El sacerdote José Huerva, ecónomo de la diócesis de Barbastro-Monzón, recuerda en esta entrevista la importancia de marcar la X en la declaración de la renta y, sobre todo, de sentirse parte de la Iglesia, diocesana y universal.
¿Qué significa para una diócesis como Barbastro-Monzón que una persona elija marcar la X en su declaración de la renta?
Para nosotros, la X significa ente el 35-36 % del presupuesto general de la diócesis. En otras diócesis españolas ese peso es menor porque está más avanzada la colaboración de las propias parroquias y las entidades eclesiales. Pero aquí también podemos hacer que algún día la X represente la ratio normal y ronde el 30 %.
¿Cómo se puede hacer?
Lo podemos hacer en la medida en que vayamos concienciándonos de que pertenecemos a la Iglesia, que la Iglesia es nuestra y que la tenemos que sostener nosotros. No es tanto una cuestión de economía como de conciencia de pertenencia a la Iglesia. El problema es si consideramos a la Iglesia como un supermercado, un lugar donde voy a pedir cosas, servicios, pero no la considero mía. Estamos hablando de una economía de salvación; es decir, que yo me siento integrado en esa comunidad, en esa cofradía, en ese movimiento o en esa asociación, como parte de la Iglesia.
Eso supone caminar, como muchas veces usted repite, hacia una parroquia sostenible y solidaria. O solidaria y sostenible.
Exactamente. Si una parroquia no es sostenible, quiere decir que por dejación de sus miembros puede llegar a fenecer, a desaparecer. Y eso no lo queremos ninguno. No es una cuestión de que seamos muchos o pocos, sino de que la identidad y pertenencia a la Iglesia genera esperanza, y la esperanza crea nuevos movimientos. Es entrar de alguna manera en el misterio de la trascendencia de Dios. Si somos cinco, somos cinco que trabajamos con esperanza porque es nuestra parroquia y es nuestra comunidad.
Algunas de esas comunidades son muy pequeñas. La labor de la Iglesia, ¿es aún más importante en lo que hoy se llama la España vaciada?
En muchos lugares, las pocas visitas que reciben los vecinos son las del sacerdote o de los animadores de la comunidad. Sea un pueblo grande o pequeño, tienen derecho a conocer y a elegir. Pero no olvidemos que la Iglesia no es esta parroquia o esta diócesis, es una Iglesia universal. Claro que hay que mantener nuestra parroquia limpia y bien arreglada, pero sin olvidar que somos parte de un conjunto que va más allá y en el que hay muchas iglesias que están mucho más necesitadas que nosotros. Y de ahí nace toda la cuestión de la solidaridad. Porque no se puede entender compartir una misma fe sin compartir con los demás los bienes que tenemos. «Amemos de palabra y de verdad», nos dice la primera Carta de San Juan. Lo que yo doy no es más que expresión de mi entrega a la acción de gracias. Aunque no hubiera necesidades, el cepillo habría que pasarlo siempre. El ofertorio es importantísimo; el ser humano se despropia del ego para abrirse a recibir el don de Dios.
La iglesia da y da gratis. Quizá a veces confundimos la gratuidad de lo que recibimos con una supuesta falta de valor.
Pero es todo lo contrario. La acción de gracias comporta siempre el sacrificio de la entrega porque para recoger el don tengo que entregarme, ponerme a disposición. Lo que aportamos es abrir las manos para recibir el don. La acción de gracias implica una acogida y un agradecimiento que nunca se paga pero que se hace por la ofrenda de uno mismo, o de bienes o de lo que sea.
Esta diócesis apuesta por poner, en esa comunidad de bienes, su patrimonio artístico al servicio del Alto Aragón.
Algo que no solamente generará riqueza económica, sino espiritual y cultural, porque los bienes de la Iglesia, precisamente esos bienes artísticos, son los que mejor podemos poner a disposición de todos. Tienen un valor inmenso pero no tienen precio. Y ese valor inmenso es el que ponemos al servicio de esta comunidad y de todos los que quieran visitarnos. Porque también creemos en el valor estético, que es un elemento trascendental. La belleza acerca a Dios.