Domingo de Ramos: 24 de marzo de 2024

Raúl Romero López
18 de marzo de 2024

Pasión de nuestro Señor Jesucristo.

INTRODUCCIÓN

Entre todas las semanas del año, la más importante para los cristianos es la Semana Santa que bien vivida puede convertirse en nosotros en camino de santidad. Esta semana se conoció también antiguamente como «la semana grande” puesto que constituye el centro y el corazón de la liturgia de todo el año. La Cuaresma ha sido una especie de navío que nos ha llevado al puerto después de un largo viaje. Y ese puerto de paz es el amor que Jesús nos muestra en estos días. «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13,1).

REFLEXIÓN

AMAR – MORIR – RESUCITAR Debiéramos preguntarnos seriamente qué tenemos que ver cada uno de nosotros, en nuestro diario vivir, con el AMOR del Jueves Santo, la MUERTE del Viernes Santo y la RESURRECCIÓN del Domingo de Pascua. AMAR, MORIR, RESUCITAR, son como tres movimientos «in crescendo» de la Semana santa. Tres realidades que, sin duda, son las más importantes en la vida de cada hombre.

AMAR es el verbo más conjugado de la historia. El hombre está sediento de amor. Cuando lo encuentra y cuando lo da, es feliz. Pero amar como Jesús con su medida y con su finalidad, no es fácil. Amar como Él amó supone negarse, olvidarse, vencerse. Amar como amó Jesús supone considerar de verdad a los hombres, a todos los hombres, como hermanos y estar dispuesto a compartir con ellos la herencia, toda la herencia. No, no es fácil amar así. Y por eso no lo hacemos. No lo hacen los hombres en general y no lo hacemos, evidentemente, los cristianos. Por eso, fácilmente, el Jueves Santo no lo entendemos.

         MORIR. ¡Qué difícil! Y, sin embargo, la muerte está ahí, dispuesta a acudir puntualmente a la cita. No queremos saber nada de ella. Viéndonos, también nosotros mismos podríamos pensar: ¡Qué terrible una muerte sin respuesta! ¡Qué angustiosa una muerte sin retorno! ¡Qué cruel una muerte sin victoria! Contemplando el modo de vida de los hombres, también quizá el nuestro, cabría preguntarse: ¿Qué esperan los hombres persiguiendo tan ansiosamente el poder, el dinero, la gloria? ¿Está ahí la meta anhelada, el fin último, la aspiración máxima? ¿Qué piensan los hombres de la muerte? No es fácil aprender a morir; sin embargo, debiéramos esforzarnos por dar, a la luz de la muerte y sin necrofilia, hondura y categoría a nuestra vida, sabor cristiano y trascendente a nuestro existir. Pensar serenamente el Viernes Santo, a la sombra de la Cruz.

RESUCITAR. Es la última palabra de la muerte. El triunfo, la gloria, la alegría. Jesús, venciendo el tedio, el dolor, la angustia, la incógnita que se alza perturbadora ante la mente humana. Su triunfo es el nuestro. ¿De verdad lo creemos así los cristianos? Quizá en el fondo de nuestro ser sí lo creemos. Nos falta avivar esa fe, hacerla realidad diaria, ponerla de relieve al enfocar la vida, al acercarnos a los hombres, al vivir con ellos. Hay que intentar resucitar cada día en un esfuerzo permanente por dar a nuestra existencia un tono y un estilo en el que se reconozca inmediatamente a Cristo, cuyo final no fue la Cruz, sino la Luz.

AMAR, MORIR y RESUCITAR: tres realidades para pensar y para vivir en esta Semana Santa y en toda nuestra vida (DABAR).

PREGUNTAS

1.– Lo que caracteriza nuestra vida cristiana no es amar sino “amar como Jesús nos ama”. ¿Estoy dispuesto a amar de esa manera?

2.– Sabemos que tenemos que morir, aunque no lo acabamos de creer. Pero la muerte llegará a nosotros como el sueño sobre nuestros ojos: de una manera inexorable. Eso tan terrible Jesús lo convirtió en expresión de amor. ¿Me preparo para aceptar mi muerte como respuesta al inmenso amor de Dios a lo largo de toda mi vida? 

3.- ¿Estoy convencido de que la Resurrección de Jesús me afecta también a mí? ¿Vivo ya en esta vida alguna experiencia de Resurrección?

El mensaje de este día, en verso, suena así:

Hoy, Señor, te damos gracias,
te proclamamos «Bendito».

Te queremos y admiramos

porque eres un «REY» distinto.

Entras en Jerusalén

sobre un humilde borrico.

Viniste para servir

y no para ser servido.

No te acompañan soldados,
sino la gente y los niños.
Sus espadas y sus lanzas
son verdes ramos de olivo.

No llevas carros de guerra
para matar enemigos.

Eres, Señor, «REY DE PAZ»,

a todas llamas amigos.

En los labios de la gente

no suenan marciales himnos.
Sólo cantos de alabanza

se escuchan por el camino.

Nosotros, «Bendito REY»,
queremos seguir tu estilo:

ser pobres, humildes, mansos,

solidarios y pacíficos.

Aunque muramos contigo

en la cruz del sacrificio,
Señor, en el corazón,

te reservamos un sitio.

(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)

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