Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del VII domingo de Pascua: Ascensión del Señor – A –
En el evangelio de hoy, fiesta de la Ascensión (Mt 28, 16-20), Mateo subraya algunos detalles que merecen ser tomados en consideración. El primero es que aquel día el grupo de los discípulos se había mermado: ya no eran los Doce, sino los Once. Mientras caminaba hacia la cafetería me ha asaltado un mal pensamiento: ¡qué pronto habían comenzado las apostasías…! Pero Jesús se ha dado cuenta de que algo me venía entristeciendo y me ha dicho en cuanto nos hemos acomodado.
– ¿Qué contrista tu ánimo en un día tan luminoso como éste? ¿No decís: “tres jueves hay en el año que relumbran más que el sol…”, y uno de ellos es precisamente éste?
– Me sorprende que uno del grupo de los Doce, que tú elegiste, ya se hubiera quedado por el camino -he replicado disolviendo el azucarillo en mi taza de café-.
– Sí. El pobre Judas no logró superar su traición y, en lugar de llorar su cobardía, como hizo Pedro, arrojó las treinta monedas en que me había tasado y se ahorcó. ¡Qué poco me conocía! Igual que busqué las mejores palabras para que recapacitase, le hubiera perdonado su ambición y desconfianza, si él hubiera querido… Pero en mi despedida de los Once hubo más motivos de gozo que de tristeza -me ha advertido señalándome con su taza de café en la mano-.
– ¡Por supuesto! -he reconocido-. Los citaste en Galilea, donde tú habías comenzado a anunciar que el reinado de Dios estaba llegando. Allí, contigo resucitado, lo que fue un anuncio era ya una realidad palpable. Además, revelaste tu personalidad con absoluta claridad al decirles: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo y el Espíritu Santo». Y el evangelista añade que los Once, al verte, se postraron en señal de adoración y reconocimiento; pero también dice que algunos vacilaban; ¿por qué aún vacilaban a estas alturas?
– Porque esa actitud vacilante es parte del camino hacia la fe de todos: de ellos y de vosotros. ¿Recuerdas cuántas veces les dije que eran “hombres de poca fe”? Los animé a confiar en el Padre diciéndoles: «si a la hierba del campo, que hoy es y mañana va a ser echada al horno, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?»; cuando las olas rompían contra la barca y asustados me despertaron, increpé al mar, sobrevino una gran bonanza y volví a decirles: «¿Por qué estáis con miedo, hombres de poca fe?»; cuando a Pedro le entró miedo por la violencia del viento y comenzó a hundirse, le tendí la mano y le dije: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?»; y hubo más ocasiones como éstas. Sobre todo recuerda que cuando el piquete comandado por Judas me prendió en Getsemaní, la vacilación se convirtió en una estampida tal que el evangelista escribió: «los discípulos le abandonaron todos y huyeron». Bien sé yo que la vacilación y la falta de constancia forma parte del camino que todos recorréis hasta alcanzar esa fe que mueve montañas. Por esto, la fe, lo mismo que la misión que les encomendé al despedirme de ellos, es un don inmerecido, que tenéis que suplicar, como el padre del aquel muchacho epiléptico, que me dijo con humilde sinceridad: «Creo, pero ayuda a mi poca fe».
– O sea, que te fuiste, pero te has quedado, a pesar de la queja de fray Luis de León en su famosa “Oda a la Ascensión”: «¡Ay!, nube envidiosa / aún deste breve gozo, ¿qué te aquejas? / ¿Dó vuelas presurosa? / ¡Cuán rica tú te alejas! / ¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!»
– Fray Luis era un místico y un poeta: como místico palpaba mi presencia y como poeta expresó, como nadie, los encontrados sentimientos que mi ascensión al Padre os sigue produciendo. Espero que su poema te ayude a fijar los ojos en el «inmortal seguro» hacia el que ascendí.
– Me ayuda -he concluido caminando hacia la barra con las tazas en la mano-.
