Don Ángel en el Día de la Alegría en Monzón: «Qué suerte tenemos de ser hijos de tan buena Madre»

Diócesis de Barbastro-Monzón
22 de abril de 2025

Este Lunes de Pascua, el obispo de Barbastro-Monzón, Ángel Pérez Pueyo, presidió la eucaristía del Día de la Alegría en la ermita que lleva el mismo nombre, en la ciudad de Monzón. A las 9 horas, con el templo completamente abarrotado de fieles, comenzó una celebración profundamente emotiva y cargada de significado.

«Qué suerte tenemos de ser hijos de tan buena Madre», proclamó don Ángel al inicio de su homilía, con el cariño y la ternura que lo caracterizan. En torno al Evangelio de las bodas de Caná, el obispo subrayó la figura de María como primera discípula y madre solícita que, atenta a las necesidades, intercede y guía: “Haced lo que Él os diga”.

«María nos conduce hacia Jesús, nos enseña a confiar, a dejarnos moldear por su palabra y a seguir su camino», explicó. «Y Jesús nos invita a ser como esas tinajas de agua que se transforman en vino: recipientes de paz y esperanza, que no deben quedar cerrados, sino compartirse con el mundo».

Con la pasión que transmite en cada palabra, don Ángel recordó que el Señor guarda lo mejor para el final. “Todos sirven primero el vino bueno, y después el peor. Pero Jesús lo hace al revés. Después de la Resurrección viene la mejor parte. Y ese momento… es ahora”.

La homilía dejó también espacio para hablar de corresponsabilidad. En una comunidad diocesana marcada por la colaboración entre laicos, consagrados y religiosos, el obispo destacó que todos somos Iglesia, y que todos podemos ser portadores de paz allí donde estemos. Un mensaje que cobró vida en el gesto del momento de la Paz, cuando don Ángel compartió la señal con los primeros bancos, quienes la extendieron por todo el templo en una ola viva, símbolo de comunión y fraternidad.

En un gesto lleno de entrega, el pastor diocesano quiso ofrecer a los pies de Nuestra Señora de la Alegría su solideo y un icono de la propia Virgen. Una ofrenda humilde y profunda, con la que quiso mostrar que él, junto con toda la diócesis, está al servicio de la Madre, «para hacer lo que Él nos diga». Una entrega que nace de la fe y se proyecta en el amor, como un “sí” renovado que se pone en manos de María, la que acompaña, inspira y nunca abandona.

La eucaristía concluyó con el canto del Himno a Nuestra Señora de la Alegría, entonado con fuerza por los fieles. Después, entre abrazos, saludos y emoción, se sucedieron los momentos compartidos, testimonio de una comunidad viva que, con María, sigue caminando con alegría y esperanza hacia la Pascua eterna.

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