El abrazo de la justicia con la bondad es la música que agranda a Dios

Raúl Romero López
16 de noviembre de 2020

SALMO 101

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1 voy a cantar la bondad y la justicia,

para ti es mi música, Señor;

2 voy a explicar el camino perfecto:

¿cuándo vendrás a mí?

Andaré con rectitud de corazón

dentro de mi casa;

3 no pondré mis ojos

en intenciones viles;

Aborrezco al que obra mal,

no se juntará conmigo;

4 lejos de mí el corazón torcido,

no aprobaré al malvado.

5 Al que en secreto difama a su prójimo lo haré callar;

ojos engreídos, corazones arrogantes no los soportaré.

6 Pongo mis ojos en los que son leales,

ellos vivirán conmigo;

el que sigue un camino perfecto, ése me servirá;

7 no habitará en mi casa

quien comete fraudes; el que dice mentiras

no durará en mi presencia;

8 cada mañana haré callar a los hombres malvados,

para excluir de la ciudad del Señor

a todos los malhechores.

INTRODUCCIÓN

El salmo 101 es una profesión de fidelidad a la misión que Dios había confiado a David y sus descendientes: la de gobernar con justicia la ciudad del Señor. Es conocido tradicionalmente como “espejo de príncipes” porque en él deben mirarse todos aquellos que desean gobernar con justicia y equidad. “Se trata de un príncipe virtuoso, consciente de sus obligaciones y muy decidido a gobernar su pueblo según el corazón de Yavé” (A. Calmet). La tradición cristiana ha encontrado en este salmo el ideal y el programa de todo gobierno justo.

REFLEXIÓN-EXPLICACIÓN DEL MENSAJE ESENCIAL DEL SALMO

La bondad y la justicia juntas, es la música que agrada al Señor (v.1).

Un rey canta en honor de Yavé, su Señor, su salmo-programa, cuyos puntos fundamentales son el amor y la justicia. Todo rey de Israel debe ser representante de Dios, la imagen viviente de Yavé ante los ojos del pueblo. Por eso el rey debe llevar marcadas en su persona las huellas de los principios divinos.

Un gobernante que se compromete a gobernar con justicia y bondad está cantando en honor de Yavé, le está ofreciendo la mejor música. “Señor, yo cantaré tu misericordia y juicio porque todas las obras de Dios están comprendidas en la misericordia y la justicia” (Bossuet).

Las dos cualidades, “bondad y justicia”, han de ir juntas. La justicia ha de estar temperada por la misericordia: tal es el camino perfecto, la conducta cabal de un gobernante. “No conocen la piedad, sólo conocen la justicia; por eso son injustos” (Dostoievski).

Vivir y actuar con una conciencia recta (v 2-3).

El salmista nos invita a vivir en la casa de nuestro propio corazón; a tener en él nuestro propio hogar, nuestro lugar seguro y apacible. Esto sólo es posible con una conciencia recta. El que no tiene tranquilo el corazón no puede habitar a gusto en él. Lo importante es estar contentos con nosotros mismos y no tener necesidad de buscar la felicidad fuera de casa.

No tener una persona delante de los ojos significa no amar a esa persona. Por eso decimos: “a ese no lo puedo ver…” El salmista hace el propósito de no poner en sus ojos, es decir, no admitir en su corazón una intención mala.

“Aborrezco al que obra mal”

Ya hemos dicho en otras ocasiones que, en la época en que se escriben los salmos, no se hace distinción entre el pecado y el pecador. En realidad, lo que desea el salmista es que desaparezca el mal. San Agustín explicará este versículo del salmo de la siguiente manera: “El hombre prevaricador tiene dos nombres: el de hombre y el de prevaricador. Dios hizo al hombre; el hombre se hizo a sí mismo prevaricador. Ama en él lo que Dios hizo y destruye en él lo que él se hizo”.

Con Dios hay que jugar siempre con limpieza. Jamás hay que ser retorcidos (v.4).

El corazón define a las personas. Decimos que un hombre es bueno cuando tiene un corazón de oro. Y decimos que es malo cuando tiene un corazón avieso. El evangelio nos advierte que salen del corazón los malos actos que ensucian al hombre (Mt 15,19). El salmista pide a Dios que le aparte de un corazón torcido, es decir, de un corazón que está fluctuando entre el bien y el mal. El corazón del creyente debe estar anclado totalmente en Dios. Sólo cuando el corazón ha apostado definitivamente por Dios encuentra la felicidad. “Corazón tortuoso no encuentra dicha” (Prov. 17,20).

Ante Dios ha de quedar abatida la arrogancia de los gobernantes (v.5).

