“Hay que crear núcleos que sean fermento y que se extiendan con la acción del Espíritu”

Rocío Álvarez
27 de febrero de 2018

Jesús Moliné, sacerdote de Zaragoza y obispo emérito de Chiclayo (Perú), siguió hace más de 40 años la corriente imperante en la diócesis de Zaragoza de marchar a Hispanoamérica, un movimiento promovido por el arzobispo Morcillo. Bien dando clases en la universidad o ayudando en la reconstrucción de iglesias, don Jesús ha vivido al servicio de la Iglesia peruana. Por este motivo y aproximándonos al ‘Día de Hispanoamérica’ que se celebra el 4 de marzo, charlamos con él en su residencia, el Seminario de San Carlos de Zaragoza.

Era maravilloso ver cómo se llenaba la iglesia en cinco minutos

Usted nació en la Puebla de Alfindén el 29 enero de 1939. Háblenos de su infancia, de su vocación… Mi vocación apareció de niño, hacia los 9 años, siendo monaguillo en la iglesia de mi pueblo. El contacto con la Iglesia y el hecho de que en mi familia había habido varios tíos sacerdotes, era ilusión en aquellos años que alguien de la familia fuera sacerdote. Entré al Seminario Menor de Zaragoza, entonces en Alcorisa, el 29 de septiembre de 1950, a los 11 años, algo normal entonces.

¡Muy pequeño! Visto con perspectiva, era un niño, pero alguna idea tenía. Los sacerdotes decían la misa, confesaban, visitaban a los enfermos, ayudaban a las personas necesitadas y nos dejaban acompañarles a visitar a los enfermos… Eran cercanos y vas viendo que es tu camino, que el Señor te llama. Y el 28 de marzo de 1965 fui ordenado sacerdote en la iglesia del seminario de San Carlos de Zaragoza, junto con diez más.

Y después, ¿qué pasó? Una vez ordenado, el obispo me mandó como coadjutor a Ejea de los Caballeros, donde estuve hasta septiembre de 1968. Entonces salí a Pamplona a estudiar Derecho Canónico en la Universidad de Navarra, con el objetivo de poder servir a la diócesis en este campo. Regresé en 1972 y estuve unos dos años y medio dando clases en el primer instituto mixto de Zaragoza, el Ramón Pignatelli, donde está ahora la sede de la DGA. De ahí, después de defender mi tesis en Derecho Canónico, salí para Perú en abril de 1974.

¿Por qué a Perú? Había aquí un movimiento en la diócesis de Zaragoza de ir a Hispanoamérica, que había surgido en la época del arzobispo Morcillo. Un amigo de Zaragoza me dijo que necesitaban un profesor en la Universidad de Piura y que podía ayudar en una parroquia. Lo hablé con el arzobispo de Zaragoza, don Elías Yanes, y me dio el permiso. Así que allí me fui, trabajando en la universidad de Piura y en unos pueblos a 70 km de la ciudad, en el distrito de La Huaca. Allí reconstruimos varias iglesias que habían quedado arrasadas a causa de terremotos recientes. En 1977 regresé a Zaragoza, donde estuve casi diez años de profesor en el colegio Santo Domingo de Silos. En 1987 salí de nuevo para allá (Piura) y después estuve de rector en el seminario y ayudando en la parroquia.

Algo ocurrió 10 años después de volver… En febrero de 1997 el papa Juan Pablo II me nombró obispo coadjutor de Chiclayo. Un año después fallecía el obispo titular y automáticamente pasé a ser obispo. Hasta 2014, que el papa aceptó la renuncia que todos los obispos presentamos cuando cumplimos 75 años. Estuve como emérito viviendo dos años y medio más en Chiclayo, y después, me volví aquí, a Zaragoza, al Seminario de San Carlos.

¿Cómo acoge la fe la sociedad de Piura y Chiclayo? La gente tiene hambre de Dios. Cuando uno se dedica a ellos, suelen reaccionar bastante bien. Además, el hombre latinoamericano es muy religioso. Las misas están llenas de gente de todas las edades: jóvenes, niños, mayores… La gente protesta con las misas de veinte minutos, la gente quiere misas largas. Era maravilloso ver cómo en cinco minutos se vaciaba la catedral tras la misa de siete de la tarde y se volvía a llenar para misa de ocho. Pero las vocaciones religiosas han bajado, entre otras cosas porque ha bajado tambien la natalidad.

¿Qué futuro tiene el cristianismo en España? Tenemos el modelo de san Pablo. Él formaba comunidades, se iba y volvía para ver cómo funcionaban… Lo mismo hizo Jesucristo, dejó una estructura mínima de Iglesia y les dejó la tarea de extenderse… La clave está en crear núcleos que sean fermentos en la sociedad y que se vayan extendiendo con la acción del Espíritu Santo. Así, poco a poco, iremos consiguiendo que las cosas mejoren en cuanto a las costumbres… Es lo que hacían los cristianos en los primeros siglos…

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