El obispo finaliza su primera visita pastoral a la Diócesis

Ascen Lardiés
27 de agosto de 2019

Con el recorrido por los núcleos ribagorzanos de Betesa, San Lorenzo de Castigaleu y Luzás concluyó el 5 de agosto la primera visita pastoral del obispo, Ángel Pérez, a todos los municipios que conforman la diócesis de Barbastro-Monzón. Algo más de cuatro años y 180.000 kilómetros de carreteras han sido necesarios para “peinar la diócesis”, expresión acuñada por el sacerdote Ernesto Durán, recalando en sus 254 pueblos; la media docena pendiente recibirá al obispo este otoño, cuando una fiestas o celebración local lo propicie. “Salir al encuentro de cada uno es dar valor a la persona, ponerla en el centro, decir: yo quiero conocerte, voy a verte”, señala el obispo, quien recuerda que la “la Iglesia está llamada a ser esa casa abierta del Padre, debe llegar a todos, no solo a creyentes y practicantes, sino sobre todo a los excluidos”.

Esta diócesis alto aragonesa ocupa un extenso territorio de 7.500 kilómetros cuadrados en los que cuatro localidades (Barbastro, Monzón, Binéfar y Fraga) aglutinan el 90 por ciento de la población. El resto, 250 pueblos, se reparten el 10 por ciento que queda hasta completar los más de 100.000 habitantes. “Lo que más me ha sobrecogido son las personas mayores que han construido nuestros pueblos, con su mano de obra, a lo vecinal, dejando hoy esos pueblos tan arreglados pero vaciados”, relata. Personas, patrimonio y naturaleza que ha descubierto en el Somontano, el Sobrarbe, la Ribagorza, el Cinca Medio, La Litera y el Bajo Cinca en una visita de la que no calculaba “el tiempo, esfuerzo y kilómetros que hacían falta, pero tampoco de la riqueza personal y pastoral. Me emociona”.

Para atenderlos, cuando llegó en 2015, se encontró con 80 sacerdotes con una media de edad de 73 años, a 16 de los cuales “les he cerrado los ojos y he tenido la oportunidad de ver lo queridos que son”. Ahora, sumando la colaboración inestimable de 20 sacerdotes latinoamericanos y 67 animadores de la comunidad, se trabaja para que la presencia de la Iglesia se deje sentir hasta en los núcleos en los que apenas viven vecinos. Por eso, el calendario de visitas lo han ido confeccionando los sacerdotes,  diciendo qué momento sería el más adecuado para visitar cada una de las comunidades: confirmaciones, romerías, una fiesta, una peregrinación, el momento en el que se reúnen los hijos del pueblo.

Y en cada una de esas ocasiones ha habido siempre tres componentes: el saludo a todos y cada uno, la visita a los enfermos, y la celebración, con el recuerdo a los difuntos. El cuarto, una mesa en la que compartir y la tertulia, “la manera de hacer llegar la ternura y la caricia de Dios, romper los tópicos del obispo lejano que marca normas y ser el obispo que camina con ellos, escucha sus preocupaciones e intenta compartir sufrimientos y gozos”. Es una manera, añade, conocer la realidad diocesana y poder mirar el futuro en una mayor sintonía con los ojos de Dios.

           

     

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