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Hay personas a quienes se les puede preguntar: Y vosotros, además de hacer el mal, ¿qué hacéis?

Raúl Romero López
16 de agosto de 2021

Salmo 140

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2 Líbrame, Señor, del malvado,

guárdame del hombre violento:

3 de los que planean maldades en su corazón

y todo el día provocan contiendas;

4 afilan sus lenguas como serpientes,

con veneno de víboras en los labios.

5 Defiéndeme, Señor, de la mano perversa,

guárdame de los hombres violentos:

que preparan zancadillas a mis pasos.

6 Los soberbios me esconden trampas;

los perversos me tienden una red

y por el camino me colocan lazos.

7 Pero yo digo al Señor: “Tú eres mi Dios”;

Señor, atiende a mis gritos de socorro;

8 Señor Dios, mi fuerte salvador,

que cubres mi cabeza el día de la batalla.

9 Señor, no le concedas sus deseos al malvado,

no des éxito a sus proyectos:

10 que los cubra la perfidia de sus labios;

11 que les lluevan encima ascuas encendidas,

que caigan en hoyos y no puedan levantarse.

12 Que el deslenguado no se afirme en la tierra,

que al violento lo cace la desgracia.

13 Yo sé que el Señor hace justicia al afligido

y defiende el derecho del pobre.

14 Los justos alabarán tu nombre,

los honrados habitarán en tu presencia.

INTRODUCCIÓN

El salmo 140 carece de originalidad, ya que repite temas tratados en salmos anteriores. “El salmo sufre por su colocación. Si lo leyéramos al principio del salterio, nos parecería nuevo; leído hacia el final, todo nos suena conocido. Como si escucháramos un centésimo concierto de Vivaldi tras haber escuchado noventa y nueve” (Alonso Schökel).

Este salmo es una súplica al Señor, defensor de los pobres. El individuo que aquí habla es víctima de todos los atropellos: calumnias, amenazas, trampas, violencias, etc. La lengua ocupa un lugar importante; parece que se trata especialmente de calumnias contra el salmista. Desamparado y solo, el pobre suplica a Dios que le proteja eficazmente contra esos ataques de los enemigos y que les inflija a éstos el mal que le desean a él. La fe viva le proporciona la completa seguridad de que Dios le salvará, lo cual redundará en alegría propia y de todos los fieles.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

¿Puede haber personas que disfruten haciendo el mal? (v. 2-3).

El salmista pide a Dios que le libre de un grupo de personas que han optado por el mal. El gran proyecto de su vida es hacer daño, hacer sufrir. No se trata de pecados de fragilidad. El mal lo han planeado deliberadamente en la misma sede de los sentimientos: en su propio corazón. Este tipo de personas, desde que se levantan hasta que se acuestan, sólo tienen una meta, un objetivo: amargar la vida a los demás. La triste experiencia de cada día nos dice que existen personas de esta calaña.

La lengua, ese órgano tan pequeño, puede hacer mucho daño (v.4).

La calumnia aparece como uno de los males más taimados y deleznables. Rebajan a las personas a la categoría de animales que no se pueden mantener en pie y se arrastran por la tierra. “En la serpiente se halla la máxima astucia y el encubrimiento del daño; por lo mismo, se arrastra. Carece de pies para que, cuando se acerca, no se oigan sus pasos. En su caminar, el deslizamiento es suave, pero no recto. Por tanto, se arrastran y reptan para dañar, inoculando el oculto veneno bajo un suave contacto” (san Agustín).

Qué triste es pasar toda una vida poniendo zancadillas (v.5).

¿Quién pone zancadillas al hombre? ¿Quién tiende redes para que caiga? El apóstol san Juan nos da una pauta cuando nos dice: “Quien ama a su hermano permanece en la luz y nada le hará tropezar” (1Jn 2,10). Sólo aquel que ama está en la luz, vive en la verdad y sus pasos son seguros. Los cristianos, cuando no nos amamos, estamos totalmente despistados, es decir, fuera de pista. No sólo tropezamos nosotros, sino que hacemos tropezar a los demás. El poner trampas u obstáculos a los demás connota una idea de traición. Cuando los cristianos no nos amamos, no somos fieles al mandato de Jesús y nos traicionamos los unos a los otros.

Qué bonito es poder decirle a Dios “Tú y sólo Tú eres mi Dios” (v. 7).

