Salmo 115
1 No a nosotros, Señor, no a nosotros,
sino a tu nombre da la gloria, por tu bondad, por tu lealtad.
2 ¿Por qué ha de decir las naciones: “Dónde está su Dios?”
3 Nuestro Dios está en el cielo, lo que quiere lo hace.
4 Sus ídolos, en cambio, son plata y oro, hechura de manos humanas:
5 tienen boca, y no hablan, tienen ojos, y no ven,
6 tienen orejas, y no oyen, tienen nariz, y no huelen,
7 tienen manos, y no tocan, tienen pies, y no andan,
no tiene voz su garganta.
8 Que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos.
9 Israel confía en el Señor:
él es su auxilio y su escudo;
10 la casa de Aarón confía en el Señor: él es su auxilio y su escudo;
11 los fieles del Señor confían en el Señor: él su auxilio y su escudo.
12 Que el Señor se acuerde de nosotros y nos bendiga,
bendiga a la casa de Israel,
bendiga a la casa de Aarón;
13 bendiga a los fieles del Señor, pequeños y grandes.
14 Que el Señor os acreciente, a vosotros y a vuestros hijos;
15 bendito seáis del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
16 El cielo pertenece al Señor,
la tierra se le ha dado a los hombres.
17 Los muertos ya no alaban al Señor, ni los que bajan al silencio.
18 Nosotros, sí, bendeciremos al Señor ahora y por siempre. ¡Aleluya!
INTRODUCCION
Desprovisto de unidad en su forma literaria y en sus ideas, este salmo es un canto destinado a acompañar una ceremonia litúrgica en dos actos. El acto primero sería una catequesis sobre la verdad del Dios vivo y la falsedad de los ídolos muertos. En el segundo acto, un cantor, quizás un sacerdote, exhorta a la asamblea a tener fe en Yavé, asegurándoles que Dios les colmará de los favores que esperan a través de su copiosa bendición. A la bendición divina se asocia la alabanza de los fieles que han profesado su fe en el verdadero “Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob, un Dios de vivos y no de muertos” (Mt 22,32).
REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN SOBRE EL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO
Cuando nos recreamos en las obras de nuestras manos, en realidad le estamos robando la gloria a Dios (v.1.)
El salmo comienza de una forma bastante sorprendente, con una doble exclamación, muy encarecida: “no a nosotros”. La petición dirigida a Yavé pretende excluir toda consideración de honor personal. Únicamente a Yavé hay que tributar todo honor y gloria. “Nadie se llevará mis honores” (Is 48,11).
El orante se siente incapaz de glorificar a Dios; tampoco considera suficiente a la asamblea. Por eso le pide a Dios que se glorifique a sí mismo, mostrando su gloria en aquel momento y lugar. Dios muestra su gloria llevando adelante su proyecto de salvación.
Dios está interesado en que el hombre viva en plenitud. Cuando el hombre roba el honor a Dios, se anula, se vacía, se destruye. Con Yavé se obtiene todo. Sin Yavé no se obtiene nada. El hombre debe estar siempre orgulloso de su Dios.
En momentos de crisis o de especiales dificultades, siempre la misma pregunta: ¿Dónde está Dios? (v.2).
El salmo se remonta probablemente a los tiempos difíciles posteriores al destierro de Babilonia. El pueblo judío está humillado, maltrecho y sometido al dominio de los paganos. La teología popular del tiempo ve en todo esto la superioridad de los ídolos paganos sobre Yavé, quien aparentemente es incapaz de salvar a su pueblo. Los paganos se lo dicen a los judíos con aire de desdén: ¿Dónde está vuestro Dios? ¿Qué hace? Son preguntas lacerantes en los momentos de crisis.
A nosotros no nos debe interesar mucho el lugar donde está Dios, sino caer en la cuenta de lo que Dios ha hecho y está dispuesto a hacer siempre por nosotros (v. 3).
A la pregunta desafiante de los babilonios, los judíos no pueden señalar un lugar de culto, ni tampoco el templo de Jerusalén que está en ruinas. Pero esta carencia o aparente ausencia les sirve de trampolín para remontarse a lo más alto y lanzar desde allí su respuesta: nuestro Dios está en el cielo y ha hecho el cielo y la tierra; vuestros dioses están en la tierra, y los han hecho los hombres. Nuestro Dios tiene poder y querer, los vuestros son inertes.
La ineficacia del hombre para obrar viene fundamentalmente porque hay un abismo entre lo que quiere y lo que puede. En cambio, en Dios el querer va unido al poder. “Así la palabra que sale de mi boca no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi voluntad y llevará a cabo mi encargo” (Is 55,11).
Los ídolos son todos de barro. Por eso pronto caen y desaparecen (v. 4-7).
Es capital la oposición del comienzo: Mientras Dios hace cuanto quiere, los ídolos son “hechura”. “Emplean el oro que hizo el Dios verdadero para hacer un diosfalso” (San Agustín).El salmista habla de los ídolos y les pone siete órganos inútiles (boca, ojos, orejas, nariz, manos, pies, garganta). Tienen todos estos órganos y no les sirve para nada. Expresión de impotencia y de muerte. El primero es la incapacidad de hablar, es decir, de comunicarse. En cambio el Dios de Israel es un Dios que habla.
En el A.T. existe el lenguaje de la imprecación, la venganza, el odio al enemigo. Con Jesús ese lenguaje debe desaparecer (v. 8).
¡Que sean igual los que los hacen, cuantos confían en ellos! ¡Terrible imprecación! Desean que Dios, a estos idólatras, los haga parecidos a los ídolos que ellos mismos han fabricado a su semejanza. Dios no se arrepiente de haber hecho al hombre a su imagen y semejanza. Y lo va haciendo lo más parecido a él. Siempre que obramos según la voluntad de Dios, nos vamos pareciendo un poco más a Él y así vamos creciendo, vamos progresando, vamos realizándonos. Los dioses falsos transforman en nulidad a sus adoradores. En una versión moderna diríamos que el hombre de hoy encandilado con la tecnología, se vuelve robot u ordenador. El Dios verdadero nos llena de su plenitud.
Lo que dice este versículo lo resume el Papa Francisco con una palabra: “Sínodo” es decir, caminar con el pueblo (v.9-11).
Estos versículos tal vez sean un canto alterno. Un cantor exhorta sucesivamente a la casa de Israel (los laicos), a la casa de Aarón (los sacerdotes), y a los temerosos de Dios (los prosélitos) a mantener la fe en Yavé en medio de la prueba y el desprecio de los paganos. Cada grupo responde a esta invitación proclamando que Yavé es siempre su protector eficaz.
En estos tiempos duros y difíciles que nos toca vivir sería muy conveniente que todo el pueblo de Dios, toda la Iglesia con sus laicos, religiosos, religiosas, sacerdotes y obispos se reuniera para tener celebraciones de la fe, para comunicarse vivencialmente la fe y robustecerla. Y para poner toda la confianza en el Señor de la historia.
La maldición es propia de los hombres. Dios sólo sabe “bendecir” (v.12-13). “
A la triple afirmación responde una triple bendición, pronunciada por los sacerdotes. Dios que piensa incesantemente en el pueblo que ama, sobre todo en los momentos de desgracia, y que es fiel a sus promesas, derramará sus favores sobre todos, cualquiera que sea su edad o condición. Bendecir significa infundir nueva vitalidad, hacer sentir los efectos penetrantes de su presencia. Es lo que necesitaba el pueblo en esos momentos de angustia.
Cuando nosotros decimos: que Dios te bendiga no queremos usar una fórmula fría, vacía de contenido. Queremos decir: que Dios esté contigo, que Dios te dé ánimo, que te aumente las ganas de vivir, que te haga plenamente feliz y puedas ayudar a los demás a serlo.
