Un café con Jesús. Flash sobre el Evangelio del XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario – B – (17/11/2024)
El evangelio de hoy (Mc 13, 24-32) me ha dejado un poso de disgusto e inquietud. En aquel tiempo, un discípulo llamó la atención de Jesús sobre la belleza del Templo, que era el orgullo del pueblo judío; pero Jesús, en vez de corroborar la magnificencia del Templo, anunció su destrucción. Los cuatro discípulos que acompañaban a Jesús -Pedro, Santiago, Juan y Andrés- se quedaron atónitos y le preguntaron cuándo iba a ocurrir aquel desastre y…
– Te veo preocupado -me ha dicho Jesús al saludarme-. ¿Qué te pasa?
– ¿Qué quieres que me pase? -he reaccionado-. Después de escuchar el evangelio de hoy, no tiene uno el cuerpo como para tirar cohetes.
– ¿Es que te atemoriza mi segunda venida? -me ha preguntado mientras tomaba su taza de café entre las manos-. ¿Por qué no imitas a aquellos cristianos que, con frecuencia y entusiasmo, me suplicaban: “¡Ven, Señor Jesús!” (“¡Marana Tha”!, decían en la lengua con la que yo me expresaba).
– Ya sé que no debería inquietarme, pues, cuando vengas, conseguirás que este alocado mundo entre en razón, pero esos signos precursores de tu segunda venida producen escalofríos: ver que el sol se oscurece, las estrellas caen del cielo y los astros se tambalean… me asusta, ¿qué quieres que te diga? Una cosa es ver una secuencia apocalíptica en el cine y otra experimentarla en vivo y en directo -le he dicho cogiendo mi taza para aliviar la tensión…
Él ha puesto su mano sobre mi hombro para darme confianza y tranquilizarme, y me ha dicho:
– Olvidas dos cosas, amigo: una es la manera de hablar de las gentes de mi tierra, tan aficionadas a las descripciones catastróficas para explicar acontecimientos extraordinarios, y la otra que, con vuestras guerras continuas, provocáis cada día escenas más dolorosas aún. La “Dana” que os ha tenido en vilo durante las últimas semanas, ¿no os ha hecho caer en la cuenta de lo que sufre tanta gente sobre la que cada día caen numerosos misiles? Déjame que te diga que el fin del mundo lo estáis adelantando un día sin otro en muchos rincones del planeta y no os dais por enterados…
– Pero la ola de solidaridad que la “Dana” ha producido es ejemplar -he reaccionado-.
– Da gracias al Padre, que sigue haciendo que afloren brotes verdes en el desierto de vuestras frecuentes insolidaridades -me ha advertido-. Es la señal de que, a pesar de todo, buscáis “otra ciudad, sin penas ni tristezas, ciudad de eternidad”, como cantáis alguna vez. Mi Vicario, Francisco, ha convocado un Año Jubilar con el lema: “La esperanza no defrauda”. Os ayudará a esperar sin temor que yo venga a juzgar a vivos y muertos, según profesáis en el Credo.
– Pero, si supiéramos cuándo sucederá esto, nos iríamos preparando -he replicado-.
– Eso mismo quisieron saber mis discípulos aquel día y les di una señal: «Aprended de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas deducís que el verano está cerca; pues cuando veáis vosotros que esto sucede, sabed que estoy cerca, a la puerta. Pero el día y la hora sólo los conoce el Padre».
– Pues me has dejado como estaba -le he dicho con un cierto disgusto-.
– No te disgustes, querido; quien ha experimentado que la esperanza no defrauda, siempre está a punto para acogerme con mis pequeños hermanos -ha dicho zanjando por hoy la tertulia-.