“¡Pero yo!” Esta partícula adversativa supone un corte radical en el salmo. Los enemigos,los violentos, pueden opinar lo que quieran, y pueden usar y abusarde su libertad. Pero yo sigo otro camino diametralmente opuesto. Yohe hecho mi opción radical por Dios. Dios es mi tarea, mi proyecto vital,la razón suprema de mi vida. Desde que me levanto hasta que meacuesto, tengo puesto mi pensamiento y mi corazón en él.Los otros pueden tener otros dioses, pero yo tengo derecho a tener elmío. “Tú eres mi Dios”. Tú eres el Dios que llena mi vida: el que me hacecrecer y vivir y soñar y ser feliz.El salmista no habla de Dios de una manera aséptica o apagada. Habladesde el orgullo, desde la pasión, desde el descubrimiento gozoso, desdeel entusiasmo.

“Atiende a mis gritos de socorro”

Notemos que esta petición la hace el salmista después de dejar las cosas en claro: “Tú eres mi Dios”. Tú eres lo absoluto y lo definitivo para mí. A una persona que ha puesto a Dios en el mismo corazón de su vida, ¿qué le puede negar? A veces nos quejamos de que Dios no nos concede aquello que le pedimos, pero cabría preguntarse: ¿estamos en condiciones de pedir? Sería mejor comenzar pidiéndole a Dios que fuera nuestro Dios, el Dios de nuestro corazón, el sentido último de nuestra vida.

El enemigo es fuerte, el mal tiene mucha fuerza, pero Dios es más fuerte y lo ha vencido (v.8).

El salmista alude a un salvador fuerte. Está en oposición a los salvadores débiles, es decir, aquellos que no pueden salvar, aunque lo intentan. Todos hemos experimentado en nuestro corazón, situaciones de esclavitud de las que nosotros no hemos podido salir con nuestras propias fuerzas. Dios permite que nos encontremos con nuestra propia impotencia para que seamos humildes y comprendamos mejor a los demás. Cuando, por la gracia del Señor, hemos salido de esas esclavitudes, hemos cantado con júbilo al Cristo del gran poder.

“Que cubres mi cabeza el día de la batalla”

Probablemente aquí no se trata de una protección física, una especie de “yelmo” para proteger la cabeza, sino de una asistencia moral. Algo parecido a la que experimentó David cuando se enfrentó al gigante Goliat: “Tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, pero yo voy contra ti en el nombre del Señor todopoderoso” (1 Sam 17,45). Uno puede ir por la vida con la cabeza descubierta y sin miedo porque hay un Dios-Padre que cuida de él.

Jesús supera los esquemas de violencia propios del A.T. (v. 9-12).

En forma de imprecación invoca el juicio y la condena de Dios contra los malvados. El salmista pide que los males se vuelvan contra ellos. “No le concedas sus deseos al malvado” Los deseos anidan en el interior del corazón y sólo los conoce Dios. El salmista pide a Dios que estrangule los malos deseos, es decir, que ataje el mal en su misma fuente. “Que les lluevan encima ascuas encendidas” Alude al castigo de las ciudades de Sodoma y Gomorra (Gen 19,24). Los apóstoles piden a Jesús ese mismo castigo sobre la ciudad de Samaría porque no le ha querido recibir. “¿Quieres que mandemos que baje fuego del cielo?” (Lc 9,54). A nosotros, como cristianos, nos interesa la contestación de Jesús: “Jesús les reprendió severamente” (Lc 9,55)

El que Dios está a favor de los pobres, no es sólo un mensaje ya sabido sino vivido y experimentado (v. 13).

“Yo sé”. Se trata de una afirmación absoluta. Se trata de un saber experimentado. Éste es el saber que nos interesa. Las verdades sobre Dios están en los libros de teología, pero el Dios de la verdad no está en los libros. En un encuentro vivo y personal con Dios, las verdades bajan de la cabeza al corazón. Dios se hace vivencia, experiencia. ¿Qué ha experimentado el salmista? Que Dios está a favor de los pobres y de los indefensos. Es una constante en la historia de la salvación.

Los justos no exigen paga. Les basta con sentirse amados por Dios. Ésa es su mejor paga (v.14).

Los justos, es decir, la gente buena, la que vive en contacto con Dios, alaba y bendice a Dios porque se ha inclinado en favor de los pobres. Los pobres son sus favoritos, sus privilegiados, sus niños mimados. Los pobres no son dichosos porque sociológicamente son pobres, sino porque Dios está de su parte. Su verdadera riqueza es Dios. Los honrados son los sinceros, los que no tienen nada que esconder, los que tienen un corazón transparente. Estos, ¿qué paga tendrán? ¿Les pagará Dios con oro, con plata, o con perlas preciosas? La mejor paga para ellos es habitar en la presencia de Dios, es decir, experimentar su cercanía, gozar de su compañía, inflamarse en su amor.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

Mt. 5,10: “Dichosos los perseguidos a causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.

Col. 3,25: “Al injusto le pagarán sus injusticias, pues no hay acepción de personas.”.

