¿Es posible que la primera comunión no se convierta en la última?

José Antonio Calvo
30 de abril de 2019

Esta es una pregunta que tarde o temprano termina haciéndose cualquier cristiano responsable, ya sea sacerdote, consagrado o laico. ‘Iglesia en Aragón’ ha preguntado a Samuel Pérez, sacerdote responsable de la pastoral en el colegio diocesano Santo Domingo de Silos (Zaragoza). Su respuesta es la siguiente: “Es posible que esto suceda en muchos casos, pero también es cierto que la familia juega un papel protagonista en esta continuidad y que, si los chicos han sido bien formados y quedan fascinados por la figura de Jesús, se han de convertir (y esto también ocurre) en ‘evangelizadores’ de sus padres”.

Hay que unir familia, parroquia y escuela, para lograr la adhesión al Señor en la cotidianidad.

Pérez está convencido de que, si bien lo primero es el encuentro de la persona con Cristo, es necesario conjugar familia, parroquia y escuela, para lograr “la adhesión al Señor en la cotidianidad”. Desde su ministerio en el Silos y, al mismo tiempo, en la parroquia de Cristo Rey, este reto se confirma. Por una parte, intentan que el colegio sea lugar de encuentro del barrio, donde se educa para la vida y donde se tejen las relaciones fraternas de toda una comunidad, desde pequeños. Al mismo tiempo, reconocen que las parroquias son referencia imprescindible para celebrar la fe y caminar en la maduración y seguimiento comunitario de Cristo. Por tanto, “la escuela católica está llamada -y hacia allí nuestros esfuerzos- a hacer descubrir a ese Cristo que se ha de seguir y celebrar en la comunidad parroquial, mediante los valores evangélicos con los que nos proponemos educar”, afirma.

Para ofrecer una verdadera iniciación cristiana, Samuel Pérez invita a tomar en serio cuatro grandes intuiciones que se encuentran en la exhortación Christus Vivit: creer en la persona del niño y del joven, entender que es el “hoy de Dios”; prestar el oído a sus necesidades e inquietudes, y acompañarles sin descanso en sus incomprensiones y soledades; dejarnos interrogar por sus inquietudes y desafíos, y atender a sus realidades e ilusiones; y entender que lo que es importante para ellos lo debe ser también para nosotros. A estas intuiciones, añade una quinta, la que movió a Don Bosco: “No basta amar a los jóvenes. Es preciso que ellos se den cuenta de que los amamos”.

[divider]Tres grandes retos[/divider]

  1. Volver a fascinar a nuestros pueblos y ciudades con la persona de Jesús de Nazaret, y eso implica ‘reenamorarnos’ primero nosotros para mostrar a los demás a Cristo Resucitado.
  2. Adentrarnos seriamente en un proceso de conversión personal, comunitaria y estructural, en el que nos dejemos interpelar sin miedo y con humildad por todos los interlocutores, piensen o no como nosotros.
  3. Purificarnos de creer que vivimos solo de la ‘renta’ del pasado, cuando en realidad podemos y debemos contar más y abrirnos sin miedo a la acción creativa del Espíritu, eterna novedad, aunque esto nos genere inseguridad.
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