…luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel…
INTRODUCCIÓN
“El gesto ritual que realizan los padres de Jesús, con el estilo de humilde ocultamiento que caracteriza la encarnación del Hijo de Dios, encuentra una acogida singular por parte del anciano Simeón y de la profetisa Ana. Por inspiración divina, ambos reconocen en aquel Niño al Mesías anunciado por los profetas. En el encuentro entre el anciano Simeón y María, la joven madre, el Antiguo y el Nuevo Testamento se unen de modo admirable en acción de gracias por el don de la Luz, que ha brillado en las tinieblas y les ha servido para encontrarse con Cristo Señor, luz para alumbrar a las naciones y gloria de su pueblo Israel”, (Benedicto XVI, 2 de febrero de 2012).
TEXTOS BÍBLICOS
1ª lectura: Malaquías. 3, 1-4. 2ª lectura: Hebreos 2, 14-18.
EVANGELIO
Lucas 2, 22-40
Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones. Y he aquí que había en Jerusalén un hombre llamado Simeón; este hombre era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de haber visto al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu, vino al Templo; y cuando los padres introdujeron al niño Jesús, para cumplir lo que la Ley prescribía sobre él, le tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: «Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz; porque han visto mis ojos tu salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel.» Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él. Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! – a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.» Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén. Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él.
MEDITACIÓN-REFLEXIÓN
1.- “Una espada te atravesará el alma”. María vivió siempre con una espada atravesada, no en el cuerpo sino en el alma. Cuando duele el cuerpo el dolor está localizado, pero cuando duele el alma “duele todo”. María vivió siempre con la espada cruel del presentimiento. En cada momento del día o de la noche ella creía que a su Hijo le iba a pasar algo. Y es el presentimiento de todas las madres. No sólo sufren por lo que realmente les pasa a los hijos sino por lo que ellas creen que les puede pasar. A vosotras madres, ¡qué bien os entiende la Virgen!
2.- María y José eran pobres y no tuvieron dinero para comprar un cordero. ¡No importa! Ellos saben muy bien que llevan al Templo “al verdadero Cordero de Dios”. Y es la ofrenda que más agrada a Dios. María y José se admiran de la fe de aquellos ancianitos: Simeón y Ana. Su niño ha pasado por las manos de aquellos sacerdotes del Templo a la hora de circuncidarlo, y le tocaron como a un niño cualquiera. Cumplieron su oficio. Pero Simeón lo tocó con fe. Se emocionó y rompió a llorar. Desde ese momento, ya no le importaba morir. Podemos tocar a Dios todos los días en la comunión sin que pase nada en nosotros. Lo hemos tocado con rutina. Pero si un día lo tocamos con fe, puede cambiar totalmente nuestra vida. Dice el Papa Francisco: La fe consiste tanto en mirar a Jesús como en mirar con los ojos de Jesús (L.F. 18). Si todos los consagrados del mundo tocáramos a Jesús con fe miraríamos el mundo “a su manera”. Y el mundo cambiaría.
3.- El desprendimiento de María. Toda mujer israelita, al rescatar a su hijo, lo consideraba ya suyo, le pertenecía. Pero María sabe que ese hijo que ha llevado nueve meses en su vientre y lo ha parido, no le pertenece. Es de Dios. María acepta todo lo que viene de Dios. No sabe, no quiere, no puede decir no a Dios.
Si estudiamos los pocos textos que en el evangelio se habla de María, todos llevan el signo de la separación física de Jesús para adherirse de una manera más profunda en la misteriosa cercanía de la fe.
Qué maravillosas las palabras del Ángel en la Encarnación Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.
Pero lo que está viendo en el Calvario es a su Hijo muriendo en la Cruz en medio de dos ladrones. En aquella oscuridad de Viernes Santo, la única lámpara de fe que queda encendida es la de María. Sólo ella cree en la Resurrección y sólo a ella se le hace presente en su propio corazón, sin necesidad de apariciones Para ella principalmente está dirigida la bienaventuranza de Jesús: Dichosos los que sin ver, creyeren.
PREGUNTAS
1.- ¿Sé aceptar la espada del sufrimiento moral en mi alma? Si me cuesta aceptarlo, ¿Pido ayuda a María?
2.- Como María, ¿Sé aceptar a Jesús como la suprema riqueza de mi vida?
3.- Con mi desprendimiento de las cosas materiales, ¿me voy preparando para ese desprendimiento definitivo en la hora de mi muerte?
Este evangelio, en verso, suena asÍ:
En Jerusalén vivía,
Simeón, un hombre bueno,
que mantenía ante Dios
una actitud de respeto.
Era piadoso y honrado
y esperaba el gran consuelo
de poder ver libre al Pueblo
del yugo del extranjero.
Hasta el Espíritu Santo
le había dicho en secreto
que abrazaría al Mesías,
antes de sentirse “muerto”
Aquel día subió al Templo
con ese presentimiento,
y se encontró con Jesús
y sus padres nazarenos.
Simeón lo tomó en brazos
y bendijo a Dios diciendo:
“Señor, según tu promesa,
Despide en paz a tu siervo”.
A los débiles y pobres
Lucas lleva en su recuerdo,
olvidados de los hombres
Dios los espera en el cielo.
Por eso nos habla de Ana,
la mujer era el espejo
de los seres humillados,
tratados con menosprecio
(Compuso estos versos José Javier Pérez Benedí)