San Pedro de Alcántara: “Cuando una persona sale de una profunda y devota oración, allí se le renuevan todos los buenos propósitos; allí son los favores y determinaciones de bien obrar; allí el deseo de agradar y amar a un Señor tan bueno y dulce como allí se le ha mostrado, y de padecer nuevos trabajos y asperezas, y aun derramar sangre por él; y finalmente, reverdece y se renueva toda la frescura de nuestra alma”.

Santa Teresa de Jesús: “Oración, que es a donde el Señor da luz para entender las verdades”.

Bossuet: Consejos a religiosas: “La paz estará siempre en las comunidades si éstas saben dominar la lengua. ¿De dónde proceder tantas faltas? ¿De dónde vienen esas antipatías, esos cotilleos, esas rabietas, esas murmuraciones y hasta esas lejanías que muestran unas contra otras? Todos esos defectos vienen del desgobierno de la lengua y de la falta de silencio”.

ACTUALIZACIÓN

Siempre es motivo de conflicto interno, también para los cristianos de hoy, el saber conjugar el amor de Dios y su justicia. Hay que mantener siempre que Dios está a favor de los pobres y de los indefensos. En el A.T. no distinguen entre pecado y pecador. Por eso no pueden pensar que se pueda quitar el pecado si no desaparece el pecador.  Nosotros fácilmente podemos admitir que Dios odia el pecado y ama al pecador. Odia el pecado porque es la causa que le ha llevado a la Cruz, pero ama al pecador hasta el extremo de pedir perdón por los que le estaban asesinando. 

Es cierto que hoy día hay tremendas injusticias, pecados que claman al cielo, abusos de poder. Todo eso no lo puede querer Dios. Esa situación de pecado causa mucho sufrimiento y dolor a muchos pobres inocentes. A los cristianos nos pesa esta situación, nos molesta, nos hace sufrir. Acudir sólo a la oración, me parece insuficiente. Hay que criticar siempre las situaciones de injusticia, aunque nos comprometan, incluso aunque tenga efectos negativos sobre nosotros, por ser sinceros y decir la verdad; pero no tomamos la justicia por nuestra mano, sino que la dejamos en las manos de Dios.  ¿Cómo lo solucionará? Dejemos a Dios ser Dios. “Sus caminos no son nuestros caminos” (Is. 55,8).  

PREGUNTAS

1.- ¿Estoy convencido de que la oración me libera de mis pecados y esclavitudes?

2.- La lengua, si no se controla, puede hacer estragos en una comunidad cristiana: calumnias, palabras hirientes, etc. ¿Qué hace mi comunidad para evitar este mal?

3.- ¿Sé ponerme al lado del pobre, del que sufre, del indefenso? ¿Con qué acciones concretas?

ORACIÓN

Afilan sus lenguas como serpientes”

Señor, hoy te pido que me libres de los pecados que se cometen con la lengua. La lengua es como un cuchillo que se afila para matar. Con la lengua se puede mentir, criticar, calumniar, herir y hacer mucho daño a los hermanos. Perdóname, Señor, todos los pecados cometidos con la lengua. De aquí en adelante yo te prometo emplearla para el bien. Con mi lengua quiero alabarte, bendecirte y aclamarte. Con mi lengua quiero hablar bien de mis hermanos y defender a todos los que, por no tener voz, no pueden defenderse.

“Yo digo al Señor: Tú eres mi Dios”

Señor, ¡qué dicha tan grande poder decirte a bocajarro: ¡Tú eres mi Dios! El Dios grande, inmenso, creador del cielo y de la tierra no es alguien lejano y distante para mí. Es el Dios de mi vida.

Cuando yo rezo, cuando estoy contigo, Señor, no tengo la sensación de hablar con una persona del pasado, sino con alguien que está ahí presente en mi vida. ¡Qué lejos quedan aquellos personajes contemporáneos tuyos: ¡un Herodes, un Caifás, un Pilatos…! En cambio, tú estás aquí tan vivo, tan joven, tan presente, como aquel día en que, entre el rocío del jardín y el alborear de la mañana, te apareciste a María Magdalena. También yo hoy caigo a tus pies y te digo: ¡Rabboni! ¡Maestro! Yo soy tu discípulo. Yo siempre quiero estar aprendiendo de ti.

“Yo sé que el Señor hace justicia”

Señor, te confieso mi ignorancia, lo poco que yo sé de ti, pero tengo el conocimiento suficiente para saber que tú siempre haces justicia y estás a favor de los indefensos. Los pobres de este mundo no tienen dinero, ni casa, ni escuelas, ni hospitales, ni jueces que los defiendan. Pero te tienen a ti y pueden contar contigo. Tú eres para ellos la casa, la mesa, la escuela, la salud, la vida. Mueve, Señor, los hilos invisibles de la historia humana para que la justicia se implante aquí en este mundo.

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