El próximo sábado, día 18, comenzaremos un año más la celebración del Octavario de oración por la unidad de los cristianos. En esta ocasión viene marcado por dos acontecimientos eclesiales de singular importancia. En primer lugar, el Jubileo ordinario de 2025: como sabemos, la celebración del Jubileo tiene sus raíces en la tradición veterotestamentaria, que instituyó por mandato divino un año santo cada cincuenta años, en el cual se producía la liberación de quienes estaban sometidos a servidumbre y la devolución de las tierras a sus legítimos dueños (Cf. Lev 25,10). La Iglesia se ha mantenido fiel a esta institución jubilar desde la perspectiva de la fe en la liberación definitiva, que ya ha comenzado en la resurrección de Cristo y se consumará «cuando Dios sea soberano de todo» (1 Cor 15,28).
El segundo evento que ilumina el Octavario es la conmemoración de los 1700 años del Concilio de Nicea (325 d. C.) que proclamó la fe profesada en el credo que une a los cristianos que confiesan el misterio de Dios uno y trino. El Papa Francisco hace referencia expresa del Concilio de Nicea en la bula de convocatoria del Jubileo: “Nicea representa una invitación a todas las Iglesias y comunidades eclesiales a seguir avanzando en el camino hacia la unidad visible, a no cansarse de buscar formas adecuadas para corresponder plenamente a la oración de Jesús: «Que todos sean uno: como tú, Padre, estas en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste» (Jn 17, 21)”. (Francisco, Spes non confundit 17).
El Concilio de Nicea supuso un hito en la historia de la Iglesia porque configuró una herencia dogmática y litúrgica común en el credo que recitamos en los domingos y solemnidades en la Santa Misa, texto de convergencia de todas las Iglesias y comunidades eclesiales. Hoy como entonces, necesitamos un lenguaje común de la fe, sin el que será muy difícil salvar la unidad de fe de las Iglesias y la reconstrucción de la unidad visible de la Iglesia.
Desde esta perspectiva, el Jubileo abierto por el Papa es un tiempo de gracia que tiene una indudable dimensión ecuménica. Con la celebración del Octavario en este tiempo jubilar, esperamos que la Iglesia sea sacramento, es decir, que se convierta, como recuerda el Concilio Vaticano II, en «signo y medio de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano».
Además de nuestra oración por la unidad de los cristianos en este tiempo jubilar, tenemos que ser capaces de generar signos de esperanza como nos pide Francisco en la Bula de convocatoria (cfr. Spes non confundit 7 ss). Estos signos de esperanza también tienen que iluminar el camino de la unión, con distintas iniciativas que muevan a un diálogo ecuménico sincero, fraterno y generoso que nos ayude a ser agentes de unidad, como concreción deseable de nuestro propósito de ser auténticos “peregrinos de esperanza”.