Dios ha creado al hombre “creador”. (v.14).
Una de las bendiciones de Dios más ansiada es la fecundidad. Dios, al crear, bendijo a las plantas, a los animales, al hombre. Con esta bendición se perpetúa la obra de la creación.
“Los muertos ya no alaban al Señor, ni los que bajan al silencio” (v.17) ¿No hay vida después de la muerte? Comparar con el salmo 22, 30: “Ante Él se inclinarán los que bajan a la tumba”.
El Señor se reserva el cielo como morada y no puede compartirla con otros dioses. La tierra se la ha dado al hombre como morada y tarea. El hombre debe cuidarla y transformarla de modo que los dones lleguen a todos y no sean exclusivos de unos pocos.
La tierra deja de ser de Dios cuando deja de ser de los hermanos. Y entre los hermanos debe darse la solidaridad. Los muertos ocupan el reino del silencio. Allí no suena la alabanza al Señor. Ésta era la mentalidad de entonces. Están excluidos del culto, que es fuente de vida. No obstante, en el salmo 22 (que recitó Jesús en la Cruz) se habla de “postración, de inclinación” ante la tumba. Después de la muerte de Cristo, la muerte puede ser el último y supremo acto de “adoración” al Dios de la vida.
Nosotros sí bendeciremos al Señor, ahora y por siempre.
¡Aleluya! (v. 18)
Nosotros, designa a la comunidad presente. Si alabamos estamos vivos. Si vivimos es para alabar. Una vez más, el salmista descubre en el alabar a Yavé el sentido profundo de su vida. Aparentemente parece que hay una contradicción entre el v. 17 donde se dice que los muertos no te alaban y el v. 18 que dice que la alabanza será ahora “y por siempre”. Probablemente, en la comunidad actual se incluyen los descendientes que aseguran la continuidad y perpetuidad de la alabanza. Nosotros te seguiremos alabando por siempre a través de nuestra descendencia. Con esta efímera esperanza se conformaba el pueblo de Dios en esta época. Por eso su ilusión era poder prolongar la vida para poder alabarle. Nosotros los cristianos sabemos que, después de la muerte, seremos alabanza de su gloria. Ésa será la tarea y el oficio que se nos asignará en la otra vida. Una tarea y un oficio que entusiasmaba a los santos. San Ignacio de Loyola sólo vivía “para la mayor gloria de Dios”. “Alabanza de gloria” fue lo que llenó de entusiasmo y gozo a Santa Isabel de la Trinidad.
Los santos, también los del Antiguo Testamento, al poner como objetivo de sus vidas la alabanza al Señor, hicieron de verdaderos profetas y adelantaron ya en esta tierra, aquello que constituirá la esencia de la felicidad eterna: la gloria y alabanza del Señor por toda la eternidad.
TRASPOSICIÓN CRISTIANA
Jn. 11,26: “Quien cree en mí, aunque haya muerto, vivirá”
Jn. 14,1-3: No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí. 2En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no, os lo habría dicho, porque me voy a prepararos un lugar. 3Cuando vaya y os prepare un lugar, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros.
San Ireneo: “Si Dios solicita el servicio de los hombres es para poder, siendo bueno y misericordioso, otorgar sus beneficios a aquellos que perseveran en su servicio; porque, del mismo modo que Dios no tiene necesidad de nada, el hombre tiene necesidad de la comunión con Dios, pues la gloria del hombre está en perseverar en el servicio divino”.
San Agustín: “Al decir santificado sea tu nombre nos amonestamos a nosotros mismos para que deseemos que el nombre del Señor, que siempre es santo en sí mismo, sea también tenido como santo por los hombres, es decir, que no sea nunca despreciado por ellos; lo cual, ciertamente, redunda en bien de los mismos hombres y no en bien de Dios”.
ACTUALIDAD
Tal vez uno de los males que azotan a nuestra sociedad occidental sea “la falta de valores”. Hay mucha gente que, ante una dificultad, un problema, una pandemia, no tiene recursos espirituales para superar esa crisis. Hoy más que nunca hay que inyectar en nuestra sociedad ilusión, alegría, esperanza. No hay que poner el corazón en los ídolos de turno. Como dice el profeta Jeremías: “Siguen sus vaciedades y se quedan vacíos” (Jr. 2,5).
El hombre, hecho a imagen y semejanza de Dios, no puede quedar satisfecho solo con cosas materiales. El hombre es como un árbol que necesita ciertamente apoyarse en las raíces de la tierra, pero sin descuidar la inmensidad de los cielos. Necesita el sol, el aire, la lluvia, esas cosas tan bonitas y necesarias que nos ofrece Dios cada día completamente gratis. Los ídolos nos vacían. Sólo Dios nos puede llenar.
PREGUNTAS
1. Cuando trabajo en las cosas de Dios, ¿me busco a mí mismo? ¿Voy buscando mi protagonismo personal?
2. En este salmo aparece la comunidad orando. En mi grupo cristiano, ¿tenemos experiencias positivas de orar en común? ¿Siento necesidad de robustecer mi fe personal con la fe de los demás?
3. Con mi experiencia de fe, ¿ayudo al hombre moderno a no quedar esclavizado por la técnica?
ORACIÓN
“No a nosotros, Señor, sino a tu nombre da la gloria”
Señor, al echar una mirada atrás veo que toda mi vida la he dedicado a tu servicio. He pasado muchos años de estudio y reflexión. He difundido tu palabra. He celebrado la fe. Esto me llena de alegría pero, al mismo tiempo, me produce tristeza. A veces, Señor, me he buscado a mí mismo, he buscado mi propio honor, mi propio protagonismo. Perdóname, Señor. Yo sé que eres el único que mereces todo el honor y gloria. Haz que, de aquí en adelante, mi orgullo consista en alabarte, bendecirte y darte gracias por tantos beneficios como yo he recibido de ti.
Más aún. Yo te pido Señor, la gracia de encontrar mi propia felicidad constatando lo grande, lo inmenso, lo infinito que tú eres. Haz que tu gloria, tu fama, me hagan estallar el corazón de alegría.
¿Por qué han de decir las naciones: “Dónde está su Dios”?
Ya sé que tú, Señor, eres un Dios escondido y silencioso. El río de la malicia humana lleva su curso sin que nadie lo detenga. Cada día los medios de comunicación nos hablan de guerras, terrorismo, violencia, injusticias. La gente se pregunta ¿Dónde está Dios? Si Dios es Padre ¿Por qué tolera tanta maldad? ¿Por qué consiente tanto sufrimiento? Preguntas difíciles de contestar. Yo me agarro con fuerza a la Cruz de tu Hijo. Él no tenía ninguna culpa. Era inocente. El más santo de todos los hombres. Él también murió preguntando ¿Por qué? ¿Por qué me has abandonado? ¿Por qué tengo que morir en una Cruz? Por unas horas el Padre guardó silencio. Después habló, gritó, resucitando a su Hijo. Desde entonces yo sé que ni el sufrimiento ni la muerte tienen ya la última palabra. La última palabra la tiene Dios, que es amor.
“Sus ídolos, hechura de manos humanas”
Dios es el que vive desde siempre, el que nos da la vida, el que llena de sentido la existencia. Los ídolos pretenden ocupar el lugar de Dios. Como son hechura de manos humanas, no tienen valor ni consistencia. El que se entrega a ellos se vacía, se aliena, se anula. Se convierte en aquello que adora: ojos que no ven; boca que no habla; orejas que no oyen; nariz que no huele; manos que no tocan; pies que no andan.
ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA
Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén