprende su proximidad, su cercanía.

Las canas ya cubren la cabeza; el paso es corto y vacilante; las manos tiemblan; va faltando la memoria; mis sentidos pierden agudeza. Me entristece el quedarme solo sin apenas nadie con quien poder compartir. La vida, esa vida que saltaba de júbilo en los años de la juventud, ahora se me hace dura, pesada. ¿Qué hacer?

Señor, en estos momentos te pido que no me rechaces, pues es cuando más te necesito. Tú eres siempre joven. Eres el único por el cual no pasan los años. Vives en una eterna juventud. Haz que mi alma se sienta joven a tu lado, cada vez más joven en la medida en que me voy acercando más a ti. Como el salmista no doy mi vida por perdida ni por gastada. Todavía puedo ofrecerte el sacrificio vespertino, la ofrenda de la tarde, mi vida convertida en sacrificio de adoración y alabanza.

 

“Dios mío, no te quedes a distancia”

Como Moisés en el desierto yo necesito acercarme a ti que eres una zarza que arde sin consumirse. Eres fuego. En la medida que me acerco a ti, me caliento; en la medida que me separo de ti, me enfrío. En la medida que me acerco a ti, vivo. Y en la medida que me separo de ti, muero. Haz que nunca me separe de ti.

 

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