Conocí a la Fraternidad Cristiana de Personas con Discapacidad (FRATER) hace veinte años, cuando empecé a darles clases de cerámica. El primer día aquello fue un caos, no sabía ni dónde acudir porque tenía que pasar entre las sillas de ruedas, ponerles todo a mano, y cuando terminaba de dar la vuelta a todas casi era la hora de recoger. Me sentía inquieta porque apenas pintaban esperándome a mí. El segundo día intente ir más deprisa, pero lo curioso es que la mayoría me decía: “tú tranquila”. A las que no podían, por la movilidad, las atendía más, pero yo estaba encantada de ayudarlas por el amor propio que tienen y para mí es una satisfacción ver su cara de felicidad cuando acaban un trabajo: están satisfechas, entusiasmadas y, sobre todo, felices. También hemos hecho cursos que nos ayudan a estar al día con aplicaciones del teléfono o de cocina con recetas sencillas y saludables.
Una vez al mes nos reunimos con Juanfran, nuestro consiliario. Nos habla de la palabra de Dios y tenemos tertulias muy interesantes en las que participamos con libertad. En fechas señaladas nos confesamos y comulgamos en nuestra sede y nos vamos a casa llenas de energía. Juanfran nos anima y nos aporta un espacio de encuentro para compartir la fe, la vida, el diálogo, la amistad y el compromiso, a estar ahí para, juntas, llevar el movimiento adelante y ser una familia.
Para mí ha supuesto mucho emocionalmente y me ha enriquecido como persona el estar con ellas, ya que todos/as hemos tenido empatía y hemos creado un ambiente de fraternidad.
Manoli
Frater