Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Corpus Christi
Por lo que se nos ha dicho hoy en la homilía, la Iglesia insistió muy pronto en que la presencia de Jesucristo en la Eucaristía es real. San Ignacio de Antioquía, discípulo directo del apóstol Pablo, ya en el siglo II, se quejó de que algunos “no confiesan que la eucaristía es la carne del Señor” y les recordó que es necesario comerla para gustar la vida que Jesús proporciona. Pero las palabras del evangelio de hoy (Jn 6, 51-58), «el pan que yo daré es mi carne», ya habían escandalizado a los judíos cuando las oyeron por primera vez. Así que he llegado a la cafetería decidido a comentar todo esto con Jesús, y él me ha dicho:
– Cuando los cristianos de Lieja, once siglos después de Ignacio de Antioquía, instauraron la fiesta de mi Cuerpo mi Sangre para festejar públicamente que estoy real y verdaderamente presente en el pan eucarístico, hicieron una buena obra: reconocer y adorar mi presencia.
– Y ¿no te parece que decir: «Yo soy el pan vivo…; el que come de este pan vivirá para siempre» es demasiado fuerte? No me sorprende que los judíos, al oírte, se preguntaran: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?».
– Es tan fuerte como dejarme triturar con una muerte horrorosa para que tengáis vida -me ha respondido -.
– La verdad es que nos hemos acostumbrado a estar en la Eucaristía, pero no te reconocemos en ella tan palpable como lo estuviste en la Última Cena y en la cruz -he dicho con pesar-.
– Y sin embargo -ha continuado-, mi apóstol Pablo ya describió mi presencia con absoluto realismo en su primera carta a los de Corinto: «Yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en recuerdo mío. Asimismo, también el cáliz después de cenar diciendo: “Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre. Cuantas veces lo bebiereis, hacedlo en memoria mía”». Y añadió: «Pues cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga». Esta convicción, que empezó a circular por la comunidad de mis discípulos desde que volví al Padre, es la respuesta a las dudas y a la pregunta de “¿cómo puede éste darnos a comer su carne?”, que se hacían los judíos y os seguís haciendo algunas veces.
– O sea, que al comer el pan y al beber el cáliz en la celebración de la Eucaristía estamos comiendo realmente tu cuerpo y bebiendo tu sangre -he continuado casi emocionado-.
– Y no sólo eso, sino que sigo entregándome por vosotros como entonces lo hice hasta la muerte. La eucaristía no es un símbolo que recuerda lo que pasó, sino una verdadera comida, una comida real, en la que el alimento es mi carne y la bebida mi sangre mientras el Padre sigue sellando con vosotros su alianza -ha concluido mirándome a los ojos y sonriendo-. No es algo natural, sino un misterio: la substancia del pan y del vino se convierte en substancia de mi cuerpo y mi sangre; la Iglesia le ha llamado “transustanciación” ¿Te parece excesivo?
– No me parece excesivo, sino emocionante, y me avergüenza que tantas veces vayamos a la eucaristía sin un temblor de alegría y agradecimiento -he dicho mirándole agradecido-.
– Pues mejorad vuestra actitud, pero no dejéis de celebrarla -ha continuado-, porque os hace permanecer en mí y yo en vosotros. ¿Recuerdas que el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid? Mi carne os hace permanecer en mí, estar unidos a mí. El evangelista escribió la misma palabra griega: “sarks, “carne”, para describir mi encarnación y el pan eucarístico: “La Palabra se hizo carne…”, “el que come mi carne…”, ¿no te dice nada? -ha concluido y se ha puesto en pie dejándome con ganas de darle un abrazo-.