Flash sobre el Evangelio del Domingo XXX del tiempo ordinario. (23/10/2022)
El domingo pasado, Jesús nos dijo que la oración debía ser constante y confiada; hoy, con la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 9-14), añade que, al rezar, hemos de ser humildes. Me parece que el contraponer un fariseo a un publicano no era el mejor camino para congraciarse con los fariseos, que, a fin de cuentas, estaban entre la clase dirigente de Israel, pero esto no le quitaba el sueño a Jesús, ¿o sí? Pronto lo voy a saber…
– De nuevo te despachaste a gusto con los fariseos; lo digo por la parábola de los dos que subieron al templo a orar -he dicho mientras recogía los cafés de la barra-.
– No me atribuyas una segunda intención, que nunca tuve -ha replicado estrujando su taza entre las manos-. Yo usaba las parábolas para que comprendieran mejor mis enseñanzas, no para atacar solapadamente a mis enemigos.
– Bueno, no nos desviemos de lo que hoy quería comentar contigo -me he apresurado a puntualizar para no irnos por las ramas-.
– Entonces, ¿qué es lo que querías comentar? -me ha dicho mirándome a la cara-.
– Que, en esta ocasión, lo mismo que en otras reflejadas en los evangelios, fuiste bastante duro con los fariseos -he acertado a explicar mientras cogía mi taza para disimular la tensión-.
– Supongo -me ha respondido con serenidad- que, después de los cafés que ya nos hemos tomado, habrás comprendido que mis parábolas no eran historias inventadas a tontas y a locas. La mayor parte de ellas estaban construidas con datos tomados de la vida diaria. Muchos habían visto a algunos fariseos rezando ostentosamente donde podían ser observados por la gente o poniendo cara compungida cuando ayunaban, por no mentar las frecuentes críticas, que me hicieron, por haber curado a algún pobre hombre en sábado… Cuando pensé qué parábolas utilizar para explicar cómo debe ser la oración, me vinieron a la memoria hechos que ocurrían con frecuencia, como el comportamiento del juez corrupto con la viuda pobre y el de no pocos fariseos cuando rezaban. La del juez y la viuda me sirvió para deciros que la oración debe ser constante y confiada; ya lo hablamos el domingo pasado; el modo de rezar de muchos fariseos me recordó la humilde oración de algunos pecadores arrepentidos y añadí que la oración también ha de ser humilde como la del publicano de esta parábola.
– Estoy convencido de que tus reacciones hacia los fariseos eran justas -me he atrevido a decir-, pero a veces las aristas estaban tan marcadas que producían heridas.
– ¿No decís que no es posible hacer una tortilla sin romper el huevo? -ha dicho sonriendo-. Te volveré a explicar cómo son las relaciones del Padre hacia vosotros; la parábola del fariseo y el publicano las dejan ver claramente. El fariseo pensaba ganar la salvación con su propio esfuerzo: cumplía el Decálogo, ayunaba dos veces por semana y pagaba el diezmo de lo que poseía, por lo que, cuando oraba, hacía valer sus méritos ante Dios, no esperaba su perdón y despreciaba al publicano, que era un pecador. El publicano, en cambio, reconocía su miseria y pedía misericordia y ayuda para convertirse. Era todo lo que sabía hacer, pero había comprendido que la salvación es un regalo que supera todo mérito y el Padre os lo da porque os quiere; por eso, pedía ayuda para saber agradecer el regalo y comportarse en adelante como el Padre desea. Así que «éste bajo a su casa justificado y el otro no».
– ¿Y por eso dijiste: «el que se ensalce será humillado y el que se humilla será ensalzado»?
– Naturalmente; el Reino de Dios no tiene precio, es un tesoro que os hará felices, si lo encontráis -ha dicho mientras recogíamos nuestras cosas para salir-.