El más grande entre los nacidos de mujer

Pedro Escartín
10 de diciembre de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del domingo III de Adviento – A –

Juan el Bautista sigue acaparando la atención del Adviento. Mateo narra más de diez curaciones, además de otros gestos de misericordia hacia la muchedumbre y hacia los “perdidos”, que Jesús hizo en sus primeros tiempos de predicador. Juan, encarcelado por haber plantado cara a Herodes, se enteró de todo ello por sus seguidores. Leyendo entre líneas el evangelio de hoy (Mt 11, 2-11), podemos pensar que éstos le dijeron: ¿ese Jesús es el que tú anunciabas?, ¿no decías que venía con el hacha en la mano? Y Juan envió a dos de ellos a preguntar a Jesús: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

– ¿Cómo te sentó aquella pregunta? -le he dicho nada más sentarnos-. Parece que echaba de menos en ti el bieldo, el hacha y alguna condena de los fariseos.

– Sus discípulos sólo contaron a Juan mis gestos de misericordia, aunque pronto fui también señal de contradicción. Pero yo debía hacer verdad lo que anunció Isaías para el tiempo del Mesías: «Entonces se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo…». Hoy lo habéis escuchado en la primera lectura (Is 35, 1-6).

– ¿Así que no te molestó que Juan desconfiase de ti? -he replicado con la mirada fija en Jesús y tomando un sorbo de café como para quitar hierro a la pregunta-.

– Amigo -me ha dicho con su taza en las manos-, no era Juan el que desconfiaba sino sus discípulos, que pensaban que lo que yo hacía no casaba con lo que él les había anunciado.

– Y trató de despejar su perplejidad enviando a dos de ellos a preguntarte a bocajarro: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?» -he añadido-.

– Y yo aproveché la pregunta para que, tanto ellos como vosotros, os convencierais de que conmigo ha llegado el Reino de Dios anunciado por los profetas -ha continuado dejando su taza sobre la mesa-. Y, además, hice una declaración sobre lo que pensaba y sigo pensando de Juan: que «no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista». Espero haber disipado todas tus dudas sobre mi relación con Juan, ¿o no?

– No tengo ya la menor duda -he replicado-. Recuerdo aquellas preguntas retóricas que les hiciste sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? ¿O fuisteis a ver un hombre vestido con lujo? ¿O a un profeta?». Con ellas nos decías que Juan no era un predicador oportunista ni un lujoso cortesano, sino un verdadero profeta, el más grande de todos…

– Sí; de todos los nacidos de mujer, como ya te he dicho -ha reafirmado, y apurando su taza ha añadido-: «aunque el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él». ¿Qué te pasa? Parece que te sorprende lo que acabo de decir.

– Ciertamente -he respondido mirándole fijamente-. ¿Cómo se entiende que el más pequeño de nosotros, pobres seguidores tuyos en estos tiempos convulsos, con tantos fallos y dudas en nuestra vida como tú conoces, seamos más grandes que Juan el Bautista?

– Porque, aunque os cueste creerlo, ya estáis viviendo en el tiempo del Mesías. Vosotros habéis experimentado mi amor entregado “hasta el extremo”; vosotros sois testigos de mi resurrección y de que la muerte no tiene la última palabra; en fin, vosotros coméis el verdadero pan bajado del cielo… No me digas que no tenéis más suerte que Juan. En la cárcel, sólo llegó a vislumbrar todo esto; vosotros lo estáis palpando…

– Y saboreando, como este café al que te invito.

Este artículo se ha leído 142 veces.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas