Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del VIII Domingo del tiempo ordinario – C – (02/03/2025)
En el evangelio de hoy (Lc 6, 39-45), Jesús nos recuerda que nuestra salvación se juega en el corazón de cada uno. Es una observación razonable y sabia, que ya habían puesto de manifiesto los libros sapienciales del Antiguo Testamento, tal como hemos escuchado en la primera lectura de este domingo. Nada que objetar a esta advertencia; me parece que hoy nuestra conversación va a ser más pacífica que en otras ocasiones, al menos de entrada…
– Pero no dejaste pasar la oportunidad de poner en guardia a tus discípulos frente a la hipocresía -le he dicho mientras traíamos los cafés a una mesa que estaba libre-. ¿Es que no adoptamos comportamientos más nefastos que el de la hipocresía?
– No importa saber cuál es el comportamiento más nefasto, sino no olvidar que, con la tentación, el Maligno revela su intención de ningunear al Padre. Cuando me pedisteis que os enseñase a rezar os dije que pidieseis ayuda para hacer la voluntad del Padre “en la tierra como se hace en el cielo”, que “no os dejase caer en la tentación” y que “os librase del Maligno”. Al traducir el Padre nuestro con la expresión conclusiva: “… y líbranos del mal”, me temo que os limitéis a desear que el Padre os preserve de males como la enfermedad, la guerra, un accidente y otros por el estilo, sin caer en la cuenta de que pasar por alto cualquier deseo del Padre es el peor de los males. El primer pecado que se narra en la Biblia consistió precisamente en aparcar el mandato de no comer del árbol del bien y del mal. La serpiente, que representaba al Maligno, suscitó en el corazón de Adán y Eva la desconfianza y dejaron de fiarse de Dios. Aquella manzana les pareció más apetecible que el mandato de Dios y, sin embargo, constituía la señal de su confianza o desconfianza en el Padre. El relato del Génesis es una maravilla didáctica como símbolo de la vida humana. ¡Lástima que algunos hayan querido verlo como relato informativo de lo que ocurrió en el Paraíso, en lugar de aplicarse a captar su enseñanza sobre las tentaciones que asaltan al corazón humano!
– De modo que la hipocresía es el peor pecado -le he replicado con mi taza de café en la mano-.
– Cualquier pecado es malo, pues manifiesta que dejáis de confiar en Dios y de guiaros por sus deseos -me ha advertido mirándome fijamente a los ojos-. Pero, si me apuras, no me importa reconocer que en la hipocresía hay una maldad añadida: además de desconfiar del Padre, la hipocresía comporta la detestable actitud de aparentar lo que uno no es.
– Conforme vamos hablando comprendo mejor las comparaciones que pusiste cuando llamaste “¡hipócrita!” a quien aparenta lo que no es. Primero les dijiste que para corregir los defectos de un hermano hay que tentarse la ropa, no sea que tú tengas los mismos defectos…
– O tal vez peores -me ha corregido-: «¿cómo puedes decirle a tu hermano: “hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo”?». Tanta incoherencia os pone en ridículo.
– Pues la otra comparación no es menos explícita -he añadido-. Los frutos nos hacen saber qué árbol tenemos delante de nosotros, porque «no se recogen higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos» y, además, nos dicen que el árbol está sano cuando sus frutos son buenos, pero si son malos, es señal de que el árbol está enfermo…
– Pues no dejes de tomar nota, porque el bien y el mal salen de vuestro corazón, que simboliza el centro de vuestra persona. «De lo que rebosa el corazón habla la boca», no lo olvides -me ha dicho con las tazas ya vacías en sus manos mientras pasábamos por caja-.