El padre Mourad, secuestrado por el Daesh, invita a iniciar la “revolución de la paz”

Rocío Álvarez
30 de noviembre de 2017

Jacques Mourad, sacerdote, llegó a Karyatene (Siria) en el año 2000. Allí se hizo cargo del monasterio de Mar Elian, ahora destruido, y se dedicó a los feligreses de la diócesis de Homs. El 21 de mayo de 2015 fue secuestrado y tres meses y medio más tarde, liberado con la prohibición de abandonar la localidad. Gracias a Ayuda a la Iglesia Necesitada pudo salir del país. Ahora dedica todas sus fuerzas a dar testimonio de su fe y a sensibilizar al mundo de la necesidad de una revolución de la paz.

¿En algún momento dudó de su fe durante su secuestro? Lo que viví durante este secuestro es que Dios se revela fuertemente en los momentos de sufrimiento y de prueba. Es un momento para vivir en el abandono y es un momento privilegiado para sentir cómo Dios se hace próximo. Además, durante la experiencia comprendí el misterio salvífico de Cristo, cómo Jesús pudo acoger el sufrimiento del hombre en la cruz. Lógicamente, ello continúa con la resurrección y eso comporta una situación de libertad interior. Jesús fue sepultado en una tumba vacía, tapada con una piedra. La piedra representa el sufrimiento, todo lo malo. Mover la piedra significa quitar todo ese mal. Así lo sentí durante mi secuestro. Después de toda esta situación, entendí cómo Dios actúa para salvar al ser humano.

Y, obviamente, le cambió la vida… Vi esta experiencia como una gracia porque comprendí muchas cosas a nivel espiritual, a nivel humano, incluso político. Esta experiencia me permitió comprender el Daesh y todo lo que surge de ahí. Eso me permitió dar testimonio de todo el mal que el pueblo sufre,  y ver que nosotros, la Iglesia, somos responsables directamente de todo el mal que sufre el pueblo sirio. Si somos testigos, si queremos ser la imagen de Cristo, ser la continuación de la encarnación de Cristo, entonces necesitamos dar testimonio de la verdad y defender a los pobres, a las víctimas… Hay que parar la guerra, todo el mundo tiene derecho a vivir en libertad, en su casa, tranquilamente y en paz. Es necesario que la Iglesia se mueva, no solo el clero, sino todo el pueblo de Dios, toda la gente de buena voluntad ha de ser valiente para defender los derechos humanos y la justicia.

¿Occidente necesita estas pruebas de sufrimiento, de tortura para despertar a la auténtica fe? Es una pena porque los gobiernos europeos no están actuando con responsabilidad ante la situación de sufrimiento, hacen como los sacerdotes que pasan de largo en la parábola del samaritano. No podemos continuar de esta manera. Si Europa está contenta de la política de sus responsables, es un desastre, un peligro, y vamos hacia una hecatombe… Yo siempre digo que nuestro mundo, hoy, necesita de una gran revolución para la paz y sensibilizarse contra el comercio de armas, porque si se fabrican armas, va a haber conflictos armados. Más allá de que yo sea sacerdote, es una cuestión humana, todo el mundo tiene derecho a la vida, tiene derecho a vivir en paz. Estoy muy enfadado con todos estos gobiernos y fuerzas internacionales que juegan con la vida de los más pobres, que dirigen las Naciones Unidas, que defienden la justicia, la humanidad. Nuestro mundo necesita esta revolución…

Sabemos que en nuestro mundo hay muchos mártires, ¿qué podemos hacer ante esto? Posiblemente nuestro papel más importante como cristianos sea orar. La primera vocación para un cristiano es ser intercesor. El pueblo de Siria necesita vuestra oración, que os dirijáis a nuestra Madre, María, para que nos libere del mal. Sobre todo por los millones de sirios desplazados, que vagan en el desierto y malviven bajo tiendas, y, lo peor de todo, que no tienen esperanza. Pidamos a Dios que les devuelva la esperanza y que nos comprometamos tambien contra la guerra y la violencia. Cada ser humano tiene derecho a la vida. Dios nos ha creado para vivir y nadie tiene derecho a disponer de la vida de nadie.

Siempre habla de lo importante que fue la presencia de la Virgen durante su cautiverio… Desde los primeros días, la única oración que tenía en mi mente y en mi corazón era el rosario. Sentía que el rezo del rosario era un medio para no caer al fondo de la oscuridad. Antes me sentía muy triste y enfadado, pero desde que empecé a rezarlo, una paz extraordinaria llenó mi corazón. El rosario es un gran don de la Virgen María.

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