En tu reino, acuérdate de mi

Pedro Escartín
19 de noviembre de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXXIV del tiempo ordinario – Cristo Rey.

Con la fiesta de Cristo Rey, que instauró el papa Pío XI, cuando el mundo aún permanecía aturdido por la Primera Guerra Mundial, ha concluido el año litúrgico. En Navidad, Jesús se mostró débil como un niño recién nacido y el evangelio presenta hoy a Jesús en su máxima debilidad: “reinando” desde un patíbulo (Lc 23, 35-43). ¿Qué “rey” es éste? No sé si el Papa, sin darse cuenta, huyó hacia adelante proclamando rey a Jesucristo…

– Pío XI no era un ingenuo -me ha advertido Jesús tomando en sus manos la taza de café-. Sufrió lo indecible con aquella terrible guerra y quiso proponer al mundo el único camino que podía librarlo de repetir la tragedia.

– ¿Qué camino? Después de aquélla, vino otra guerra aún más terrible y los conflictos no cesan año tras año… -he replicado sombríamente-.

– Razón de más para que propusiera el camino del perdón -me ha dicho manteniendo la taza en sus manos-. La paz no se impone por la fuerza, sino por el amor… ¿Cuándo lo aprenderéis?

– ¡No aprendemos la lección y el fantasma de la guerra y sus desastres nos persigue cada día! -he reconocido apesadumbrado-.

– Por eso mi Vicario acertó cuando instituyó esta fiesta. Pero ya ha pasado un siglo y es necesario que hagáis algo más para meter en vuestros corazones cómo se construye la paz -ha replicado levantando la mano en señal de que tenía algo más que decir-.

– ¿Y cómo se construye? -he preguntado mostrando interés-.

– El evangelio lo dice hoy con claridad -ha continuado-. Como decís coloquialmente, tenéis que “cambiar el chip”. Vosotros ponéis por rey al más fuerte para que sus enemigos le teman y hace siglos que repetís: «si quieres la paz, prepara la guerra». Pero yo, en el momento crucial de mi existencia humana, dejé muy claro que el signo de mi soberanía es el perdón. Recuerda aquellas pocas palabras que, agonizando, dije al malhechor que no pidió que lo bajase de la cruz, sino que le perdonase: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso». No se logra que reine la paz pagando con la misma moneda…

– Reconozco que, en tus palabras y en tu vida, hay “algo” nuevo. Pilato mandó clavar encima de la cruz una tablilla que decía: «Jesús Nazareno, rey de los judíos». Evidentemente, fue una burla del gobernador, muy hiriente, por cierto: te entronizaba como rey clavándote en una cruz y poniendo por testigos a dos maleantes; grabó la tablilla en griego, latín y hebreo para que todo el mundo se enterase…, y sin embargo, como muy pronto proclamaron los cristianos, Dios reina desde la Cruz («Regnavit a ligno Deus»)…

– ¡Lo vas comprendiendo! -ha dicho tomando un sorbo del café que empezaba a enfriarse-.

– Pero cuesta mucho hacerse a la idea -he respondido meneando la cabeza-.

– No tanto, si cuentas con el apoyo del Padre. En mi pasión se manifestó con claridad un rasgo fundamental de la ética cristiana: el amor y perdón a los enemigos. Esteban y todos los mártires cristianos lo han vivido con ejemplaridad sobrehumana; por eso, reinan conmigo en el paraíso.

-Y el centurión que estaba al frente del piquete exclamó: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios» -he dicho buscando unas monedas para pagar los cafés; mientras, Jesús me ha dicho-:

– ¿No vino aquella proclamación real de quien menos podía esperarse?      

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