El rey quitará de su gobierno la maledicencia y la calumnia “esas pestes de las cortes reales, portadoras de todas las trampas para suplantar, excluir y destruir a los otros” (A. Calmet).

Todo ello constituiría un deterioro corrosivo en el ambiente en que tiene que moverse el monarca. Por eso hay que eliminarlo cuanto antes. “Los mosquitos encarnizados contra el prójimo yo los he cazado con la mano” (P. Claudel).

Tampoco el rey se dejará engañar por los ambiciosos y arrogantes “esas otras pestes de la corte de los príncipes” (A. Calmet).

Este versículo es especialmente importante porque ataca la misma raíz de un mal gobierno: la soberbia. Aquel que gobierna con orgullo y altanería pretende hacerle sombra a Dios de quien recibe todo poder. Y esto Dios no lo soporta. “Será doblegada la soberbia humana, humillada la arrogancia de los hombres; aquel día sólo el Señor será exaltado” (Is. 2,17).

Dios acepta jefes imperfectos que saben reconocerlo; pero no a jefes flojos, mediocres, desleales (v.6).

Ahora llega un cuadro positivo. El rey dará sus órdenes y escogerá sus comensales, sus consejeros, sus ministros. Era cosa conocida que las cortes reales eran, a veces, foco de corrupción e intrigas hasta ser estos funcionarios causa de la desgracia del país. El rey promete rodearse de gente segura, de hombres de consejo ecuánime y desinteresado con los que se puede contar; personas que siguen el “camino perfecto”, es decir, que están en contacto con la Ley. La cualidad suprema será la fidelidad. Ésta se alaba en Moisés (Num 12,7), en Samuel (1Sam 3,20), en un sacerdote (1Sam 2,35), en los testigos (Is 8,2) y en un mensajero. En este caso la fidelidad se compara al viento fresco en tiempo de estío. “Frescor de nieve en calor de siega, el mensajero fiel para quien lo envía” (Prov. 25,13).

En la elección de los elegidos el rey es perfeccionista. No admite a gente mediocre, vulgar, del montón. Los que le sirvan deben seguir un camino de perfección, aunque como humanos, sean imperfectos y sepan reconocerlo.

En la casa de un buen jefe no puede entrar ni el fraude ni la mentira (v.7).

El rey amplía este estilo de vida no sólo al consejo de gobierno sino a todos los que viven en la casa real. El rey tiene verdadera pasión por la verdad. Y aquellos que pisan esa casa deben mantener firmes sus pies sin jamás torcerse hacia la mentira.

Él sabe que muchas casas han caído por dar paso a chismes embusteros. “Cuando un jefe acoge los chismes mentirosos todos los siervos se convierten en gente mala” (Prov. 29,12)

En la casa de un buen jefe, al estilo del corazón de Dios, siempre es de noche mientras no nos vemos como hermanos (v. 8).

El rey preside debates y establece la justicia por la mañana, hora de los favores de Dios. Parece que existe una relación entre el levantarse el sol y la práctica de la justicia. La noche es símbolo del mal, del pecado. El sol de la mañana restablece el orden perturbado.

La tierra aparece como un gran mantel de piel que hay que sacudir. La mañana es la encargada de esos menesteres. Es necesario arrojar a los impíos y pecadores. “¿Has mandado en tu vida a la mañana… para que agarre a la tierra por sus bordes y sacuda de ella a los malvados”? (Job 38,12-13).

El rey sueña con una ciudad ideal en la que no haya gente indeseable, puesto que es la ciudad de Dios. El rey sueña con una ciudad llena de luz, es decir, llena de amor. “Mientras no ves mi corazón y yo el tuyo es de noche” (san Agustín).

Y es de noche en una ciudad, en un pueblo, en una comunidad donde nos miramos con recelo, con prejuicios, con indiferencia. Es de noche cuando no nos vemos unos a otros como hermanos.

La dureza de este lenguaje: “extirparé de la ciudad a todos los malhechores” quiere hacernos comprender la seriedad que hay que tener en relación con los demás y con el Señor.

TRASPOSICIÓN CRISTIANA

José Bortolini: “En la actividad de Jesús hay grandes parecidos con este salmo. Basta fijarse en aquellos con los que se alió: los pobres y los perseguidos por la justicia (Mt. 5,.3.10). En las parábolas de Mt. 21-22 se ve con toda claridad que las autoridades (políticas, económicas y religiosas) del tiempo de Jesús estaban profundamente comprometidas con la maldad y la injusticia, convirtiendo la ciudad del Señor en una sociedad injusta y llena de violencia”.

Quevedo: “¡Oh gobierno de Cristo! ¡Oh política de Dios! toda llena de justicia clemente y de clemencia justiciera”.

