El administrador era un figura

Pedro Escartín
17 de septiembre de 2022

Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del Domingo XXV del tiempo ordinario.

El cura ha dicho que no miremos hacia otro lado ni pasemos página, como si el tema no fuese con nosotros, ante la corrupción que Amós fustiga en la primera lectura (Am 8, 4-7) y que ahora sigue golpeando duramente a los débiles. Pero ha querido aclarar su advertencia con el evangelio de hoy (Lc 16, 1-13), la parábola del administrador injusto, y me ha dejado perplejo. ¿Por qué el amo felicitó a aquel administrador, que era un maestro de corrupción?

– Hoy vas a tener que aclararme alguna cosa que no entiendo -he dicho a Jesús en cuando nos hemos acomodado con los cafés ya sobre la mesa-.

– Lo que tú quieras, siempre que yo sepa la respuesta -me ha respondido con algo de sorna-.

– Tienes que saberla, pues fuiste tú el que contaste a tus discípulos la parábola del administrador injusto. Su primera parte es clara: describiste a un administrador que, como se dice vulgarmente, era “un figura” amañando la contabilidad y procurándose un colchón a costa de su amo por si se quedaba sin trabajo…

– Supongo que estarás de acuerdo en que eso ocurre muchas veces -me ha interrumpido tomando luego un sorbo de café-.

– Sí que ocurre desgraciadamente, aunque ahora se le dice ingeniería financiera, que es más digerible. Pero, ¿por qué el amo le felicitó?

– Llámale como quieras -me ha dicho cogiendo la taza en sus manos-, aunque la corrupción sea la misma. Bien; aquel administrador defraudó a su amo y actuó con astucia para no verse en la calle, obligado a cavar o a pedir limosna. Si el amo le felicitó fue por su astucia; no por haberle defraudado.

– ¿Es que ese amo era bobo? -no he podido menos de reaccionar-. Lo que debió hacer fue denunciarlo para que lo metiesen en la cárcel. Además de “un figura”, aquel administrador era un peligro público.

– Y lo era, como todo el que practica la injusticia -me ha replicado con calma-. Pero de nuevo voy a tener que explicarte cómo funciona el género literario de las parábolas. La parábola es una historia ficticia. Yo aproveché ésta para dejar grabada en la memoria de mis discípulos una enseñanza, pero la enseñanza que quise inculcar está al final, no en cada episodio de esa historia ni cada paso que dio el administrador debe ser imitado.

– ¿Y cuál es esa enseñanza final? -he saltado cándidamente-.

– Pues la dije a renglón seguido: que «los hijos de este mundo son más astutos con su gente que los hijos de la luz». Fue un toque de atención a todos los que habéis sido iluminados por mi evangelio, pero no siempre lo lleváis a la práctica -me ha replicado abriendo las manos para acentuar lo evidente- ¿O es que no te das cuenta de que la pereza o la comodidad os arrastran a ir tirando, sin emplearos a fondo en buscar el Reino de Dios y su justicia?

– Pues ¿qué tenemos que hacer? -he preguntado un poco incómodo-.

– Lo que hizo aquel administrador: «Ganaos amigos con el dinero injusto»; no para seguir viviendo disipadamente, sino para que «os reciban en las moradas eternas». ¿Que cómo se come esto? Evitando que el dinero sea la meta de la vida, pues «no podéis servir a Dios y al dinero». En cuanto os decidáis a no servir a este “dueño” malvado, encontraréis un montón de gente a la que ayudar y de causas buenas que impulsar -ha añadido pasmosamente sereno-.

Y puesto de pie se ha acercado a pagar “religiosamente” la consumición.

Este artículo se ha leído 84 veces.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Compartir
WhatsApp
Email
Facebook
X (Twitter)
LinkedIn

Noticias relacionadas