J. Recine: “Un rey sabio no pone su apoyo sobre el oro y la riqueza. Teme al Señor, su Dios. Tiene delante sus preceptos, sus leyes, sus juramentos y no oprime a sus hermanos con pesos injustos”.

San Agustín:  “Cuando ves a los justos y a los inicuos que contemplan el mismo sol, que perciben la luz, que beben de las mismas fuentes, que se sacian con la misma lluvia, que se hartan con los mismos frutos de la tierra, que respiran el mismo aire, que poseen idénticos bienes mundanos, no tengas por injusto a Dios, que da igualmente estas cosas a los justos y a los impíos. Es el tiempo de la misericordia; aún no del juicio. Cuando la paciencia de Dios arrastra a los pecadores a la penitencia, es el tiempo de la misericordia”.

ACTUALIZACIÓN

Este salmo es muy actual si lo leemos a la luz del Concilio Vaticano II: “El orden social y su progresivo desarrollo deben en todo momento subordinarse al bien de la persona, ya que el orden real debe someterse al orden personal, y no al contrario…El orden social hay que desarrollarlo a diario, fundarlo en la verdad, edificarlo sobre la justicia, vivificarlo por el amor. Pero debe encontrar en la libertad un equilibrio cada vez más humano” (G.S. 26). 

Este salmo viene muy bien para los que rigen la Iglesia que, en el ejercicio del poder, no deben olvidarse las dos palabras que son el motivo de la doxología del salmo: “amor” y “justicia”, de modo que los jerarcas eclesiásticos se atengan a una justicia atemperada por la caridad. Tal vez sería bueno recordar algo que proviene del derecho romano: “Maximum jus, máxima injuria”.

PREGUNTAS

1. ¿Sé compaginar la justicia con la misericordia? ¿Me siento tentado a tomar la justicia por mi mano? ¿Cuándo?

2. En el grupo cristiano al que pertenezco, bajo pretexto de quitar la cizaña, ¿he arrancado también el trigo? ¿He herido gravemente a algún miembro de mi grupo con palabras hirientes o despiadadas?

3. El salmo habla del buen gobierno de los pueblos. ¿Me intereso por los problemas políticos? ¿Me preocupa el tener buenos gobernantes? ¿Qué hago para conseguirlo?

ORACION

“Voy a cantar la bondad y la justicia”

Señor, muchas veces he venido hasta ti para contarte mis penas, mis preocupaciones, mis dudas, mis ansiedades, mis angustias. He venido a llorar junto a ti. Hoy he venido a cantar. Quiero ofrecerte mi mejor canción; quiero dedicarte la más dulce melodía. ¿Qué cantaré? La bondad y la justicia. Son dos canciones que siempre van juntas; no se entienden la una sin la otra. Si yo cantara la bondad sin la justicia cantaría un canto incompleto. Y si yo cantara la justicia sin la bondad cantaría un canto falso. Por eso, con el salmista, yo canto la bondad y la justicia. Y estoy seguro que mi canción sonará en tus oídos como la mejor música.

“¿Cuándo vendrás a mí?”

Señor, muchas veces te siento lejos. Tu ausencia me golpea y me deja muy triste: sin ilusión y sin ganas de vivir. Yo te busco, te extraño, te añoro y, sin embargo, tú permaneces mudo y silencioso. En esta situación, las cosas de este mundo no me dicen nada. Me dejan frío, vacío, insatisfecho.

Yo hoy quiero gritarte con el salmista y decirte: ¿Cuándo vendrás a mí? ¿Cuándo me llenarás de ti? ¿Cuándo me saciarás con tu pan? ¿Cuándo me embriagarás con tu vino? ¿Cuándo me visitarás con tu amor? ¿Cuándo me alegrarás con tu presencia? Ven y no tardes. Yo no sé ir a ti si tú no vienes a mí. Tú eres el camino.

“Andaré con rectitud de corazón dentro de mi casa”

Hoy, Señor, me invitas a caminar dentro de mi propia casa. Pero tú sabes que esto es imposible porque mi casa es demasiado pequeña. ¿Cómo podré caminar dentro de ella?

Ensancha, Señor, mi casa. Dilata mi corazón por el amor. Que sea el amor el que tire puertas y ventanas. Que sea el amor el que ponga jardines y paseos. Que sea el amor el que te invite a pasear conmigo a la brisa de la tarde como nuestros primeros padres en el paraíso.

ORACIÓN EN TIEMPO DE LA PANDEMIA

Señor Resucitado: Mora en cada uno de nuestros corazones, en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la pastoral de la salud,  en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer, en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad. Que Cristo Resucitado nos traiga esperanza, nos fortalezca la fe, nos llene de amor y unidad, y nos conceda su paz. Amén

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